Por Margarita Pintado-Burgos
Me preguntas que cómo se prepara uno para la
muerte. Preguntando, acaso. Puede que, mientras exista esa pregunta formulada
como un "horror objetivado", como dices, esté todo bien. Aunque esté
todo mal. Desplegar un horror objetivado es lo que has hecho toda tu vida.
Desplegar el horror de adentro. La palabra horror parece gris. Me gustó lo que
te dijo Arcos en su carta: esa imagen suya caminando con los perros hacia la
noche, hacia la nada oscura de un pueblo antiguo, olvidado de España. Me
recordó a mi noche (mis noches que ahora son solo una noche larga, estirada) en
el campo en donde crecí, con esos perros siempre ladrando a lo lejos. Perros
que uno no veía, pero que estaban, en fiesta de aullidos y desquiciados
ladridos. Yo extraño esos perros. Sus ladridos eran tranquilizantes, aunque
ahora, visto desde lejos, el recuerdo los deforma para darle paso a un miedo
que quizá siempre estuvo ahí, pero que yo no podía ver. La última conversación
importante que tuve con mi madre fue dentro de la noche, paseando a las dos
perras que le hacen compañía. Recuerdo la noche en su pico más negro. La noche
cuando ha llegado a ese punto en el que se esconde dentro de otra noche, esa
otra noche que es invisible para nosotros. Las dos sabíamos que estábamos
metidas dentro de la noche. He descubierto que cada vez que mi madre celebra un
paisaje, se trata de esos paisajes que a veces resultan demasiado pesados para
los extranjeros, y yo allí sé que soy extranjera, y también sé que la noche no
puede cerrarse de la misma manera sobre mi cabeza. Mi madre, ¿lo sabe? ¿Es eso
el exilio Lorenzo? Hubo luna y hubo estrellas. No sé por qué pensé en Lorca,
pero recuerdo haber pensado en Lorca. No recuerdo nada de la conversación con
mi madre.
Sigo esperando tus sueños.
Un abrazo,
Margarita
Margarita
Pintado- Burgos nació en Puerto Rico en 1981. Hace su doctorado sobre la obra de Lorenzo
García Vega. Es autora del blog avedepaso.
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