De un artículo de H. L. Mencken,
publicado en junio de 1999 en Harper’s, sobre las características y
peculiaridades del idioma que, mal que bien, hemos venido balbuciendo durante los
últimos años. Lo que sigue es una versión libre y comentada del traductor, pero
respetuosa de la idea original del ensayo.
Traducción:
Juan Cueto-Roig
El inglés se ha impuesto más que
a fuerza de números o de arrogancia, por sus méritos intrínsecos. En riqueza y
economía, ninguna de las otras lenguas vivas puede competir con él. Es positiva
y deliberadamente un idioma masculino: lenguaje de hombres, nada afeminado ni
infantil; simple, de sonidos claros (1);
enlaza sus vocablos con naturalidad y es lógico en su estructura, sin
pedanterías ni rebuscamientos. Qué inmensa ventaja el que sea un lenguaje sin
géneros gramaticales (2). Consta de un
enorme vocabulario que duplica el de cualquier otro idioma (3).
Es conciso y simple. Contrarresta los muchos vocablos polisílabos incorporados
del latín, con la abundancia de los de sílabas cortas y propende constantemente
a acortar las palabras. En el siglo dieciocho, para designar las cada vez más
frecuentes turbas revolucionarias se usaba mobile vulgus. Pues bien,
en su afán abreviatorio, esas dos palabras se convirtieron en mob. Lo
que una vez fue pundigrion es ahora pun, lo que hasta ayer era gasoline
es hoy gas. Ningún otro idioma europeo tiene tantas palabras (decorosas
o impúdicas) de sólo tres o cuatro letras. Y ninguna otra lengua puede decir
tanto con tan poco, ej: First come, first served, típica expresión
inglesa: breve, simple y atrevida. Para expresar la misma idea en danés, se
necesita decir: Den der kommer forst til molle, far forst malet.
Hace
algunos años, un filólogo americano, Dr. Walter Kirconnell, contó el
número de sílabas necesarias para traducir el Evangelio de San Marcos a
cuarenta idiomas indoeuropeos, desde el persa e indostano hasta el inglés y el
francés. Resultó que de todos, el inglés fue el más económico con sólo 29,000
sílabas, mientras los idiomas teutónicos necesitaron 32,650; los eslavos,
36,500; los de origen latino, 40,200; seguidos por el bengalí, el persa y el
sánscrito con más de 43,000 cada uno. Sin embargo, el articulista reconoce que
la ortografía inglesa es tan caótica como la francesa o sueca, pero para los
comunes mortales que se contentan con atacarlo a viva voce, sin
preocuparse de reglas ni preciosismos, resulta bien sencillo. Por ejemplo, un
ruso, nacido en un idioma donde hay seis casos y tres géneros gramaticales,
consonantes palatales y complicados pronombres, se asombrará al encontrar dos
casos, ningún género y unos pronombres tan simples, que uno de ellos es
suficiente para dirigirse lo mismo al presidente de los Estados Unidos, a un
niño, a una dama o a un criminal (4). Sólo el
español es un idioma comparable en claridad lógica, aunque el mismo adolece de
géneros gramaticales. El filólogo C. K. Odgen cree que 850 palabras
bastan para una buena comunicación en inglés y que la mayoría de ellas, unas
600, son simples nombres de cosas, y 250, de acciones, cualidades o vocablos
conectivos. Y si nos parecen pocas, es porque olvidamos la principal cualidad
de este idioma: su capacidad para expresar infinidad de significados con una
sola palabra, combinándola con diferentes modificadores. Veamos: to get, to get going, to get
by, to get on to, to get wise, to get off, to get ahead of, to get over. Y
este mismo filólogo aboga por eliminar muchos más verbos. Él eliminaría disembark, recovered from
the flu, escaped from the police,obtained a job. En su
lugar usaría get off, got over, got away, y got. Y
refiriéndose a la necesidad de simplificación, Mencken cita el fenómeno phthisic
(tisis) y más adelante invoca la frase del Dr. Ernest Weekley: “Estabilidad
en un lenguaje es sinónimo de rigus mortis”.
Notas del traductor
(1) Serán sonidos claros, pero no
absolutos y definidos como en español. Recordemos sólo las disímiles
pronunciaciones en wind (viento) y wind (dar cuerda), pleasant
and please, signal and sign, etc.
(2) Si bien es cierto que esa
asexualidad simplifica enormemente el aprendizaje de la lengua inglesa, los
adjetivos atributivos (his, her), contrario al castellano donde son neutros,
requieren la atribución adecuada al sexo correspondiente. Aunque, debemos
también reconocer que en español la ambigüedad de esos adjetivos se presta a
confusión (su de él, su de ella, su de ellos)
(3) Siempre oí celebrar al
castellano por exuberante y prolífico y, sin embargo, Mencken afirma que el
vocabulario inglés lo supera en abundancia. Por otra parte, pienso que esto
puede ser cierto, ya que el inglés apropia muchos vocablos latinos, que aunque
no son de uso común, lo enriquecen notablemente.
(4) Mencken no cuenta los thou,
thy and thine, que aún se usan en la liturgia cristiana, y eran hasta
época muy reciente comunes en textos poéticos.
Y
si nos parecen válidos los méritos de simplificación y síntesis atribuidos
al idioma inglés, no debemos olvidar que el lenguaje, además de ser un
instrumento de comunicación, es la fuente donde se nutre el oficio literario, y
que en la riqueza y variedad del idioma estriba la belleza de ese arte.
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