Por Rodolfo Martínez Sotomayor
Hace unos años, mientras polemizaba sobre
política en Miami con un amigo cubano, en uno de esos momentos álgidos de un
debate en que suele transformarse toda exposición de ideas, se cortó el nudo
gordiano y casi se dio por terminada la discusión al concluir que nuestras
diferencias no eran ideológicas, sino de métodos.
El
tema era por supuesto la forma en que debía de combatirse el totalitarismo en
Cuba. Enfatizamos en que ambos coincidíamos en que el comunismo, es una de las
aberraciones más siniestras del siglo XX, y en su versión cubana, como diría el
desaparecido Esteban Cárdenas: “una mezcla de lo que nos viene de Iván el
Terrible en su devenir estalinista, con el autoritarismo latinoamericano”; es
decir, ingredientes para prolongar la esclavitud de forma indefinida y
efectiva.
La
diferencia en los métodos y la coincidencia en las ideas, es un pensamiento que
suele evocarme el reciente libro del escritor Armando de Armas, Los naipes en el espejo; por cierto, el
mismo amigo del comienzo.
Al
abrir las primeras páginas del libro y encontrarse el lector con el prólogo de
Emilio Ichikawa, puede predecirse el camino, pero sólo la ruta, su intención.
De Armas posee la cualidad de sorprender, inherente a un excelente narrador que
a su vez maneja la ensayística. Ichikawa lo sintetiza en el primer párrafo:
“Profana conceptos y creencias con los que ciertamente no nos sentíamos tan
incómodos”. Puedo leer que otra vez
rompe los mitos como en su anterior libro de ensayos Mitos del antiexilio, pero esta vez se torna más audaz al lanzar
sus dardos hacia la política norteamericana, para ser más concretos hacia su
inconsciente colectivo.
Armando
pone a su disposición las herramientas más efectivas que posee un escritor que
conoce muy bien su oficio. A diferencia de un académico, no abarrota las
páginas de cifras sino que intenta sugestionar con las palabras, entretener a
la vez que proponer. Para un escritor,
salir airoso de un libro tan partidista no es tarea fácil. De Armas se lo
propone con múltiples recursos, cargado de anécdotas, de verdades irrebatibles,
como que la creación del primer Acta de derecho civiles de 1871, conocida como
el Acta del Klan, por su abierto propósito de destruir al Ku Klux Klan fue
firmada por el republicano Ulises S. Grant y no por un demócrata, es una de
ellas.
Así
va cercenando cada idea que ha contribuido, según el autor, a que se vea al partido demócrata como el
defensor de los desposeídos y al republicano al servicio de los poderosos. Así
va proponiéndonos una forma diferente de ver la historia amparados en la
realidad que nos expone.
Siempre
he pensado que si uno quiere creer en una idea, puede encontrar las razones
para hacerlo. Leyendo la obra de Armando de Armas se puede afirmar que, aún
cuando discrepemos de algún concepto esbozado, hay coherencia, no hay demagogia
sino convicción. Estos dos elementos son suficientes para aportarle seriedad.
En
El espíritu de la época, De Armas
hace una lúcida exposición, un ensayo sobre la política de nuestro tiempo y no
tiene reparos en atacar los valores inducidos por un mundo mediático y hostil a
la libertad del individuo. Nos advierte del peligro de un hombre nuevo formado por
la hipnopedia, de esa posibilidad de crear seres carentes de voluntad, de poder
de análisis, descritos en Un mundo feliz de Aldous Huxley, en el
decir de Armando, un ser “informado y bruto, dócil y protestón, anárquico y
correcto, acomodado y sin voluntad”. Este temor ya había sido avizorado por
Ortega y Gasset cuando nos hablaba del “hombre masa”. Armando contextualiza esa
amenaza en pleno siglo XXI.
De
Armas propone un nuevo renacimiento, en apostar más por la fuerza del individuo
y menos por la fuerza de la tribu, trata de redimir a la palabra Libertad,
amenazada y ya casi ausente de todos los discursos. Por cierto, detenido en
esta parte, evoco una reciente película cubana que patentiza esa realidad, con una
expresión que sintetiza y puede ayudar a comprender la psiquis colectiva de esa
generación a la que apunta De Armas, en su versión cubana, cuando el personaje,
cínicamente expone su verdad: “La libertad está sobrevalorada, la gente
prefiere la seguridad”.
En
un país que se regenera a sí mismo, como los Estados Unidos, hasta llegar a
ser, a pesar de todos sus defectos la esperanza de supervivencia para la
civilización occidental; en una nación que ha logrado ser el destino anhelado
para gran parte de la humanidad, no dudo que alguien conocedor de los aportes
del partido demócrata en su creación, pueda sacarle algún gazapo a De Armas. Yo
carezco de voluntad y erudición para tal empeño.
Por
mi parte, deseo que mi descendencia crezca en un país, como diría Chaplin “que
garantice a los hombres trabajo, que dé a la juventud un futuro y a la vejez
seguridad”, que al tener en cuenta la libertad del individuo, no sea de un
talante ciegamente egoísta y tenga en cuenta la libertad de los demás. Mi marca
en la boleta dependerá de esos fines. La demagogia es un arma certera,
peligrosa y útil para los enemigos de la libertad. Combatir la demagogia es un
deber cívico, moral. Coincido con De Armas en ese empeño.
Los
naipes en el espejo
es un libro que he disfrutado leer. Por aquello de que “la diferencia no es
ideológica, sino de métodos”.
Los Naipes en el espejo, de Armando de Armas, será presentado este viernes en la tertulia La Otra Esquina de las Palabras, en el Café Demetrio, a las 7:00 p.m
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