Por Manuel Gayol Mecías
Voy a comenzar citándome a mí mismo, no como vanidad, sino como préstamo necesario en cuanto a lo que concierne a la concepción del libro, de lo que significa ese ordenado amasijo de papeles entre las manos, porque nunca me cansaré de elogiar el sentido humano que encierra cualquier cuaderno y porque su historia misma acredita una vasta saga de valores para el humanismo. Por eso, no importa repetirme si lo que digo viene a cuenta de haber sido un artículo propio, en el que intenté resaltar los valores del texto impreso, y que aquí tienen su razón de ser.
En aquella oportunidad, cuando publiqué ese artículo, primero en
La Opinión y después en
Palabra Abierta, decía que
“el libro puede variar de formato (piénsese en el libro digital), pero el libro impreso, como talmente ha sido, nunca dejará de existir como esencia de cambio porque encierra el hecho de ser un amplio y profundo estimulador de ideas”.
(…)
“…
En cuanto al estilo y contenido, la proyección de la importancia del libro en el tiempo fue prevista por algunas civilizaciones remotas, cuando decían que cada volumen tiene su destino e historia; es decir, su génesis y finalidad (o sea, la consideración de los factores externos de por qué y para qué razón se crea un libro). Ello, por supuesto, junto a un mayor paso en el tiempo, aumenta mucho más su valor de colección”.
(…)
“La imprenta de Gutenberg propició el camino para hacer del libro un baluarte imprescindible del ser humano. Todas las demás innovaciones, aun cuando bienvenidas, no cambiaron el concepto de archivo y recolección de conocimientos que cualquier texto ofrece al hombre para su enriquecimiento intelectual”.
(…)
“En resumen, el libro en su formato tradicional es mucho más, porque encierra el olor sugerente de la tinta y el papel. Éstos, como elementos que procuran belleza, revisten al libro de un auténtico carácter humano”.
“
Por eso también creo firmemente que la belleza del libro tradicional perdurará para recordarnos que hemos sido (y que siempre somos) no sólo lectores, sino además actores de ese gran libro que es la vida”. [Hasta aquí mi autocita].
Y qué es entonces la vida, en su relación con el libro, sino una biblioteca, un centro lleno de estantes, de archivos y anaqueles que se manifiesta como una gran colección de historias, de aventuras y de las más diversas experiencias que el ser humano ha emprendido. Este centro, en sí mismo, es un reflejo veraz de la vida toda, y viendo la comparación, como le gustaría a Jorge Luis Borges, la biblioteca es en esencia un reflejo magnífico del universo.
En lo personal, me he propuesto desde hace muchos años un mínimo universo en ese sentido de colección que le pretendo imprimir a mi propia creación literaria: un plan enorme, casi diría que ciclópeo, donde he volcado mis ansias por el hecho real de la imaginación, y desde hace más de 30 años he venido escribiendo este proyecto, como si yo me quisiera constituir —modestia aparte— en un Prometeo que le lleva el fuego a los personajes surgidos en mis sueños.
Papyrus Orbis Textus Cronicae Opus ludens es ese plan ambicioso que surgió hace mucho tiempo en algunas de mis noches fervientes en busca de los misterios de la vida, y lo imaginé con ese sentido serial, de colección, al que me he referido, y que mucho tiene que ver con el espíritu de las bibliotecas al modo de un vivero de grimorios que guardan nuestras experiencias. Es así la aventura de la vida, el creerme saber que Dios, y los dioses menores, míticos y legendarios pero reales, nos han estado soñando, o al menos han estado propiciándome la manera de imaginar mis historias. Base de toda leyenda, y por qué no: de toda realidad. Y así fue cuando alguna vez encontré una frase de Leonardo da Vinci que me alumbró el camino; frase en la que hizo su vaticinio sobre el Papyrus [entiéndase también como libro] al decir que ”
las cosas desunidas se unirán y recibirán una tal virtud que devolverán a los hombres la memoria perdida”.
Esa frase —extraordinaria por inefable— me hizo pensar en Cuba y en el mundo, y supe por intuición, o porque algún daimon travieso me lo filtró en mi mente, que aun cuando los cubanos nos separemos, nos disgreguemos, llegará el momento en que todos nos uniremos y recibiremos una tal virtud que recuperaremos no solamente nuestra memoria, sino además nuestra esperanza, nuestra libertad y nuestra dignidad. De ello trata —modestamente— este proyecto de unos cuantos libros que me propuse, y que este, el de
La noche del Gran Godo, es el primero de una de sus series.
Hoy, aquí, en la biblioteca condal de Huntington Park, es la segunda vez que voy a presentar mis historias de Marja la Seráfica, de Joel Merlín el Estudiante, del Godo Godofredo, de Vicky la Mulata de Virtudes y de Yoli la Corista de Fuego, entre otros tantos personajes; la primera vez fue en la tertulia “La Otra Esquina de las Palabras”, en el Café Demetrio, de Coral Gables, en Miami, el 29 de julio de este año. Pero en esta ocasión de hoy (que para mí reviste la misma importancia que la primera) lo hago con verdadero goce de escritor y de ser humano. Y con el deseo ferviente de expresarles a ustedes, queridos amigos y familia, el necesario agradecimiento por acompañarme en esta aventura de mis personajes imaginarios, los que por ser tales no son menos reales. Pero antes, por favor, permítanme expresarle algunos detalles en relación con la larga censura que ha padecido mi obra.
En realidad, hablar de mi propio libro, si me fuera preciso hacer una autovaloración literaria, me resultaría bastante difícil, para no decir imposible. Pero sí puedo decirles algo de lo político y social que se ha venido encumbrando en la historia de este cuaderno de ocho relatos, que en 1992 obtuvo el Premio Nacional de Cuento de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), debido a que fue el mismo afán de sumisión de esa institución castrista la que dio lugar a ello; quiero decir, que propició esta connotación ideológica del libro que estuvo invisible (inédito) hasta la mencionada fecha del 29 de julio, cuando por fin rompió la censura gracias a Neo Club Ediciones y también a la colaboración de las editoriales Silueta y Alexandria Library, todas de Miami.
Después del premio, y por haber viajado yo a España y hecho declaraciones a la prensa en contra de la dictadura, el cuaderno —sin miramientos de que había sido premiado públicamente, y de que el hecho, en sí mismo, constituía un compromiso profesional y ético— fue radicalmente censurado y nunca se publicó, como si mis escritos, el galardón concedido y yo mismo no existiéramos, y todo hubiera sido un sueño febril de un contrarrevolucionario venido a menos.
Sin embargo, 19 años más tarde —como muchas veces sucede en la ficción de los cuentos de hadas—, el sortilegio se rompió, y esa fecha del 29 de julio de este año, los personajes de mis historias despertaron al azaroso pero siempre extraordinario reino de la literatura. Y lo han hecho con fuerza, gracias al Dios de mi imaginación, sí, pero asimismo a la oprobiosa realidad que se ha vivido en Cuba. Es en ellos —en estos personajes de mis cuentos— donde se mezclan y confunden la necesidad de la supervivencia y la ambición por el poder, y pasan de ser personajes imaginarios a convertirse en el símbolo de un submundo de corrupción, frustración e imposición que conforma un ámbito de podredumbre humana en toda la Isla. Por lo que puedo decir que sus tipos e individualidades no son un producto exclusivo de mi imaginación, no, sino de algunos seres que provienen del proceso degenerativo que ese sistema atroz impuso allí desde hace más de cincuenta años. Y estos cuentos, aun cuando fueron escritos en los años 80, creo mantienen su vigencia y, hasta incluso, podrían estar por debajo del coeficiente de degradación que por estos días ocurre en la isla.
Para mí, al igual que para muchos de ustedes, la vida cambió en el exilio, y nos trajo la posibilidad de ser mejores. Nos abrió el horizonte no sólo mental, sino asimismo nos dio una nueva perspectiva social, con la recuperación de los valores y la civilidad de sabernos siempre cubanos y latinoamericanos, pero al mismo tiempo nos concedió la oportunidad de incorporar en nuestras conductas y pensamientos, en nuestros espíritus, el sentido de la democracia, de la libertad y la universalidad de este gran país que es Estados Unidos.
Al envés de lo que nos han enseñado los libros de historia, al menos para mí, me refiero a España y a esta nación americana, ambos países se constituyeron en el Nuevo Mundo, y me otorgaron la proyección de nuevas amistades, nuevas experiencias y nuevos conocimientos. Y recuerdo bien que el primer evento literario al que yo asistí fuera de Cuba ocurrió aquí mismo en esta biblioteca, en la presentación de
El aullido de las muchedumbres, valioso y voluminoso documento de la escritora cubana Josefina Leyva. Esa tarde comenzaron para mí a abrirse las puertas de la esperanza en lo que siempre ha sido una de las pasiones de mi vida (después de mi familia, por supuesto): y que es la literatura. Porque vi el numeroso público que asistió, interesado, con avidez por las letras y el arte, y conocí a varios escritores y artistas cubanos, y asimismo algunos mexicanos. Aquí, en esta biblioteca, me empezaron de nuevo los bríos para escribir.
Y ahora, llevando mis palabras a recuerdos más personales, les cuento que fue en esa misma presentación de
El aullido de las muchedumbres (no puedo precisar la fecha, pero creo fue en 1995), cuando conocí a Carmen Alea Paz (ex profesora de literatura de la Universidad de Northridge, mujer y escritora plena, poetisa y novelista radiante y dinámica), y de hecho me sentí iluminado por su sensibilidad, su pasión por las letras y el arrobo de una nueva amistad, asimismo sucedió con su esposo Carlos Paz. Hoy, las palabras de Carmen sobre mi libro se constituyen en un nuevo estímulo para la creación no sólo por sus amables y precisas consideraciones (que bienvenidas sean), sino además porque sé que ella es una lectora inteligente, aguda, y que sabe justipreciar los valores literarios en los que realmente cree. La presentación que ha hecho de mi libro me proporciona una gran fe en lo que he escrito y seguiré escribiendo… Gracias Carmen, por apoyarme y ver en
La noche del Gran Godo el comienzo de un proyecto infinito, un magno plan que siempre he soñado, y en el que tu ánimo es un impulso para continuarlo. Tus palabras son un orgullo para mí.
De hecho, en esta biblioteca también conocí a Norma Montero, quien fue su directora y a quien tengo en estimable aprecio no solamente por agradecerle sus palabras de hoy, su amistad y el gesto grande de abrirme las puertas de este incalculable reservorio de conocimientos que hoy nos rodea, sino porque además ayudó a mi familia en los primeros pasos que dimos en estos lares californianos, acabados de venir de Cuba, aun con los ojos desmesurados por el asombro de libertad que sentíamos, pero también por la incertidumbre de enfrentar un mundo muy diferente al que habíamos dejado… Gracias Norma, por la confianza depositada en nosotros, y aprovecho el acto de esta tarde, a casi 16 años de haber puesto mis pies aquí, para agradecerte públicamente tu apoyo, y expresarte mi respeto y admiración como amigo y escritor.
En esta biblioteca, hoy, asimismo, nace una nueva amistad, entre libros impresos y el deslumbramiento por la lectura, y es la relación cordial que he podido establecer con el amigo Martín Delgado, su director actual, a quien desde que nos dimos las manos y escuché sus palabras he comenzado a tener el placer de respetar y darme cuenta de su sincero amor por los libros… Gracias, Martín, por tu amable hospitalidad.
Entre tantas emociones, naturalmente, no puede faltar mi reconocimiento a Lourdes Someillán, emprendedora anfitriona, que se dio a la tarea de invitarme y correr con los preparativos de este hermoso acto, el cual tendrá un significativo momento en mis recuerdos. Todo lo que en esta tarde se presenta aquí pasó por las manos de Lourdes.
A Francisco —quien hoy no se encuentra aquí por motivos ajenos a su voluntad— le doy un recuerdo sincero, porque siempre ha estado atento a toda iniciativa.
A todos y cada uno de los bibliotecarios de los maravillosos laberintos borgianos, entre los que se encuentra mi querida cuñada y hermana Esther Rodríguez, por su trabajo en bien de la comunidad y su afán por los libros, emprendedora, eficiente y bella de corazón. A todos ustedes, amantes de los volúmenes impresos, por su educativo esfuerzo en que cada día lidian con los textos en pos de los niños y los jóvenes y con los adultos y los mayores de la segunda edad que aspiran, todos, a identificarse aun con los protagonistas de disímiles historias. En particular, a los trabajadores de esta biblioteca —como los de todas las bibliotecas unidas a modo de conjunto simbólico— son como el Virgilio que guió a Dante en la
Divina Comedia para sacarlos de la rutina infernal de lo cotidiano y llevarlos a la gloria de la imaginación; son los elegidos de Jorge Luis Borges cuando concibió que los laberintos del mundo y del universo están en su
Biblioteca de Babel. Porque un libro, queridos amigos, es el umbral hacia lo imaginario (que es una dimensión muy real), que forma la cara opuesta pero al mismo tiempo complementaria de la razón; el libro (cualquiera sea, el impreso o el digital) es un camino más que nos conduce a la sabiduría, a una conducta mejor ante la vida y a que nuestras almas busquen su iluminación. Y por todas estas cosas es que, con todo respeto y cariño, les reconozco y doy un caluroso saludo a todos los que de muchas maneras se relacionan con los libros, y en específico, a los Amigos de la Biblioteca de Huntington Park, que están aquí esta tarde y que también han hecho posible este acto, porque en realidad sin ellos no creo que entonces se justificaría mi persona en esta sala.
A todos y cada uno de los amigos y familiares, entre los cuales resalto un especial abrazo para el Dr. Aurelio de la Vega, destacadísimo compositor, reconocido internacionalmente —aun cuando en Cuba sean muy pocos los que le conozcan— y con una obra cimera entre lo mejor de nuestra música culta cubana, que nos ha representado en el mundo, porque desde los primeros tiempos su música siempre fue lo diferente, la sonoridad de sus cuerdas y la resonancia de sus instrumentos, todos, vibraron hacia la universalidad de Europa, y en específico Alemania, y demostró que en Cuba también han existido y hay creadores capaces de romper con el obtuso nacionalismo, ignorante, patriotero y populista. Yo espero que algún día todos las mejores orquestas, cameratas, sinfónicas y filarmónicas de música clásica cubana se honren en tener en sus catálogos, en sus programas y repertorios la música de nuestro amigo, que hoy aquí, entre nosotros, nos hace un gran honor… Para Aurelio, mi sincera gratitud, por su arte, su presencia y su apoyo inestimable.
A los amigos Ángel Marrero y Fidel Torres, y a Candelaria, la mamá de Ángel, creadores y empresarios, a quienes también mi familia y yo recordamos con cariño por nuestros primeros pasos en California en que tanto nos apoyaron y por las sensibles veladas en las que nos acogieron en su casa durante aquellos tiempos de antaño.
A Jesús Hernández Cuéllar, director de
Contacto magazine, mi buen amigo, a quien le debo mi primera incursión periodística en su revista y de quien aprendí cómo es que se debe hacer el mejor periodismo hispano en este país… Un abrazo, Jesús, y también mi agradecimiento por esas reconfortantes charlas que siempre han alumbrado mis limitados saberes sobre Internet.
A mis colegas de
La Opinión, una redacción creativa entre bastidores, que han estado a la expectativa de mis andanzas literarias y que tanto apoyo me han dado en medio de las tensiones de los
deadlines y en la búsqueda de la calidad noticiosa, y a quienes quiero recordarlos hoy en los nombres de María Luisa Arredondo y Roberto Álvarez Quiñones, por ser mis colegas de años como editores en ese periódico y haberme enseñado cosas esenciales de la prensa plana… Gracias a ellos por la amistad y por nuestras amenas charlas inteligentemente apasionadas.
.A mi familia, toda, porque la venero, en especial y con mucho amor a mi esposa Gladys que los identifica a todos, mi colega y amante de horas, de días, meses y años, que vela por mí, por todos, y en especial por mamá Dora, nuestra querida Yeya. Y porque entre mis hijos Grethel y Héctor me han dado el sostén y la seguridad necesaria para escribir. A mi sobrino Jorgito, que siempre me ha sacado de los apuros técnicos con los
softwares y computadoras ¡Oh, Dios!, cómo amo a mis nietos, Christian Alexander y Giulianna Camille, y a mis sobrinas Daniela y Nicole. Ojalá que mis libros sirvan para enseñarles que Cuba no es una invención, sino un sueño y una verdad latente en medio de sus corazones. Y que la literatura, al igual que la música y las demás artes, es la magnificencia de todas las libertades.
Y como “los últimos serán los primeros”, les doy a ustedes aquí presentes, mi mayor expresión de gratitud, en esta tarde de California, en la que comenzamos el mes de nuestra presencia hispana, con la esperanza de que cada vez más seamos mejores ciudadanos para el bien de todos, lo que doy por seguro será no sólo un enorme cúmulo de granos de arena, sino asimismo la potenciación de una mayor esencia humana, en la reafirmación y proyección de nuestras raíces culturales, para esta extraordinaria nación de los Estados Unidos de América.
Muchas gracias.
Palabras leídas por Manuel Gayol Mecías en la presentacion de su libro, La noche del Gran Godo, en la biblioteca Huntington Park, California, el lunes 3 de octubre de 2011.
Cortesía:
Palabra Abierta