Por
Julio Benítez
Joaquín Gálvez tiene en Hábitat (Neo
Club Ediciones, Miami, 2013) un libro particularmente interesante. Es esa voz
que se torna universal, que rompe con sus pares los entonces poetas nuevos que
por repetición suenan hoy casi viejos en su exceso de veneración por un Lezama
o un Eliseo Diego, por citar solo un par de ejemplos. Este poemario nos habla
con la voz poética de la universalidad, no de un neo-origenismo.
En Hábitat existe una cadencia, un
ritmo que apunta más hacia lo universal que hacia los lastres del país que vio
nacer a Gálvez. Reconoce el autor la influencia de una poética norteamericana o
inglesa quizá más reciente, que nos recuerda el coloquialismo. Pero no el
repetitivo que él, como muchos poetas cubanos, ha tratado de evitar por el
cansancio excesivo. Es su poesía una que no desborda emoción pero la contiene
implícitamente, en un sentido donde la imagen está siempre ahí, acompañando los
versos.
“Balada del Purgatorio”, la
primera sección del poemario, constituye una apertura hacia los temas centrales
que aborda este autor. La Cuba hoy distante está en un cine de La Habana, en la
oveja negra como símbolo que toca el desamparo y el recuerdo de quien tuvo que
escapar por razones políticas. Aclaremos, no obstante, que no hay nada
panfletario aquí, sino evocación de un tiempo que solo queda en la memoria.
Esta sección del libro resalta por su ritmo y también por la variedad de temas
desde los que el poeta lanza su visión cósmica, su recreación de la mitología
griega, de los íconos de la cultura contemporánea, todos referentes nacidos de
un acercamiento.
⚙ Joaquín
Gálvez se declara de algún modo deudor de poetas como Ezra Pound y Robert
Frost. En un poema en el que aparecen citas de los dos, se recrea lo que será
título del libro y se establecen las coordenadas que indican lo beneficioso que
ha sido para el autor el exilio. Efectivamente, es como si rompiera las
cadenas, el cordón umbilical con una tradición poética cubana que ya no es la
suya. ❌
“En el archivo del poeta”, la segunda
sección, sobresale esa mesura estilística que acompaña a Gálvez. Me resulta
particularmente interesante la imagen “…ya es un buen augurio la vecindad de
Tartufo en primavera”, que conecta con ese honrado vate cubano llamado
Alejandro Fonseca. “¿Otredad?”, una imaginaria conversación de Pessoa con
Borges, celebra a los grandes con el tema del tiempo y el poeta. Esta sección
cierra con “Ante el poeta de la torre de marfil”, donde la cita de Nicanor
Parra nos sugiere su norte creativo.
En “Imitación del Ave Fénix” el poemario se
moverá entre el entorno y los recuerdos, como en “Pergamino”, donde no aparece
esa resaca dolorosa y romanticona común en muchos poetas cubanos. La
imagen se crece en versos como “el tiempo de las vacas gordas se desinfla en el
Puente del Ahorcado”. Secuencia de recuerdos y referentes que nos asoman a su
intimidad y su propia herencia cultural. Desde el cine de barrio, la abuela y
Arcaño y sus Maravillas hasta los apagones y mosquitos, que cierran con una
frase en inglés y vuelven a su hábitat actual.
Es en esta última sección donde Joaquín
Gálvez se declara de algún modo deudor de poetas como Ezra Pound y Robert
Frost. En un poema en el que aparecen citas de los dos, se recrea lo que será
título del libro y se establecen las coordenadas que indican lo beneficioso que
ha sido para el autor el exilio. Efectivamente, es como si rompiera las
cadenas, el cordón umbilical con una tradición poética cubana que ya no es la
suya. Sobresalen temas como el amor a las mascotas, que tanto nos recuerda el
respeto por los animales en este, su nuevo entorno.
No espere el lector una obra totalmente perfecta,
pero sí mesurada. Como en todo poemario, puede existir algún desequilibrio,
como las excesivas referencias en “Orgasmo de Madame Bovary”. Pero aun así la
calidad y elegancia de este libro permiten señalar que Gálvez no es un igual
porque tiene propia voz, con momentos muy brillantes en el uso del lenguaje.
Así sobresalen temas como el holocausto, la guerra o el obituario de un sujeto
lírico atrevido que llega a ser casi voyerista. Podríamos citar versos que
indican un movimiento del “poeta en versos” al “poeta en actos”, como diría el
destacado pensador y crítico Ángel Velázquez Callejas. Definitivamente, ocurre
cuando se rompe con el pasado y se avanza un paso hacia el horizonte:
Sentado en los contenes,
cobijándose contra un poste sin alumbrado,
con toda el alma violada por el apagón de un
país.
La memoria de esta calle definió mi equipaje.
Crucé un mar
Dejé trunco este
poema.
Julio Benítez (Guantánamo, 1951) es profesor y escritor.
Fue activista de los derechos humanos en Cuba. Ha publicado, entre otros
libros, “En Glendale no hay ladrones”, “Las tres muertas de Gurrumina
Robinsón”, “La reunión de los dioses” y “El rey mago”. Obtuvo el premio Regino
Boti en 1990. Actualmente reside en Los Ángeles, California.