OJOS DE GODO ROJO Y LA NOCHE DE LOS ASOMBROS ROTUNDOS
Por Manuel Gayol Mecías
Presentar un libro, en este caso una novela, es siempre algo inefable para un autor como yo; quiero decir, para mí se traduce en un sentimiento que no puedo explicar suficientemente, pero sí al menos me da la posibilidad —este encuentro con ustedes, digo— de intentar hacerles sentir lo que conlleva el hecho de una creación.
En mi criterio, aún hoy en día, el libro impreso en papel constituye un acto de asombro; magia desbordante de ese sentido de humanidad que hemos querido alcanzar a través de la escritura literaria, y que al mismo tiempo se redobla cuando sabemos que no solo sentimos, sino que podemos hacer sentir al otro la presencia de una dimensión nueva. Es así entonces que hablamos del misterio implícito en la comunicación. De hecho, el proceso de los libros seguirá su curso cambiante: históricamente, el papyrus pasó a la imprenta y del papel a la lectura electrónica, y ya en este presente de los e-books —y hacia un futuro no tan lejano—podría pasar a las imágenes virtuales de otro nuevo modelo que, a no dudar, sería holográfico; modelo en el que tendríamos ante nosotros las tres dimensiones de una escritura, que no ya en una fecha de ciencia-ficción, sino de imaginación-ciencia, nos vaya creando —esa escritura holográfica, digo— las escenas, los personajes y la acción de cualquier historia a la manera de un filme tridimensional, como si estuviéramos delante de un deseo imaginativo convertido en realidad. Quizás en esto estoy aludiendo a lo que hace muchos años previó ese gran escritor argentino que fue Adolfo Bioy Casares en su novela La invención de Morell, un libro clave en la literatura fantástica de la narrativa hispanoamericana, y en el que hablaba de la realidad invertida, cuando la vida pasaba a ser parte de las imágenes de una grabación fílmica, en una isla perdida adonde había ido a parar su personaje.
Otra de las emociones que conlleva esta presentación es el hecho de saber que mis libros están formando parte de una nueva ola de interacción cultural entre los escritores y los lectores, en lo que se refiere al desarrollo de las editoriales de autogestión, y que significa la potencialidad que tenemos los creadores de comunicarnos con el otro —nuestra meta mayor— y de esta manera poder entrar así —si mis obras lo ameritan— en la historia de la literatura.
La autopublicación o la autogestión es lo más válido que nos está pasando a los que aspiramos a que nos recuerden como escritores, porque más allá de la vanidad que podamos tener en nuestra intención de ser, resalta la oportunidad para constatar si, en esencia, nuestros libros cuentan con valores, o son sencillamente publicables o, al menos, incluso, si nada más cumplen con el rol de una noble intención. En definitiva, es una acción más que ahora nos proporciona la tecnología —y los que han confiado en ella con el mejor de los propósitos— para seguir rehaciendo nuestra libertad de ser como queremos ser.
Por esta razón, agradezco sinceramente el trabajo, inteligente y apasionado, de Neo Club Ediciones, con un abrazo fuerte para sus creadores Armando Añel e Idabell Rosales, alma, corazón y vida en la confección de esta novela mía Ojos de Godo rojo, como así del anterior libro de cuentos La noche del Gran Godo. Puedo asegurar que la calidad con que ellos trabajan es impecable. Y lo agradezco con el orgullo de saberme bien representado.
Por otra parte, tengo muy en cuenta la colaboración que me ha prestado Alexandria Library, dirigido por mi amigo Modesto Arocha. Su aporte editorial tiene mucho que ver en el camino de mis libros: sus consejos y su apoyo de diseño gráfico los reconozco y me enaltecen. Es hermoso, por tanto, cuando uno conoce a una persona no solo de honda calidad humana, sino también de gran calidad profesional.
Asimismo, doy mi reconocimiento a las fotos y videos de publicidad realizados con la creatividad de un prometedor cineasta que es Ernesto G, y cómo él sabe compartir su creación entre Los relatos de Maurice Sparks y la plasticidad de las fotografías y los videos. Ernesto G. es el autor del magnífico tráiler publicitario con que ha contado mi novela. Gracias por la vida de tus imágenes, amigo.
Muy a mi favor, tengo la satisfacción de sentir el peso de dos críticos serios, irreverentes y hasta desconcertantes, diría, como lo son Ángel Velázquez Callejas y Ángel Lago, enjundiosos y más que polémicos, lúcidos adelantados en la proyección de una literatura confrontadora, muy arraigada en proponer siempre un conocimiento distinto de los temas literarios ya trajinados y reconstruidos, a la hora de hacernos comprender que las cosas no son como se han venido diciendo. Gracias, Ángel Rolando, y gracias Lago, por esas reveladoras palabras sobre mi novela. Gracias asimismo al crítico Denis Fortún por sus gentiles palabras en otro de los videos de Ernesto G, y que con agudeza ha tratado la atmósfera onírica de mi novela. Realmente tengo muy en cuenta tus valiosas observaciones, amigo.
De hecho, y de corazón, un encarecido abrazo a mi buen amigo Joaquín Gálvez, quien dirige esta tertulia, La Otra Esquina de las Palabras, ya famosa en todo Miami y que mediante su página homónima en Internet está dando a conocer nuestros sueños. Este lugar está imbuido desde hace tiempo por el ingenio de Gálvez, en cada uno de sus actos, aquí se respira la poesía de este poeta, que parece haberse prometido hacer de Miami y del Café Demetrio una fiesta infatigable de la creación.
En especial, me siento muy satisfecho de haber conocido al escritor franco-español José Luis Borja y a la linda Gioconda. Ambos se han acercado a mí con verdadera sencillez y cariño. De José Luis creo que puedo aprender mucho de historia de la lengua y hasta de lingüística, así como de sus deliciosas Crónicas venecianas. De Gioconda, qué más puedo pedir que sus canciones, su delicada y fina melodía y el gran honor que nos hace esta noche de compartir algunas de sus interpretaciones. Su voz, para mí, es un regalo divino que siempre apreciaré como uno de sus más fieles admiradores. Con un cariño especial por su amistad y su voz.
En un aparte, y en lo que respecta a mí personalmente, les confieso que he tenido suerte, sí, de la mejor, y lo sabrán por esta pequeña anécdota que ahora les cuento, acerca de cuando salí de Cuba… y que fue el 29 de mayo de 1994, una fecha que había esperado durante buena parte de mi vida. El día que al fin el Ministerio del Interior castrista me permitió ir a pasar unas “vacaciones” a España, para ver y conocer a mi familia por parte de padre. Ya estando en Castropol, Asturias, un día vi por televisión los sucesos del Maleconazo ; pero aproximadamente un mes antes, el 13 de julio de ese año, tres lanchas (Polargo, la 2, 3 y 5), apoyadas por guardacostas del régimen comunista hundieron el Remolcador 13 de Marzo con 72 personas a bordo. Un crimen más de lesa humanidad, pues todos sabemos que esto fue un genocidio horrendo, aún impune, y que de esas 72 personas, se ahogaron 41, a mansalva de los chorros de cañones de agua con los que les agredieron inmisericordemente hasta que los más débiles no pudieron resistir y desaparecieron en el mar, entre las víctimas se encontraban 10 niños. En el grupo de los adultos ahogados iba un señor llamado como yo: Manuel Gayol o Cayol, que en paz descanse, de 50 años de edad, y que casi coincidía en edad conmigo en la fecha en que yo había salido para España. Esto hizo que varios amigos, entre los cuales estaban los del grupo que habíamos hecho juntos la carrera de Licenciatura de Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad de La Habana, al no verme desde hacía un tiempo, creyeran —ya que la lista de los muertos corrió por toda Cuba— que yo había desaparecido, y como el nombre de la persona que iba en el remolcador era casi exacto al mío, y la edad también, pues se llegó a la lógica conclusión de que era yo quien se había ahogado. Irma Pujol, recientemente, me contó que ella, Amparito y algunos más del grupo fueron hasta el Malecón a lanzarme flores al mar, a modo de un fraternal recuerdo. Hecho que me trajo un sentimiento de felicidad, a pesar de la apariencia trágica del hecho, debido al profundo gesto de amistad que demostraron. Es decir, ese grupo de buenos amigos, me dio por muerto durante muchos años hasta que por Facebook y también, de alguna manera, por medio de mi revista digital, Palabra Abierta, me reencontraron, como si ahora fuera yo un resucitado o un fantasma que había vuelto para escribir historias. Y así lo que sucedió corrobora la desinformación de los cubanos en la Isla, y confirma también que la vida en Cuba es el absurdo de algo muy siniestro (y diabólico) que se ha instaurado desde hace muchos años en lo cotidiano de la vida allí, cuando lo que propició no fue solo el asesinato de hombres, mujeres y niños, sino también un distanciamiento más, cruel y caprichoso, al que la dictadura de los Castro nos tiene acostumbrado; pero como dijo Leonardo da Vinci, y que no me canso de repetir (porque esta frase siempre calza con nosotros los cubanos): “Las cosas desunidas se unirán y recibirán una tal virtud que devolverán a los hombres la memoria perdida’, que es como decir la “esperanza” reencontrada.
En la actualidad, empiezo a disfrutar de nuevo de los amigos de aquellos tiempos de estudiantes, al menos de algunos que ya están aquí: de Irma Pujol, Mercedes Eleine González, Waldo González López, Mayra Hernández y Marta Gómez de Melo (a quien la tengo muy presente, a pesar de que se encuentra en Alemania); y asimismo en la Isla ya estoy en contacto virtual con la hermosa y genial Amparito, con el bueno de Roberto y el ocurrente de Juan Nicolás. Recuerdo mucho a Rosendo. Y los cito a medias porque son entrañables amigos, todos, y no quiero complicarles la vida, aun cuando forman parte de una anécdota importante de mi vida a modo de un renacimiento. Recuerdo aquel grupo de la carrera de letras, sí, cuando hacíamos de cada asignatura una fiesta de estudio, de discusiones y asombros; cuando nos reinventábamos en el deslumbramiento de las historias que imaginábamos, o que aspirábamos a escribir, o de cómo tratábamos de convencer a ciertos profesores de que la literatura no tenía nada que ver con lo pacato y estéril del “realismo socialista”; cuando entre todos teníamos una confabulación muy secreta para hacer de nuestras aspiraciones literarias un verdadero, intuitivo y mágico sentido de la libertad de expresión . Algunos de ellos (de ustedes) están aquí esta noche, y me siento entonces como un ser casi perfecto, porque he revivido la amistad, como si estuviera en uno de los jolgorios y festines del Asaselo de Bulgakov, o del gato Popota, o del Maestro y de su hermosa Margarita; como si este lugar fuera hoy una fiesta de sueños que se han convertido en realidad.
Gracias a ustedes, amigos míos, mis libros están buscando su lugar no sólo en la historia de la imaginación lezamiana, o en la cultura mítica colectiva de la que podría hablar Patrick Harpur, o el mismísimo Jorge Luis Borges, con su duda cósmica, los sueños de Dios y los espejos de Carrol, sino que asimismo están buscando su lugar en la realidad corpórea y mental de los seres humanos que gustan palpar poesía, relatos, novelas y ensayos con la imaginación de las lecturas en papel, además de los e-books. Siempre tendré para ustedes un histórico abrazo de agradecimiento.
De hecho, la Seráfica (o sea Marja) está presente, como un gesto imprescindible de mi imaginación, en los cuentos de La noche del Gran Godo a la manera de una joven con las posibilidades de develar una buena parte del submundo de corrupción que ha existido en la Isla durante muchos años, y al mismo tiempo es quien puede comunicarse con un espíritu que viene de los mundos imaginales de Ibn al-Arabi, y que intelectualmente está muy ligado al estudiante Joel Merlín.
De hecho, este espíritu o Hacedor es una entidad que narra siempre, pero al mismo tiempo, aun cuando es invisible, forma parte de las distintas tramas de los relatos y de las novelas, pero en algunos casos de una manera en que pocas veces hace alusión a sí mismo como espíritu, por lo que en una primera lectura solo se percibe como un narrador aparentemente normal, o cuasi omnisciente.
En lo que respecta ya a la realidad imaginaria de Ojos de Godo rojo —la novela que nos ocupa en esta ocasión— es Joel Merlín, asimismo llamado el Estudiante, quien narra su vicisitud al tener que bajar uno de los grandes y tenebrosos túneles que se han construido en la capital de la Isla. Va a entrevistarse con Godofredo Hernández, alias el Godo, presidente de una empresa enorme, inexplicable y desconcertante que domina y controla la vida en el país, en representación de Falexdel el Alto, detrás de cuya imaginación está el Sempiterno. Joel ha bajado a las profundidades para acusar de corrupción al administrador de toda aquella Empresa y descubre que el Presidente o el Godo no es sólo un ser extraño y demoníaco, sino además alguien que pretende lograr que la vida de los isleños se haga dentro de los túneles para dejarle libre la superficie a los turistas extranjeros y de esta manera sacar los dólares suficientes para que el pueblo tenga que sufrir una existencia subterra, por la cual ellos —el Sempiterno, Falexdel, el Godo y todo el régimen de los “históricos”— puedan asegurar el control permanente de la Isla. Un nuevo propósito de esta narración es decir cómo el Godo intenta comprar el alma del Estudiante, para convertirlo en otro Fausto más de los tantos agentes de turismo, delegados, funcionarios y embajadores que la dictadura de la Isla ha enviado al extranjero con el fin de adquirir —de manera muy barata o regalado si es posible— el confort capitalista y, contrariamente, vender bien caras las ideas políticas de un Espejismo, para no decir del Infierno.
A grandes rasgos es la novela de esta noche, Ojos de Godo rojo, la que quiero poner en sus manos y dejar que bata sus páginas, como si fueran alas en busca del espacio libre e imaginativo de los lectores. Gracias a ustedes por escucharme, a mi esposa Gladys que siempre está conmigo para apoyarme, a mi familia y a todos mis amigos profundamente queridos.
Para ustedes, mi abrazo así de grande, en los rotundos asombros de esta noche.