jueves, 4 de noviembre de 2010
A propósito de Barrio Azul
Por Rodolfo Martínez Sotomayor
El tiempo es como un mago que va pulverizando las cosas, la impermanencia es esa ley que nos recuerda que un paisaje dejará de ser, para transformarse en otro sitio ya desconocido.
He subido la loma donde descansa la Iglesia de Jesús del Monte, he visto en ruinas las viejas cuarterías al pie de los peldaños agrietados, donde en el siglo XVIII, fueron condenados a la horca los vegueros que se rebelaron contra el poder colonial.
Unos niños jugaban junto al obelisco que hablaba de la historia, donde la hierba crecida intentaba cubrir todo el espacio posible. Nada me decían aquellas ruinas. Nada que no fuera lo aprendido en textos y ahora evocaba frente a la patética imagen, frente a la decadencia de las calles adoquinadas.
Me adentro en las páginas de Barrio Azul (Editorial Silueta, 2008) y todo cambia. Un niño llamado Tavi mira a través de la ventana la torre de la Iglesia, un carnero muere y arrastra una cruz, resignado al sacrificio. A ese niño lo conocí de adolescente en la novela Sabanalamar, de ella dije que no miramos a Octavio con los ojos del mundo, sino que miramos al mundo con los ojos de Octavio. Ese hecho se repite y se intensifica en Barrio Azul.
Octavio ahora es Tavi y es un niño. Su mirada es ese caleidoscopio con el que observamos, más que los colores, los matices de la vida. Los primeros años de quien vimos padecer en Siempre la lluvia. El mismo que vi aplastado por las circunstancias en Dile adiós a la Virgen.
Tavi ahora va dándole una nueva forma a ese paisaje. Lo acompaño a descubrir la plaza de los Cuatro Caminos. Las paredes vistas en múltiples fotografías de la época toman vida. La literatura retiene el tiempo inexistente como un cinerama. Los lugares y la gente que han partido vuelven allí.
Algo mágico suele ocurrir con la palabra, no sólo embriaga en una prosa poética, no es sólo la forma, el ritmo que atrapa los sentidos y traslada a ese estado de contemplación del intelecto. Con la palabra suele sentirse el olor de las frutas, el ruido de ese hervidero de gente. María Teresa Vera vuelve a pernoctar ese espacio entre sorbos de ron, con su guitarra, eternizando la tonada de Veinte Años. Y renacen los recuerdos de Tavi y con voz del autor cuando nos dice: A mí me encantaba la Plaza de los Cuatro Caminos…….. Los aromas de las frutas se mezclaban; anones, guanábanas, chirimoyas, mameyes y enormes mangos envueltos en papel de China morado. Los pescados estaban vivos sobre la humedad de las tablas y si uno los tocaba se movían. En el hielo estaba el olor del mar.
En Barrio Azul, confluyen los afectos más intensos, la familia es una de esas obsesiones del autor. A veces su escritura, parece un afán constante de atrapar el pasado y traer de regreso a los ausentes. La literatura se convierte en esa realidad alternativa donde nada ha cambiado. La calzada de 10 de Octubre es otra vez Jesús del Monte. La casa de la Cultura de la Víbora es la clínica Lourdes, donde Tavi juega con la estatua de un negrito cargando un farol y custodiando la entrada en ese sitio donde muere su abuela Tata
Nadie nos enseña que la vida concluye, hasta que descubrimos un día la primera muerte, para Tavi, esa realidad se va convirtiendo en un hecho cotidiano. En Barrio Azul, la muerte no es razón para borrar una presencia. Los muertos se integran a los espejismos de Tavi. Su infancia está rodeada de fantasmas, donde hasta los doce vegueros ahorcados son seres omnipresentes que habitan los rincones de Jesús del Monte. La vida es un constante aprendizaje que conlleva la lección de las pérdidas. Barrio Azul es una novela donde la acción es el paso del tiempo, y esa lenta enseñanza, del envejecimiento humano.
El hilo conductor es la belleza, la prueba palpable de que la literatura es un antídoto para el olvido. Nos espera Barrio Azul, el inicio de una pentalogía que nos convida a la aventura de la infancia. Entremos junto a Tavi en ese viaje. Nos esperan el olvido y la calma.
Rodolfo Martínez Sotomayor(La Habana, 1966). Llegó a los Estados Unidos en 1989. Cursó estudios de periodismo en el Koubek Center de la Universidad de Miami. Sus artículos, poemas, cuentos y críticas literarias han aparecido en diversas revistas y periódicos de los Estados Unidos y España. Ha publicado los libros Contrastes (La Torre de Papel, 1996), Claustrofobia y otros encierros (Ediciones Universal, 2005) y la recopilación de textos y documentos Palabras por un joven suicida (Editorial Silueta, 2006). Cuentos suyos han sido incluidos en recopilaciones y antologías como Nuevos narradores cubanos(Siruela, Madrid, 2001), traducido al francés por Edition Metalie, al alemán por Verlag, y al finés por la editorial Like. Otro cuento suyo fue incluido en la antología Cuentos desde Miami (Editorial Poliedro, Barcelona, 2004) y en la recopilación de textos Reinaldo Arenas, aunque anochezca (Universal, Miami, 2001).
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