domingo, 16 de febrero de 2014

Joaquín Gálvez, la poesía sin amarras


 
Por Julio Benítez


Joaquín Gálvez tiene en Hábitat (Neo Club Ediciones, Miami, 2013) un libro particularmente interesante. Es esa voz que se torna universal, que rompe con sus pares los entonces poetas nuevos que por repetición suenan hoy casi viejos en su exceso de veneración por un Lezama o un Eliseo Diego, por citar solo un par de ejemplos. Este poemario nos habla con la voz poética de la universalidad, no de un neo-origenismo.

En Hábitat existe una cadencia, un ritmo que apunta más hacia lo universal que hacia los lastres del país que vio nacer a Gálvez. Reconoce el autor la influencia de una poética norteamericana o inglesa quizá más reciente, que nos recuerda el coloquialismo. Pero no el repetitivo que él, como muchos poetas cubanos, ha tratado de evitar por el cansancio excesivo. Es su poesía una que no desborda emoción pero la contiene implícitamente, en un sentido donde la imagen está siempre ahí, acompañando los versos.

Balada del Purgatorio”, la primera sección del poemario, constituye una apertura hacia los temas centrales que aborda este autor. La Cuba hoy distante está en un cine de La Habana, en la oveja negra como símbolo que toca el desamparo y el recuerdo de quien tuvo que escapar por razones políticas. Aclaremos, no obstante, que no hay nada panfletario aquí, sino evocación de un tiempo que solo queda en la memoria. Esta sección del libro resalta por su ritmo y también por la variedad de temas desde los que el poeta lanza su visión cósmica, su recreación de la mitología griega, de los íconos de la cultura contemporánea, todos referentes nacidos de un acercamiento.

Joaquín Gálvez se declara de algún modo deudor de poetas como Ezra Pound y Robert Frost. En un poema en el que aparecen citas de los dos, se recrea lo que será título del libro y se establecen las coordenadas que indican lo beneficioso que ha sido para el autor el exilio. Efectivamente, es como si rompiera las cadenas, el cordón umbilical con una tradición poética cubana que ya no es la suya.

 “En el archivo del poeta”, la segunda sección, sobresale esa mesura estilística que acompaña a Gálvez. Me resulta particularmente interesante la imagen “…ya es un buen augurio la vecindad de Tartufo en primavera”, que conecta con ese honrado vate cubano llamado Alejandro Fonseca. “¿Otredad?”, una imaginaria conversación de Pessoa con Borges, celebra a los grandes con el tema del tiempo y el poeta. Esta sección cierra con “Ante el poeta de la torre de marfil”, donde la cita de Nicanor Parra nos sugiere su norte creativo.

En “Imitación del Ave Fénix” el poemario se moverá entre el entorno y los recuerdos, como en “Pergamino”, donde no aparece esa resaca dolorosa y romanticona común en muchos poetas cubanos.  La imagen se crece en versos como “el tiempo de las vacas gordas se desinfla en el Puente del Ahorcado”. Secuencia de recuerdos y referentes que nos asoman a su intimidad y su propia herencia cultural. Desde el cine de barrio, la abuela y Arcaño y sus Maravillas hasta los apagones y mosquitos, que cierran con una frase en inglés y vuelven a su hábitat actual.

Es en esta última sección donde Joaquín Gálvez se declara de algún modo deudor de poetas como Ezra Pound y Robert Frost. En un poema en el que aparecen citas de los dos, se recrea lo que será título del libro y se establecen las coordenadas que indican lo beneficioso que ha sido para el autor el exilio. Efectivamente, es como si rompiera las cadenas, el cordón umbilical con una tradición poética cubana que ya no es la suya. Sobresalen temas como el amor a las mascotas, que tanto nos recuerda el respeto por los animales en este, su nuevo entorno.

No espere el lector una obra totalmente perfecta, pero sí mesurada. Como en todo poemario, puede existir algún desequilibrio, como las excesivas referencias en “Orgasmo de Madame Bovary”. Pero aun así la calidad y elegancia de este libro permiten señalar que Gálvez no es un igual porque tiene propia voz, con momentos muy brillantes en el uso del lenguaje. Así sobresalen temas como el holocausto, la guerra o el obituario de un sujeto lírico atrevido que llega a ser casi voyerista. Podríamos citar versos que indican un movimiento del “poeta en versos” al “poeta en actos”, como diría el destacado pensador y crítico Ángel Velázquez Callejas. Definitivamente, ocurre cuando se rompe con el pasado y se avanza un paso hacia el horizonte:

Sentado en los contenes,

cobijándose contra un poste sin alumbrado,

con toda el alma violada por el apagón de un país.

La memoria de esta calle definió mi equipaje.

Crucé un mar

            Dejé trunco este poema.  



Reseña  publicada originalmente en Neo Club Press



Julio Benítez (Guantánamo, 1951) es profesor y escritor. Fue activista de los derechos humanos en Cuba. Ha publicado, entre otros libros, “En Glendale no hay ladrones”, “Las tres muertas de Gurrumina Robinsón”, “La reunión de los dioses” y “El rey mago”. Obtuvo el premio Regino Boti en 1990. Actualmente reside en Los Ángeles, California.








 

1 comentario:

Anónimo dijo...

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