Por Ángel Velázquez Callejas
Toda la crítica intelectual
que se hace para negar la positividad de los riesgos de nuestro tiempo,
proviene de la "izquierda humanista". Todo se reduce a que la inmensa
mayoría de los intelectuales piensa en términos de "mejoramiento
humano", en función de esconder del hombre su costado natural, animal.
Pero en los tiempos que corren al hombre no le interesa ya vivir bajo ninguna
pedagogía basada en una ontología del sujeto en relación al objeto, ni
preocuparse por lo que fue esa metafísica narrativa de los grandes relatos,
sino más bien embellecer y/o eternizar su cuerpo, sacarle el mayor provecho a
su existencia. Esto último se ve correspondido por una época en la que la
tecnología (la biotecnología) y la incesante relación a través de los medias
están motivando un cambio de pensamiento y espíritu.
Al hombre actual no le
interesa mucho que lo eduquen bajo la rancia autoridad de la historia, sino que
se le provea de los medios tecnológicos adecuados para librar una batalla
contra sí mismo, para auto-operarse y cambiarse a sí mismo. El hombre de
hoy (y del futuro), en otras palabras, busca elevarse por encima de sí mismo,
enriquecer su grado de conciencia. Pero no a través de manuales pedagógicos o
doctrinas teológicas, de formulaciones y experimentos nacionalistas, sino por
medio de las nuevas tecnologías y el incremento de la inteligencia artificial.
Si hay un aspecto que clarifica la ruptura de la época del humanismo al
post-humanismo es esta: cada día se vuelve más incesante la participación del
hombre a través de nuevos modos tecnológicos de comunicación y de una ciencia
del conocimiento sobre el cuerpo que advierte, por añadidura, el desarrollo de
la capacidad del cerebro, y estiliza la belleza del cuerpo. Ambas magnitudes
--inteligencia y belleza corporal-- hacen del hombre contemporáneo un ser para
la vida. Un ser, como apreciaba Nietzsche en las postrimerías del siglo XIX,
desconectado de su pasado fetal.
La parodia que hiciera
Enrique José Varona al acápite "El convaleciente", del libro Así
habla Zaratustra, publicada en la revista El Fígaro en 1906 bajo el titulo Algo
que pudo haber contado Zaratustra, puede dar la medida exacta del alcance
del espíritu del siglo entero cubano. Del espíritu intelectual y su decadencia.
El cuento de que un león se fue a vivir a un hormiguero y a la postre huyó por
los cosquilleos de las hormigas, da con la tesis, estrafalaria por cierto, de
que la cubanía solo funciona dentro del espacio de una estricta estructura
social, encerrada en sí misma, de sicología de masas, de pedagogía fetal y de
sumisión al contexto de las instituciones creadas. Qué tan mal tenía leído
Varona a Nietzsche lo demuestra el hecho de que nuestro talento artístico y
pedagógico dependía (depende aún) del miedo a abandonar el refugio de la
envoltura biológica, social y cultural que lo constituye.
Lo ha referido Sloterdijk:
"Cuando Nietzsche habla de superhombre, es para referirse a una época muy
por encima del presente. Él nos da la medida de procesos milenarios anteriores
en los que, gracias a un íntimo entramado de crianza, domesticación y
educación, se consumó la producción humana, en un movimiento que por cierto
supo hacerse profundamente invisible y que ocultó el proyecto de domesticación
que tenía como objeto bajo la máscara de la escuela".
A esa dependencia se reduce
el hecho, planteado en la antropología de Gehlen (El hombre, su naturaleza y su
lugar en el mundo), de que el hombre es un ser deficitario al nacer y necesita
de una creación sobrenatural para sobrevivir. Esa sobrenaturaleza --llamémosla
en términos culturales una técnica humana (un ser que tiende a ser correctamente
gregario por razones de incapacidad individual)-- sirve para protegerlo de los
peligros que emanan de la existencia.
El reducido esquema de la
filosofía pedagógica de Varona, que deja entrever en la conversación de los
animales con Zaratustra, es la misma que en forma socializada ha imperado en el
espíritu actual de la intelectualidad cubana. Para este falso pensador, que
constantemente habla en términos de justicia social y mejoramiento humano, la
creatividad intelectual se reduce a parodiar el esquema positivista del
humanismo de Varona. Lo he visto suceder por estos días como una pedagogía de
la crianza: andan como hormigas para protegerse en la envoltura fetal que le
impone el nacionalismo cubano. Y con esa aptitud regresan a la frase de
Varona que defiende el carácter de sicología de masas en los intelectuales:
"Después de todo, la lógica de los animales no es la lógica de los
hombres, y menos de los precursores del archihombre". El humanismo de las
hormigas no estaría en la fuerza de este último, sino en reconocer siempre la
dualidad del ser, entre lo que constituye su animalidad y lo humano.
Por eso cuando se aparece
en Miami un intelectual que vive en Cuba, el hormiguero nacionalista acude a
sus anchas. Nada mejor que una práctica de la razón cultural en la que queda
establecida per se la comprobación de la sobrenaturaleza deficitaria, de
hormiguero, de una buena parte de la intelectualidad cubana del exilio. Cosa
para pensar, aunque se trata de una realidad que no sorprende.
Publicado originalmente en
Neo Club Press