Por Armando Añel
La poesía es también un acto delictivo. El poeta tiende a sumergirse en ámbitos exteriores y apropiarse de sus interioridades. Roba (lo que todo el mundo puede robar pero pocos tienen la capacidad de robar). Escudriña. Se apropia de lo otro y lo transforma para subvertirlo, o para recrearlo, o para embellecerlo. Lo otro: una mujer, una ciudad, un patio, una muchedumbre o, borgianamente hablando, la forma de la espada.
Esta apropiación de lo desconocido -dando por sentado que no se trata de lo desconocido literario, sino de lo desconocido existencial- pasado por el agua de la creatividad propia; esta delincuencia letrada, perpleja ante el descubrimiento y la apropiación de lo ajeno, resuena y se expande incesantemente. En Trilogía del paria (Editorial Silueta, Miami, 2007), el último libro publicado del poeta Joaquín Gálvez, la palabra alcanza esas alturas y otras muchas, hasta girar sobre sí misma y auscultarse asombrada.
Trilogía del paria recrea unos ámbitos, unas perplejidades, unos desgarramientos ya presentes en otros poemarios de Gálvez. Por ejemplo, en El viaje de los elegidos, publicado en 2005, el poeta se pregunta: "Señor, cuántos demonios tiene el poeta, / que anda con tres piernas, / mira con tres ojos / y ama con cien pechos. / ¿Quién le dio autoridad / para nacer todos los días?".
Estamos ante un ámbito interior recreado en ámbitos ajenos. Ante unos ámbitos ajenos de los que se apropia el poeta. Siguiendo las premoniciones de una lírica cortante, que no retrocede ante la fealdad, o la deslumbrante belleza, de las cosas, Gálvez introduce múltiples universos en su universo, disímiles circunstancias en su circunstancia. El autor, no obstante, no sólo ejerce esta suerte de delincuencia letrada. Es también un orfebre, como demuestran estos versos de Trilogía del paria: "Quién soy, he sido y seré, sino el deseoso habitante / condenado a nunca poblar su sed. / Mas siempre nos vendrá a visitar una lluvia sin nombre / -desposeído diamante del instante- / que entra, en nuestros ojos, entre el abismo y la luz".
Un orfebre que por lo mismo, y a sabiendas de que no carga con el lastre de las deudas generacionales o las tendencias de estilo, se resiste a caer en el facilismo de la escritura críptica. A diferencia de tanto poeta deslumbrado por "la oscuridad de la semántica" -como le ha dado en llamar un amigo, también poeta-, Joaquín Gálvez maneja un lenguaje transparente y organizado, agudo y esclarecedor: para decirlo desde el lugar común, llama a las cosas por su nombre. Y por supuesto, las cosas tienen muchos nombres y ciclos, muchos ángulos y etapas. Porque este último poemario del autor -anteriormente había publicado Alguien canta en la resaca (Término Editorial, 2000) y El viaje de los elegidos (Betania, 2005)- es una suerte de resumen de ciclos, de etapas: un recuento de las paradas de su paso por el mundo: poemas escritos en La Habana (1985-1987), poemas escritos en New Jersey (1993-1995), poemas escritos en la llamada "capital del exilio cubano" (2004-2006). La unidad de estilo e intenciones en Trilogía del paria resulta, sin embargo, inobjetable.
En este libro, pero también en todos los suyos, la poesía de Gálvez constituye una expectación y una sentencia, la letra en ascenso que redondea los espacios, los timbres, la música de las cosas. Desde su salida de Cuba, en 1989, pasando por su estancia en New York hasta fondear en ese puerto ineludible que es para la mayoría de los cubanos Miami, el autor de Trilogía del paria ha estado construyendo una obra que destaca por el poderío de sus imágenes, la riqueza de un lenguaje poéticamente funcional y la circunstancia, incesantemente rescatada, de la otredad, de la diáspora auscultada, de lo ajeno. Lo ajeno, cabe repetirlo, apropiado y recreado -lo ajeno que deja de ser ajeno-, proyectado como la tela al viento de una bandera. Lo diverso, lo diferente, finalmente liberado en el remolino ascendente de las palabras. La letra en espiral. Las cosas por su nombre.
Reseña publicada originalmente en la Revista Hispanocubana.
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