Por Joaquín Gálvez
Tener el coraje de ser
opositor y periodista independiente en Cuba es un acto temerario que por lo
menos te puede llevar a la cárcel. Pero si se es poeta, como en el caso de Luis
Felipe Rojas, y se pretende abordar una realidad sociopolítica con una perspectiva
estética, el riesgo es doble. Y no solo por aquella advertencia de
Heberto Padilla sobre el peligro que corre el poeta cuando confronta la
historia, sino también porque en poesía se requiere una mirada singular para
abordar la misma y evitar caer en el lugar común y el panfleto.
Para dar de comer al perro de pelea (Neo Club Ediciones, Miami, 2013) es un ejemplo de que ningún tema está vedado al poeta , de que éste posee la capacidad de hacerse eco de sus inquietudes –aun cuando las mismas acarreen implicaciones políticas-- y convertirlas en material poético. En tiempos en que muchos poetas cubanos toman distancia de su medio y se regodean con la desvalorización del contenido poético, Rojas ha sido capaz de entregarnos un libro en el que el valor estético exalta el mensaje vivencial. Y esto sucede porque el buen arte tiene la virtud de vencer a la realidad, por muy política y trágica que sea. Acaso la mejor memoria que tenemos hoy de la barbarie de Guernica nos la legó Picasso.
La poesía puede estar
emparentada con otras expresiones artísticas. Los primeros visos vanguardistas
en poesía, Apollinaire se los debe a la pintura cubista. Gracias a la música
afrocubana, Nicolás Guillén nos puso a bailar con sus versos. En este
libro de Luis Felipe Rojas, la imagen visual de medios como la fotografía
y el internet, aparentemente difusa por los aderezos de la palabra hecha metáfora,
es la que predomina. Sin duda, los años en que Rojas tuvo un ordenador y una
cámara fotográfica para llevar a cabo su labor de periodista independiente en
Cuba le sirvieron para escribir un libro que en mi opinión representa una
estética del reportaje por medio del lenguaje poético.Para dar de comer al perro de pelea (Neo Club Ediciones, Miami, 2013) es un ejemplo de que ningún tema está vedado al poeta , de que éste posee la capacidad de hacerse eco de sus inquietudes –aun cuando las mismas acarreen implicaciones políticas-- y convertirlas en material poético. En tiempos en que muchos poetas cubanos toman distancia de su medio y se regodean con la desvalorización del contenido poético, Rojas ha sido capaz de entregarnos un libro en el que el valor estético exalta el mensaje vivencial. Y esto sucede porque el buen arte tiene la virtud de vencer a la realidad, por muy política y trágica que sea. Acaso la mejor memoria que tenemos hoy de la barbarie de Guernica nos la legó Picasso.
Este libro tiene una virtud que resulta paradójica, pues colinda esa imagen de lo visual con los elementos alegóricos de la expresión poética, los cuales a veces pueden parecer intrincados y oscuros, pero dejan abierta una rendija a la imaginación y la sugerencia. La palabra bordea la realidad, la insinúa como una mueca, la retrata y la quiebra a la vez, símbolo de la destrucción y la dicotomía insular. Pero siempre con una mirada introspectiva, y esta subjetividad le permite una retrospectiva histórica en la que el pasado no deja de asomarse al presente con imágenes que revelan también su inquietud como ente social, tal como se expresa en uno de los poemas: “pero tendrán que venir por mí, tendrán que esperarme a la vuelta de mis fantasmas”.
Alguien le ha dado de comer al perro de pelea y ha tenido que cruzar las alambradas. Walker Evans ha sido testigo de estos hechos en Cuba y nos deja testimonio con su lente fotográfico. Allen Gingsberg ha visto esas fotos y ha escrito un segundo Aullido.
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Palabras de presentación del poemario, viernes 5 de abril de 2013, en La Otra Esquina de las Palabras
Palabras de presentación del poemario, viernes 5 de abril de 2013, en La Otra Esquina de las Palabras
Publicado originalmente
en Neo Club Press
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