lunes, 3 de junio de 2013

Palabras para retratar al perro de pelea


 
Por Joaquín Gálvez

Tener el coraje de ser opositor y periodista independiente en Cuba es un acto temerario que por lo menos te puede llevar a la cárcel. Pero si se es poeta, como en el caso de Luis Felipe Rojas, y se pretende abordar una realidad sociopolítica con una perspectiva estética, el riesgo es doble.  Y no solo por aquella advertencia de Heberto Padilla  sobre el peligro que corre el poeta cuando confronta la historia, sino también porque en poesía se requiere una mirada singular para abordar la misma y evitar caer en el lugar común y el panfleto.

Para dar de comer al perro de pelea (Neo Club Ediciones, Miami, 2013) es un ejemplo de que ningún tema está vedado al poeta , de que éste posee la capacidad de hacerse eco de sus inquietudes –aun cuando las mismas  acarreen implicaciones políticas-- y convertirlas en material poético. En tiempos en que muchos poetas cubanos toman distancia de su medio y se regodean con la desvalorización del contenido poético, Rojas ha sido capaz de entregarnos un libro en el que el valor estético exalta el mensaje vivencial. Y esto sucede porque el buen arte tiene la virtud de vencer a la realidad, por muy política y trágica que sea. Acaso la mejor memoria que tenemos hoy de la barbarie de Guernica nos la legó Picasso.  
La poesía puede estar emparentada con otras expresiones artísticas. Los primeros visos vanguardistas en poesía, Apollinaire se los debe a la pintura cubista. Gracias a la música afrocubana, Nicolás Guillén nos puso a bailar con sus versos.  En este libro de Luis Felipe Rojas, la imagen visual  de medios como la fotografía y el internet,  aparentemente difusa por los aderezos de la palabra hecha metáfora, es la que predomina. Sin duda, los años en que Rojas tuvo un ordenador y una cámara fotográfica para llevar a cabo su labor de periodista independiente en Cuba le sirvieron para escribir un libro que en mi opinión representa una estética del reportaje por medio del lenguaje poético.

Este libro tiene una virtud que resulta paradójica, pues colinda esa imagen de lo visual con los elementos alegóricos de la expresión poética, los cuales a veces pueden  parecer intrincados y oscuros, pero dejan abierta una rendija a la imaginación y la sugerencia. La palabra bordea la realidad, la insinúa como una mueca, la retrata y la quiebra a la vez, símbolo de la destrucción y la dicotomía insular.  Pero siempre  con una  mirada introspectiva, y esta subjetividad le permite una retrospectiva histórica en la que el pasado no deja de asomarse al presente con imágenes que revelan también  su inquietud como ente social, tal como se expresa en uno de los poemas: “pero tendrán que venir por mí, tendrán  que esperarme a la vuelta de mis fantasmas”.

Alguien le ha dado de comer al perro de pelea y ha tenido que cruzar las alambradas. Walker Evans ha sido testigo de estos hechos en Cuba y nos deja testimonio con su lente fotográfico. Allen Gingsberg ha visto esas fotos y ha escrito un segundo Aullido.

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Palabras de presentación del poemario, viernes 5 de abril de 2013, en La Otra Esquina de las Palabras

Publicado originalmente en Neo Club Press

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