Por Félix Luis Viera
Este poemario de Magali Alabau (Cienfuegos, Cuba, 1945) viene a demostrar, de nuevo, que resulta una tontería eso de dividir, o peor: separar, la literatura escrita por hombres y mujeres. Como las buenas poetas, Alabau no escribe ni como las mujeres ni como los hombres, sino como los seres humanos, digamos.
Este poemario de Magali Alabau (Cienfuegos, Cuba, 1945) viene a demostrar, de nuevo, que resulta una tontería eso de dividir, o peor: separar, la literatura escrita por hombres y mujeres. Como las buenas poetas, Alabau no escribe ni como las mujeres ni como los hombres, sino como los seres humanos, digamos.
Encontramos en este libro
que, luego de 40 años sin visitar su país natal, la poeta, luego de que Dejé
mi disfraz para adquirir otro, vuelve a su tierra y encuentra que me
quitaron/ lo irremplazable, o que Una vez más entré a los patios/ de
verdes plantaciones,/ del sol cubriendo/ la explanada, o el lamento Cuántos
lugares he perdido,/ cuánto tiempo merecedor de algún recuerdo, /cuántos
trapos/ pegados a palabras, y así Volví,/ fui a revisar/ lugares, intersticios,/
lagunas/ olvidos, escuelas/ maestras y recuerdos. Pero este no es el libro
solamente de “volver”; lo es además, en mi opinión, del irse y regresar. El
retorno a la Isla será el que detona la eclosión poética, pero los poemas —o el
poema, porque viéndolo bien Volver es un solo poema, desgarrado,
desgarrador— van más allá, al exilio, a la soledad, a la batalla por la
supervivencia de alguien, aún muy joven, en una tierra extraña y fría, ¿Tuve
un nombre?/ ¿Un apellido?/¿Una dirección completa?/ Solo soy un cadáver vivo/
que abre sus ojos dentro de las cajas/ en esta fábrica de trenes,/ en este tren
amargo,/ en este charco de agua, o El tormento/ de cada mañana,/ ir a un
lugar donde el gesto/ resalta mi extrañeza.
Volver es un poemario escrito más
bien en un tono de confesión, que por lo mismo, no deja de ser un testimonio,
una conversación a solas, una evocación interminable, diríamos, aun cuando se
valga en ciertos momentos de lo epistolar (¿todos estos factores no se
relacionan?): En tu carta mencionas/ que se derrumbó el techo del
edificio,/que mató al perro del vecino. /Mi hermana, lo único que nos dio
tiempo/ fue a persignarnos y bajar las escaleras. No voy a decir que la
poeta así se lo propuso, porque los poetas no se proponen nada, o acaso muy
poco, a la hora de abordar un asunto o un tema; eso sale, sale así por un orden
y una orden que está más allá de la concepción anticipada, hasta cuando hay
concepción anticipada. De modo que sería ese latido o esa explosión interior lo
que llevó a la autora a utilizar con constancia versos cortos y cortantes,
crispados: ¿Cómo puedo quitarme/ esta idea de que estoy de más,/ que sobro. O
No sé quién soy/ despierta ni/ dormida., o Como un árbol marcado/
esperando la herida/ estoy ya sin moverme.
Volver es asimismo el poemario de
la estoica y, algo raro, de la inconforme; es decir, se resiste frente al
embate del entorno (¿del Destino?) pero a la par denuncia a este; esto es, el
juego irremisible se lleva a cabo bajo protesta: Aquí está la tinta, señala
la fuga./Aquí tengo el aire que no puedes rajar./Aquí tienes la noche que no
puedes dormir. O Los datos existen en la comisaría del estado/ donde
declaré medio dormida/ que el Benadril no mata/ que la tinta roja no mata,/ que
las pastillas no matan/ al que quiere vivir.
Aunque en este poemario en
una y otra página se aborda, con cierto candor, digamos, lo inmediato, lo
cotidiano, en mi opinión sus versos no se relacionan con lo que se ha llamado
Coloquialismo. Ni siquiera en la prosa poética que corre de la página 44 a la
45 —paradigma de la paranoia—: el terror ante el regreso a la isla-cárcel,
donde, sin embargo, queda escrito: Las maletas que llevo tienen flores
húmedas, arroz cálido para pájaros que no vuelan.
La catarsis emerge en
varios de los textos, o sería mejor decir en algunos fragmentos del poema Volver,
y casi siempre de la mano de otro de los elementos que lo distinguen: la poesía
narrativa: Sister Reparata,/ la más vieja,/ arrastraba/ el rosario como un
péndulo, su rictus de hiel y de amargura/ buscaba el perdón entre los pasos. O
este otro ejemplo: La Habana sabe a guagua sudorosa/ cuando pierdes las
cuerdas y caminas/ resignada a la obediencia/ entre pasando monumentos a los
héroes/ que están siempre al acecho.
Agradezcamos a la Editorial
Betania por su acierto de publicar estas 77 páginas de excelente poesía, donde
reza: Le herida que no cierra,/que circula en el cuerpo,/ que demarca
viajes,/ peripecias y olvidos
Félix
Luis Viera es poeta, cuentista y novelista, nació en Santa Clara, Cuba, el 19 de
agosto de 1945. Ha publicado, entre otros libros, las novelas Con tu vestido
blanco (Premio Nacional de Novela de la UNEAC 1987 y Premio de la Crítica 1988.
Ediciones Unión, Cuba), Serás comunista, pero te quiero (1995, Ediciones Unión,
Cuba), Un ciervo herido (Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2003) y la
noveleta Inglaterra Hernández (Ediciones Universidad Veracruzana, 1997. Reediciones 2003 y 2005).
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