domingo, 26 de mayo de 2013

La poesía de Joaquín Gálvez: una discusión de su territorio





Por Adriana Herrera, Especial/El Nuevo Herald

Jueves, 22 de mayo de 2008


Este sábado, el círculo de lectura de West Kendall Regional Library, discutirá lo poético de Trilogía del paria, el más reciente libro del cubano Joaquín Gálvez, nacido a mediados de los sesenta y quien no en vano ha dedicado tres décadas de su vida al oficio de encontrar el verdadero nombre de las cosas a través del poema. Tenía 19 años cuando abandonó sus estudios de medicina, hastiado de un entorno asfixiante buscó refugio en S.O.S., un grupo cultural independiente al que pertenecían otros poetas jóvenes de la época como Ernesto Olivera, que era, como él, de Guanabacoa. En esa época, iluminado por la voz tierna y oscura de César Vallejo --que le dejó como impronta su sombra y la presencia desamparada de la lluvia que una y otra vez cae en el espacio de sus poemas-- creyó posible intentar una transformación en la vida social de la isla.
''En 1989, en plena época de la Perestroika, nos dimos cuenta de que no era posible'', recuerda. S.O.S, fue desintegrado, entre otras razones, bajo la acusación de que algunos de sus miembros escribían una poesía contrarrevolucionaria por nihilista y desesperanzada. Algo que no era del todo exacto. Si ciertamente Gálvez escribía amparado por el espejo de Vallejo que entonces era para él el gran poeta del dolor humano, no era menos cierto que su poesía conservaba un reducto de esperanza, un espacio donde la compasión humana era tan profunda que colindaba incluso con una forma de religiosidad. Pero abandonar Cuba para desembocar en New Jersey, donde conoció las implacables horas grisáceas en una fábrica de relojes, no constituyó tampoco el hallazgo de un territorio más humano.
Su primer libro, con algunos poemas escritos en la isla y que jamás habrían sido publicados, y otros surgidos de la experiencia del exilio, configura precisamente ''el símbolo de la otra orilla que se busca y a la que nunca se llega. En él plasmó la negación de la utopía, la comprensión de que el arte es la única llegada, el solo territorio utópico posible''. En medio de la desolación y el desarraigo, el canto es la única llegada posible. De ahí, el título: Alguien canta en la resaca.
Después de esa etapa, cuando el poeta emprendió de nuevo la peregrinación hacia otro lugar --Miami-- con su esposa Aida, y sus dos hijos --Rolando y Alejandro-- a quienes dedica El viaje de los elegidos, fue cada vez más clara la comprensión de que en la invención del destino existe siempre la posibilidad de elegir y la poesía, quizás por encima de otras opciones, puede transformar la existencia. Por eso toma el epígrafe de Cavafis, poeta griego, Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado/ Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,/ entenderás ya qué significan las Itacas-- para introducir al lector en un viaje que no conduce a ninguna parte, pero le revela la invisible voz de la poesía.
Desde ahí escribe: Toda voz es continuación/y regresión de una misma voz, de la que no hallamos su raíz primera./ La única voz original es el silencio. Y no obstante, por su voz transitan Huidobro, Ezra Pound y T. S. Eliot, incluso con sus épicas de un mundo que se precipita hacia la nada. Cuando llegue el tiempo --si algún día llega-- en que el hombre desaparezca de la faz de la Tierra/ la soledad, nuestra cotidiana compañera,/ comenzará a conocer su propia soledad./
En Miami, dejó la ruta de las fábricas y los trabajos en edificios, para obtener una licenciatura en Humanidades de Barry University, trabajar como bibliotecario y adelantar un máster en literatura en la Universidad Internacional de la Florida. No obstante, como revela su último libro, Trilogía del paria (Editorial Silueta, Miami, 2007), la sombra del exilio no tiene que ver con la nostalgia de una tierra, sino con la condición del hombre que recorre la geografía de la existencia bajo el acoso de la muerte y la conciencia de que no hacemos otra cosa que ``poner un rostro (provisional) en el vacío''.
En medio de todos los destierros, Joaquín Gálvez afirma, como Miguel Hernández en los poemas, la certidumbre que proviene del amor y lo hace de un modo decantado donde se advierte la presencia poderosa de la poesía: Precisamente aquí (no en las páginas del esplendor),/en un ámbito oscuro/ --¡tu cuerpo!-- / descubrí yo la luz. Del mismo modo en que su palabra se inclina siempre ante el silencio con la conciencia de que sólo éste posee ''el vocablo absoluto'', construye un reino donde cada edificio ha sido creado con una argamasa común: la tierra que se deslizó cuando se precipitaron en la nada las utopías, y las manos que a pesar de todo insisten en fraguar mundos.*

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