Por Manuel C. Díaz
Especial/El
Nuevo Herald
Al fin, 13 años
después, Abreu retorna con un nuevo poemario. Y lo primero que debe decirse es
que la espera valió la pena. En efecto, De vuelta (Linkgua, 2012) es un
libro que no parece haber sido escrito con palabras, sino bordado con imágenes.
Metáforas en forma de lacerantes preguntas; tropos que parecen ser respuestas
pero que no son más que terribles confesiones. Es imposible no advertir el
desaliento que crepita en algunos de sus poemas. Como en La muerte
adolescente, cuando dice: Las flores, como la vida, ya no huelen a nada.
En el titulado Miércoles de ceniza se nota la tristeza que provoca la
pérdida de un familiar o de un amigo: El viento arranca las flores del
mangal./ Hace una corona gigantesca que flota/ y se deshace sobre mi barrio./
Yo vengo por el trillo de la iglesia,/ cabizbajo, en silencio./ Todos los
muertos me cuelgan de la frente. Hay otros en los que la cotidianeidad se
convierte en poesía: Yo recuerdo/ cuando/ la carne era una columna/
horadando arcos bizantinos,/ callejones desiertos sobre aguas inquietas.
De vuelta es un libro contundente. Sin asideros. Y
signado por la desesperanza. La mayoría de sus poemas están envueltos en un
manto de oscuras pesadumbres; sobre todo los más biográficos. En ellos, la
muerte es una constante en la indagación existencial de su autor. Para Abreu no
hay redención posible. Tampoco la busca, claro. Nada alivia su desconsuelo; ni
siquiera haberle dicho adiós a la Virgen. Ya los paraísos, en esta etapa de su
vida, le resultan artificiales; las hipérboles también. Ahora solo quiere saber
dónde están las tumbas de sus poetas amigos. O la suya propia. Abreu Felippe
jura no saber dónde están. Pero promete seguir buscándolas. Para eso ha
regresado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario