domingo, 30 de diciembre de 2012

Tres poemas de Alejandro Fonseca


 
 
UNA SOPA PARA METER LOS OJOS    


                     A  M. D. Martínez.


Una constancia de pajarracos
regresa en la punta de los navíos:
poblaciones de siluetas atesoran
algarabía de que es probable lo perenne.
Las aguas revientan huellas de animales
acantilados, humo resbaladizo
bastiones escondiendo golpes:
muertos que no tuvieron una sopa
donde meter los ojos, ni el cristal
que aun padece la mirada circundante.
La riqueza de seguro llegará
pero tarde a la carne del espíritu.
Andaremos trasladados: ostracismo
y ademán desfallecido que no vacila
en el estertor bordeándonos.
Países de luces se esconden.
Puertas hundiéndose en la orilla
Su desacato trasmite relumbres.
Y será otro el Almirante que regrese:
ansiosa la desnudez del marinero
ofreciendo sus malabares.

OBLICUO


Nada mejor que lo oblicuo
de palabras que ilustran, arrastran
el sonido hacia otro combate
que absorbe una demencia circular.
El perro adyacente escucha:
instalaciones del paisaje que ennegrece
deseo que se inocula en el olfato.
Si los sargazos penetraran jardines
tendríamos evidencia crucial de las islas
banderas que el aire distrae
frente a la biografía de patéticos telones.
Entre la luz y el derrumbe, el rostro
hispánico se descubre en los barcos
entre gritos de pájaros en picada.
La noria nos distrae, especulaciones
el mismísimo discurso sobre la piedra
que se niega a recomenzar su trayectoria.
Sombras de rapiña podrían extenderse
por el devaneo de una estética que guinda:
almanaque que encharca la memoria.
El animal ya difuso irrumpe con palabras
repite su visita, extrae la luz de la luz:
apenas conocemos belleza de la tundra.


ASUNTOS DE GOBIERNO

Ningún camino camina hacia el país
que reparte ojerizas en la cabeza del otro.
Se esconde entre cortinas el mandatario
para no estar a la hora en que sólo ruge el diluvio.
Sentirse libre, músico, ausencia diurna
que se puede zarandear: ventanas de la poetisa
que entre yaguasas y jardines edulcorados
compartía un idioma, perdices y el mapa pertinaz
que guindaba en los escombros encumbrados.
Lejos patología y pobreza, misceláneas y desencuentros
con el fauno que predice: parecen asuntos de gobierno
licuándose: lugares comunes de ríos que amenazan.
Se estrella el azul con el azul, ninguna migaja traspasa.
Una hora se rasca con la otra gritando denuncias.
Las esquinas del muro padecen vigilancia.
Ni un ave se desintegra en los caminos: sabana
agredida por el pésimo gusto que el azúcar nos produce.
Un perímetro nos hunde, ausencia de rapiñas por el cielo
las casas inundadas, el placer de un descalzo calabozo.
Es una manía extirpar la pequeñez de los animales.


 

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