Conocí a Lilliam en La Habana a principios de los años 60, cuando ambos éramos muy jóvenes y queríamos darnos a conocer como escritores. Después, en este medio siglo transcurrido desde entonces, nuestra amistad se ha reafirmado y nuestro intercambio se ha enriquecido. Presentarla esta noche es para mí un honor, una satisfacción excepcional: una ocasión de manifestar el respeto y la admiración que siento por su obra literaria; pero también es algo más: un festejo de familia. Con Lilliam no me unen vínculos de parentesco, sino lazos de otro tipo de familia, una familia que se basa en la hermandad de espíritu y en las convicciones comunes con respecto a la creación artística y a la misión del escritor. Una familia más natural y constante, que nunca se define en unos días ni en unos meses, sino que crece muy despacio, durante largo tiempo, sobre vivencias esenciales y entrañables.
Muchas de esas vivencias que tenemos en común ocurrieron, como es usual entre cubanos de hoy, en el terreno donde los poderes políticos asestan sus conocidos zarpazos. También a ella esos poderes trataron de imponer una conducta falsa, una identidad mutilada. Ante esa hostilidad de quienes prevalecen por la fuerza de las armas o por la demagogia, o por otros métodos más viles aún, Lilliam ha adoptado siempre una actitud ecuánime, diáfana, limpia: se ha puesto sin vacilaciones del lado de la verdad, de la bondad y la esperanza, no del lado del egoísmo ni del resentimiento y la frustación. Es decir, ha buscado salvarse en la dignidad de la palabra, en la expresión genuina y honesta, que sólo nace de la libertad y se nutre de la libertad. Nunca se ha dejado llevar por el rencor, muy humano pero a menudo estéril, ni por la amargura, que tanto puede corromper o lastrar al individuo; no, ella ha encontrado refugio en la palabra plena, digna, en su belleza y sus conquistas permanentes.
La obra de Lilliam Moro es un buen ejemplo del valor de la expresión literaria como manifestación de resistencia: su poesía y sus narraciones siempre han reclamado un puesto en el enfrentamiento con la Historia, pero han ocupado ese puesto sin aspavientos ni estallidos, con un lenguaje firme y sosegado, con una claridad que proviene de la firmeza y de la magnanimidad. Su actitud no es un rechazo a la necesidad de señalar el crimen; es, por el contrario, una manera habilidosa de lograr que las dimensiones monstruosas de ese crimen queden a la luz, patentizadas en imágenes certeras e indelebles. La suya es una batalla a largo plazo; su obra mira a lo lejos, con la frente en alto, sin temor, y se enfrenta airosa a las siniestras fuerzas que han intentado aniquilarla. Su voz nos trae un canto a la nobleza y a los demás valores positivos de la criatura humana, que son intemporales por definición, y por lo tanto indestructibles.
Reinaldo García Ramos
[Texto leído el viernes 10 de agosto de 2012 en el Café Demetrio, de Coral Gables, Florida, para presentar una lectura de Lilliam Moro]
LILLIAM MORO nació en La Habana en 1946 y salió de Cuba en 1970 hacia España.Estudió en la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana. Perteneció al grupo de jóvenes escritores de las Ediciones El Puente.Ganó el Primer Premio de Poesía en Concurso celebrado entre las Escuelas de Letras de las Universidades de La Habana, Las Villas y Oriente, con su poemario El extranjero, en 1965. Participó en el primer recital de poesía y canciones de feeling que tuvo lugar en El Gato Tuerto en 1964.Publicó críticas literarias y poemas en el periódico El Mundo, y en las revistas Unión, La Gaceta de Cuba, Bohemia y Casa de las Américas durante la década de 1960. Ha publicado los poemarios La cara de la guerra (Madrid, 1972), Poemas del 42 (Madrid, 1989), Cuaderno de La Habana (Madrid, 2005), y sus poemas han aparecido y han sido comentados en diferentes antologías, publicaciones periódicas y ensayos de España y Estados Unidos. En la boca del lobo obtuvo Premio de Novela en Madrid en 2004
1 comentario:
Grato, muy grato saber de la amiga Lilian Moro y que siga en buena lid con las palabras que tan bien maneja. Saludos. Alberto Lauro
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