sábado, 28 de abril de 2012

"Los naipes en el espejo", de Armando de Armas: fotos y palabras de presentación



Los naipes en el espejo

Por Joaquín Gálvez
Cuando mi amigo Armando de Armas me pidió que presentase su libro Los naipes en el espejo, yo le sugerí otros presentadores, escritores que ya lo han leído y que han escrito brillantemente sobre esta obra ensayística. Tengo que confesar que aún no he leído esta última entrega suya, pues, como coordinador de esta tertulia, espero a que el autor invitado me obsequie su libro. Por lo que aclaro que se trata de la presentación de un libro no leído. Sin embargo, aun cuando no leyera Los naipes en el espejo, puedo decir que conozco muy bien su meollo, el cual radica en la vocación política de su autor.
Tomando como base la política norteamericana, Armando de Armas se declara republicano, conservador y de derecha. Pero cómo reaccionaría Rick Santorum y Pat Robertson si leyeran su novela La tabla, en la que su alter ego, Amadis, participa en varios de los pasajes orgiásticos que la distinguen. No sería exagerado pensar que, si dicha obra alcanzara la lectura de esos dos republicanos ultraconservadores, se correría el riesgo de un retorno al proceso de "Las brujas de Salem", si el mismo dependiera de sus gestiones.
Dado este matiz, aparentemente contradictorio del autor de Los naipes en el espejo, ¿podemos entonces calificarlo de liberal en la acepción norteamericana del término?  Tampoco lo creo, sería como irnos por la tangente, pues de Armas es un desmitificador  de lo políticamente correcto, impuesto por esa corriente liberal del partido demócrata en los Estados Unidos; un defensor de la identidad del individuo frente a las fuerzas del espíritu colectivista y estatista. Precisamente, Los Naipes en el espejo es un libro que trata de deslindar ciertas creencias populistas en la sociedad norteamericana actual. Un ejemplo de ello son los logros sociales que se le atribuyen únicamente al partido demócrata y que han creado una imagen estereotipada a su favor, la cual soslaya muchas de las iniciativas y logros del partido republicano en este aspecto.
“Me contradigo, sí, me contradigo…”, alega Whitman en su Canto a mí mismo. Y esas contradicciones que conforman el pensamiento y personalidad de Armando de Armas hallan una respuesta lógica en su identidad como individuo, a la que le concede espacio y sostén un sistema democrático. Si existe algo que sirve para medir la utilidad del estado es su capacidad de proteger los derechos del individuo por medio de una constitución; en este caso, el derecho a expresar sus opiniones políticas, por muy singulares y controversiales que sean.
Armando de Armas se identifica con el ala conservadora del partido republicano; digamos que con su agenda fiscal, tal como la del Tea Party,  y con varios de sus fundamentos sociales; pero no está obligado a comulgar con los preceptos moralistas de la corriente republicana de la que forma parte la Coalición Cristiana.  Es decir, de Armas se considera republicano y de derecha, sin que esto implique que se le deba exigir que sea un Santorum, que en cualquier idioma significa  santurrón.
Armando de Armas, en su libro Mitos del anti exilio, disecciona sobre el llamado exilio cubano de derecha, viejo estigma propagandístico esgrimido por el régimen castrista. Paradójicamente, esos nombrados derechistas del exilio han coincidido con el gobierno de La Habana en la práctica de legendarios métodos de izquierda, pues tanto uno como el otro provienen de la misma matriz política.  De Armas hace un estudio exhaustivo de la tradición de izquierda en la historia de Cuba y su consiguiente continuidad en el exilio, abundando en el talante de izquierda de la dictadura de Fulgencio Batista y en esa prolongación del movimiento 26 de Julio que, en su versión exiliar, es Alfa 66. 
Armando de Armas es un hombre de convicciones políticas y no teme a que lo tilden de derechista dentro de un medio intelectual predominantemente de izquierda como es el cubano. En la convivencia de la otredad está la clave de la subsistencia  de la democracia.  Por eso debe ser una aspiración para la nación cubana que un día desaparezca la práctica de todo maniqueísmo político por causa del cual se tiende a demonizar al adversario político.  De hecho, esa tentación antidemocrática puede manifestarse hasta en el nombramiento, de tono peyorativo, de un bando al otro (“derechistas”, a los de derecha; “izquierdistas”, a los de izquierda). Basta con saber que en ese mismo tono al primero lo pueden confundir con un fascista, y al segundo con un comunista. 
Como estudioso de la  política y la realidad cubanas, quizás de Armas les deba a sus lectores un libro que indague sobre las causas socioculturales del fracaso de la democracia en Cuba, más allá de políticas de izquierdas y de derechas, tal como lo hizo en su tiempo otro pensador conservador cubano, Raimundo Menocal y Cueto. Aprovecho esta ocasión para retarlo a que emprenda esta tarea, dado su interés a que los cimientos de la democracia se levanten sobre suelo firme en la Cuba del futuro.  
Armando de Armas es uno de nuestros grandes polemistas: no se amilana por la crítica ni por la reacción coral de los que se escandalizan al leer o escuchar sus ideas políticas. Acaso porque es también un provocador que quiere subvertir los moldes del pensamiento común, enraizados en esas fuerzas del espíritu colectivista  contra las que combate con tanto denuedo. No nos sorprendería entonces que de Armas -a tomar, si es necesario- lance sus dardos escriturales contra viento y marea y sin temor a equivocarse, pues aun así ha logrado dar en el blanco del debate en tiempos en que su país se sume en la apatía política. Como Antonio Machado, de Armas sabe que un pueblo no puede vivir de espalda a la política, ya que siempre existe la posibilidad de que cuando un ciudadano no haga política, otro lo haga en su contra.   
Podemos o no estar de acuerdo con las ideas políticas de Armando de Armas, pero de lo que sí estoy seguro es que las páginas de este libro no los dejarán indiferentes, que al menos provocarán más de un sobresalto a la luz de su criterio. Busquemos no solo las coincidencias sino además las diferencias en pleno ejercicio de la sanidad intelectual. Los invito, pues, a que sigan mi ejemplo y se entreguen a partir de hoy a la lectura de Los naipes en el espejo.

Café Demetrio, Coral Gables, 27 de abril de 2012


3 comentarios:

Anónimo dijo...

El caballero Armando esta en el medio de todo, pero al margen, siempre independiente y lleno de sorpresas.

Anónimo dijo...

En la convivencia de la otredad está la clave de la subsistencia de la democracia. Por eso debe ser una aspiración para la nación cubana que un día desaparezca la práctica de todo maniqueísmo político por causa del cual se tiende a demonizar al adversario político. De hecho, esa tentación antidemocrática puede manifestarse hasta en el nombramiento, de tono peyorativo, de un bando al otro (“derechistas”, a los de derecha; “izquierdistas”, a los de izquierda). Basta con saber que en ese mismo tono al primero lo pueden confundir con un fascista, y al segundo con un comunista.
Amigo Joaquín, lo felicido por esa lucidez. Este juicio me encanta.
Saludos
Rodolfo

Joaquín Gálvez dijo...

Gracias, Rodolfo, por leer el texto. Es esperanzador el hecho de que existan cubanos que aboguen por esa convivencia de la otredad.

Saludos,

Joaquín