sábado, 4 de febrero de 2012
Cuatro poetas en La Otra Esquina: fotos y poemas
CARTA A MI MADRE
Madre, si vieras como han crecido las isoras.
El rosal tiene dos rosas.
(A Nicolás le han salido los dientes y ya gatea.)
También tiene luz el sol, anochece, llueve, escampa
y los autos se detienen - casi siempre - en las luces
rojas.
Madre, llega correo a tu nombre
y lo coloco en tu escritorio, nítidamente,
como si fueras a regresar de unas vacaciones.
Aún me salta el corazón si suena el teléfono
de madrugada o si escucho en las calles
la sirena de una ambulancia.
Me apuro en las tardes para llegar a tiempo a la cena
y hay tantas cosas que a cada rato
te quisiera contar...
Madre, la casa está llena de tus pasos y tu voz,
y hasta el tintineo de aquellas medallas
que prendías a tu ropón cuando yo era niña,
hiere el silencio.
La vida sigue y no estarás ya nunca más.
Yo misma cerré tus ojos
e hice que te vistieran bien elegante
para el viaje final.
Te vi en tu ataúd, serena y hermosa.
Y llevo flores todos los sábados
a la tumba donde descansas junto a mi padre
y que tantas veces visitamos las dos.
Todo es tan confuso, Madre.
Sé que no volverás y todo te espera.
Todo está dispuesto para tu regreso.
Lavo con esmero las cazuelas
para que las encuentres relucientes.
Y riego las malangas y las arecas.
Si vieras, Madre,
como han crecido las isoras.
Y el rosal tiene dos rosas.
Cuando marcho me despido
y le tiro besos a tu foto
cuando llego, al igual que tú hacías
con tus muertos, y yo me reía entonces
tanto como ahora te comprendo.
Todo es tan confuso, Madre.
A veces me siento sola,
perdida, huérfana,
con el cordón umbilical
cortado de tajo, sangrante
y largo, al punto que me enreda;
otras veces recuerdo tu último suspiro
-- el largo suspiro de la muerte--.
Me pareció entonces,
y ahora a veces aún me parece,
que me tragabas,
que me devolvías a tu vientre
a tu centro.
Madre, la vida sigue.
A Nicolás le han salido dos dientes.
Ya se sabe parar y gatea.
No sé si nos verás, Madre,
parecemos unos náufragos
sin barcos ni velas.
Voy al trabajo, me levanto, me acuesto.
como, bebo, escribo, hablo, rezo.
También lloro, Madre.
Es un llanto tonto y bueno.
Por tantas cosas que quisiera decirte
y no puedo, como, por ejemplo,
lo hermosas que están las isoras y las rosas.
Y que ya han cambiado la hora
Y nadie ha encendido las luces
cuando regreso a la casa
oscura, y sola.
Uva de Aragón
LA SED
Es la insaciable sed
del leño, del polvo, del peñasco.
Del que ha pisado agujas y desnudado inviernos.
Del paria o peregrino
que al hombro lleva su transmutado ser,
su sangre y su semilla.
La sed de las cenizas y la arena.
La que sube a los ojos y a la boca
y nos transita
arañando la piel y lastimando ausencias.
Ésa que fija al paladar la lengua descreída
sin dejar que se aviven en temblor
o en chispazo de luz, la voz
y la palabra.
Hoy le pregunto al tiempo y al oráculo
quién me niega la fuente, el cuenco de agua
que la espante.
Quién me condena a esta sed oscura,
a esta espera inhóspita, a este llevarme
al hombro como si yo y los otros
y todo lo que cargo fuera resto,
lodo, esquirlas o el fardo exacto
que me sobra.
Y me rehuye el tiempo. Y todo a gritos
me condena a esta insaciable sed
de leño, de polvo, de peñasco.
Amelia del Castillo
LA CASA ILUMINADA
A mi madre, a mi hermana, a René mi tío.
Todo vuelve al pasado
cuando la muerte aúlla
y el crepitar de los días
se deshace en cenizas.
Vuelven las mismas voces
vagando en la memoria
llenando en las estancias.
Y aquella casa
-viva para mí de nuevo-
de pronto se ilumina.
Casa clara de amor, de libros y de plantas.
Mi padre al escritorio leyendo o trabajando
o pasadas las diez con mi madre,
desde el portal llamándonos.
Y yo regreso a saltos de mis juegos
contando las estrellas por la acera
soñando más allá de los luceros.
Mientras en el portal ellos me esperan.
Y allá en la casa grande, la de al lado,
mi abuela -dulce panal donde abrevó mi infancia-
contándome historias de familia venida de muy lejos,
historias tan bellas y raras como leyendas.
Y recuerdo vagamente aquel daguerrotipo
donde estaba su abuelo junto a Schilier
en Austria o Alemania
con la romántica chaqueta roja del «Sturmer und Dranger».
Y en otro retrato
mi bisabuelo francés que en Nueva York fuera
orfebre de la iglesia «Sant Patrick»
ebanista de sus puertas.
Lo recuerdo en la pared con las cuencas (de sus ojos
hundidas
de tanto llorar al hijo que le fuera asesinado.
Todos regresan juntos a la memoria ahora,
todos portando lámparas, de lejos, del otro lado.
Y la casa, apagada, se hace toda de luces
(para mí de nuevo.
Una fiesta encendida en esta noche inmensa.
Y vuelvo al justo sitio de raíz y hierba buena
junto al naranjo de mi infancia
(y al columpio en que
soñaba.
Y regreso junto a días lluviosos y barquitos de
papel
navegando aquel patio vuelto luego arco-iris
en tardes bañadas en colores de trópico
ya sin este desgarro que me quema.
El tiempo se detiene.
El agua lo ha bañado.
Todo se enciende. Sí,
como era entonces.
La casa sobrevive iluminada.
Rita Geada
CELEBRACION
anda por mi casa
el cielo
con su ruedita de nubes …
he cerrado las ventanas
la puerta, el escalofrió,
me puse un abrigo azul
(todo de aire y abeja)
para esperar
a mi madre
anda por mi casa
un día
como conejo apaleado
he puesto en la mesa
flores, desiertos, relojes
(todo de seda y marca)
para esperar
a mi madre
anda por mi casa
un monstruo con ojos
como dolor de colmillo,
para calmarlo hago cuentos
(que son culebras de luz)
mientras espero
a mi madre.
Teresa María Rojas
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1 comentario:
Gracias, Joaquín, poemas de la nostalgia, el desgarramiento. Resulta curioso como algún hilo no planeado une el tono de esta poetas, dulces, reflexivas.
Fíjate en estos versos que creo apoyan lo antes dicho:
también tiene luz el sol, anochece, llueve, escampa
y los autos se detienen - casi siempre - en las luces
rojas.
sé que no volverás y todo te espera.
Todo está dispuesto para tu regreso.
Lavo con esmero las cazuelas
para que las encuentres relucientes.
parecemos unos náufragos
sin barcos ni velas.
Del que ha pisado agujas y desnudado inviernos.
Hoy le pregunto al tiempo y al oráculo
quién me niega la fuente, el cuenco de agua
que la espante.
allá en la casa grande, la de al lado,
mi abuela -dulce panal donde abrevó mi infancia-
contándome historias de familia venida de muy lejos,
Una fiesta encendida en esta noche inmensa.
Y vuelvo al justo sitio de raíz y hierba buena
junto al naranjo de mi infancia
he cerrado las ventanas
la puerta, el escalofrió,
me puse un abrigo azul
(todo de aire y abeja)
para esperar
Félix Luis Viera
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