sábado, 5 de noviembre de 2011

Escolios al ensayo “Existen tres tipos de poetas…”, de Ángel Velázquez Callejas



Por Joaquín Gálvez


El primer tipo, el poeta moderno, abunda hoy. Es el poeta del modernismo. Está interesado en el ego poético. En crear un mercado, en un lector.

Creo que la poesía es lo que menos mercado crea. Su ámbito es predominantemente elitista, sin que esto implique que no pueda calar en el pueblo o en el lector común, como lo han demostrado algunos poetas de nuestra lengua (Martí, Darío, Machado, Neruda, Miguel Hernández, Gabriela Mistral, etc.).

Por lo general, esa poesía de mercado representa lo trillado o de fácil acceso a la masa, a tal punto que se vuelve popular, pero no por ello es de mejor calidad (Buesa, Benedetti, Cabrisas, Nervo y hasta una zona de Neruda).

El ego siempre estará presente en el quehacer artístico y literario. El llamado yoismo puede en tiempo y espacio lograr que otros seres humanos se identifiquen con lo que el poeta siente, padece o goza. Por ejemplo: Martí en sus Versos sencillos; Heredia en su Oda al Niagara; Miguel Hernández en Vientos del pueblo; Vallejo en Poemas humanos; Whitman en Canto a mí mismo, con un yo cósmico y un ego que responde a lo que Emerson admiraba en el poeta: “una voz representativa de su comunidad”. Los Románticos fueron poetas del ego, pero, como lo demostró Holderlin, escucharon el mensaje de los dioses.

El poeta moderno, solo está interesado en que un público lea sus versos.

Yo diría que algunos poetas están interesados en que lo lean una supuesta élite, la cual quiere imponer o patentizar una estética totalizante. En consecuencia, el poeta se despersonaliza en aras de complacer a quienes pueden otorgarle reconocimiento y, por ende, responde a patrones preestablecidos que se han convertido en tiranías estéticas. Los epígonos de Lezama o los llamados lezamianos, algo que también se conoce como la metatranca de la poesía cubana actual, es un buen ejemplo de ello.

Escribe para saciar su ego:

En este caso los poetas que escriben como maquinas, más bien por puro artificio -striptease mental o intelectual-, y no ven en la poesía un acto de revelación en el que el poeta es capaz de escuchar el idioma del silencio, de develar lo invisible de la cotidianidad. Estos poetas creen que la poesía debe ser despojada de todo elemento emotivo y que el contenido es totalmente prescindible. Su narcisismo poético hace que el lector sea un voyerista que solamente debe aspirar a admirar sus piruetas sintácticas y demás murumacas lingüísticas, sin tener que esperar esa comunicación que se establece entre lector y obra por medio de la catarsis. Adiós a Aristóteles y bienvenidos a Fukuyama, al fin de la Historia en poesía. "Poetas, para ustedes ya existe el Paraíso, no hay que decir nada y si hay mucho por qué masturbarse con las palabras, sin que corran la suerte de Narciso". "Quien no comulgue con esta ideología estética, quedará expulsado del parnaso".

Este sectarismo poético podría conducir a la poesía a un callejón sin salida, a tal punto que la página en blanco se convertirá en un poema, seguramente muy original para ellos. Poesía experimental, Neobarroco o Neobarroso: ¡con cuántos sofismas y categorizaciones se atavía esta retaguardia de la vanguardia!

Más que un creador es un constructor, un técnico. Llega a disciplinarse de tal manera, tan sutilmente, que aparenta ser un poeta; se convierte en un especialista en versos.

Rimbaud, Martí, Machado, Lorca, Vallejo, Dylan Thomas, Paul Celan, Sylvia Plath, etc, fueron poetas de la inspiración, del corazón, pero esto no entraña un divorcio con las corrientes literarias de su época. Todo artista y escritor verdadero no escapa de la evolución del arte y la literatura. Puede ser un hombre culto, un conocedor y lector de poesía, sin que esto lo condene a ser solamente un especialista del verso. Una cosa no está reñida con la otra. En su trance poético quedará reflejado el carácter ecuménico del arte, en el que aflorará su conciencia estética. Martí, por ejemplo, recibió estéticamente la influencia de los poetas franceses de su tiempo, pero su contenido poético tenía la impronta del trascendentalismo norteamericano. Es imposible que un poeta del siglo xx escriba como los poetas precolombinos. Nadie escapa a las influencias de su tiempo. A lo que debemos escapar es a las afectaciones del tiempo que nos toca. Por ejemplo, la metatranca cubana es el gregarismo literario cubano por antonomasia, la masificación de una estética, un modismo sociocultural, a través del cual el individuo o ente poético busca reivindicar su importancia dentro de una sociedad que lo ha privado de su identidad, de su realización personal; en fin, la metatranca es otra manifestación de la deformación de una Isla que ha perdido el contacto con el resto del mundo. Y, amparándose fundamentalmente en la obra de Lezama (que no era lezamiano), ha devenido en ombliguismo estético, vista por muchos poetas y críticos cubanos como una escritura innovadora a la que hay que plegarse para estar literariamente correcto; es decir, en la última moda.

La metatranca ha derivado hoy en una suerte de especialización, tan refinada y cultivada en la modernidad del ego poético que ha perdido contacto por completo con el segundo tipo de poeta.

La llamada metatranca es una “estética” de la cubanidad como consecuencia de lo que es la Cuba actual: cerrada, aislada del mundo, con todas las características de una subcultura. Es una forma snob de pretender ser algo (muy elevado dentro del subsuelo), de llamar la atención a través de contorsiones palabristas, cuya originalidad sólo se limita a una especie de extravagancia por medio de la erosión del lenguaje, la cual se ha llegado a masificar entre tantos poetas, que se ha convertido en una moda (¿es esto originalidad?) Coincido con Flaubert: “El estilo es el hombre”.

Siempre la inspiración llevará el sello de la poesía. La poesía es inspiración. Renevill afirma:

La inspiración es la mejor prueba de que tienes algo que decir. Al igual que Machado, creo que se escribe por necesidad, sino para qué escribir.

En otras palabras el poeta moderno trabaja con hechos, con objetos; sus vivencias son a través de fuentes muertas, mientras el místico trabaja con el asombro, el misterio, con la vida. El moderno es científico y el místico es religioso.

No siempre son muertas, pues el poeta refleja una vivencia actual y con ello revela la voz de otros, de los hechos de su tiempo, y es capaz de predecir los futuros. La poesía también tiene un carácter místico, y es misterio, asombro y pura vida. El poeta moderno es científico cuando desprecia los valores eternos de la poesía y se empeña en hacer del quehacer poético una fabricación estética, análoga a lo que hace la tecnología con las computadoras y otros artefactos de la postmodernidad. Mientras el poeta reconozca la función reveladora de la poesía, la necesidad de expresar algo, ya sea intimó o exteriorista, pero con un sentido de autenticidad que plasme su ser, sin que se limite al malabarismo mental, dejará de ser un poeta moderno, para ser de cualquier época, pues su mensaje y su forma escritural serán atemporales. Parafraseando a Martí: “todos los temas aunque se hayan tratado, cuando se dicen de una forma diferente son nuevos”. Y he ahí el secreto del poeta: una conciencia de su mundo que sea un espejo de su propia experiencia, sin que esto implique una ruptura con la conciencia estética. Ni la forma debe rechazar al contenido, ni el contenido debe rechazar a la forma.

Para leer la fuente de este texto, acceda a El blog de Callejas

1 comentario:

Teresa Dovalpage dijo...

Muy bueno el artículo y la división me parece adecuada...No conozco mucho de poesía, de modo que me callo por no ser también expulsada del Parnaso (a coces del Pegaso) pero de veras que me he gustado. Es difícil tratar estos temas.
Saludos desde Taos