domingo, 20 de febrero de 2011

Para el cine, con amor y sordidez (fotos de la tertulia y reseña de Jorge Posada)













Para el cine, con amor y sordidez

Por Jorge Posada

No conozco a nadie que haya visto más películas que Santiago Rodríguez. Tampoco conozco a nadie que hable más de cine que él. Resulta extrañamente revelador que siendo un hombre culto, Chago hable tan poco de música, de pintura o de literatura. Conversar con él es hablar todo el tiempo de cine. Lo suyo son el tremendo cuerpazo de Rosa Carmina, los viejos melodramas de la RKO y los clochards de Jean Renoir. Lo de él son los maridos que se gastaron Ava Gardner, Grace Kelly y Lana Turner, la mano dura de directores como Rossellini, Tarkovsky y Hitchcock con sus intérpretes y los enormes pies de Tony Curtis. Para Chago, más que un arte y muchísimo más que una pasión, el cine es la vida.
     Cinéfilo visceral, Chago ha estado siempre rodeado de cine en todas las ciudades donde ha vivido (guarda celosamente programas, posters, fotos autografiadas, lobby cards, críticas, carteleras, recortes de periódicos y revistas) viendo películas sin parar. En su infancia en Guantánamo, las extravaganzas acuáticas de Esther Williams con Fernando Lamas, Van Johnson y Ricardo Montalbán y las de vaqueros de Alan Ladd, Rod Cameron y Rory Calhoun; de adolescente, en Santiago de Cuba, los dramas de Jeanne Moreau, Eleonora Rossi Drago y Betsy Blair; de joven, en La Habana, el bombardeo de filmes soviéticos, húngaros y polacos que llenaban las pantallas de los cientos de cines que había en la ciudad. Y ahora en Miami, de fanático eterno, en los estrenos, en los festivales, por televisión, VHS y DVD las últimas de Tarantino, Fernando Trueba y los hermanos Coen; las de Johnny Weissmuller, Tinto Brass y Takeshi Kitano; las de Budd Boetticher, Marco Bellocchio y Woody Allen; y hasta los más espantosos e intragables bodrios hechos en Cuba; las miles de películas que ya vio, que quiere ver o que volverá a ver.
     Sólo un amante feroz del cine podía escribir un libro tan rico en matices, tan lleno de homenajes y cargado de anécdotas como En el vientre de la ballena. Chago debió pasar largos años viendo películas para poder armar un libro donde se da gusto describiendo situaciones comprometedoras, especula sobre los chismes más atroces o habla con sabiduría de camaján acerca de lo que fueron y pudieron ser algunas figuras. Es una larga confesión, al mismo tiempo hermosa y desparpajada, lenguaraz y aguda y, sobre todo, deliciosa de leer. Una especie de paseo zafio y burlón cuajado de vivencias, de recuerdos y de emociones, en la que de cierto modo se resume su propia vida como espectador.
     A través de frenéticos perfiles y crónicas sobre actores, actrices o directores, cientos de películas y de nombres recorren el libro; lo mismo memorables obras maestras que olvidadas joyitas; tanto el film noir y el western americano como el neorrealismo italiano y el expresionismo alemán; lo mismo las mexicanas de rumberas y cabareteras que las menospreciadas películas francesas de la COFRAN; tanto estrellas importantes como starlettes de corta carrera; galanes famosos y desvergonzadas femmes fatales; cineastas mediocres y directores imprescindibles. Así, como si aparecieran del sombrero de un audaz ilusionista, surgen el casting ideal, la cinemateca imposible y los sueños más alucinantes que ha tenido cualquier adorador del cine: Brigitte Bardot, The Killing, Marilyn Monroe, Cuesta abajo, Charlton Heston, The Big Sleep, Carlos Saura, Moderato Cantabile, Charles Chaplin, Los olvidados, James Dean, Riso amaro, Hugo del Carril, Locura de amor, Marcello Mastroianni, Ahí está el detalle, Toshiro Mifune, Quai des brumes, Fred Astaire, Los siete samurais, Cyd Charisse, Sandra, la mujer de fuego, Ingrid Bergman, Kiss of Death, Jorge Negrete, Plein soleil y Tita Merello, Anastasia, John Huston y Casbah se mezclan con William Holden, Tarzán, Ninón Sevilla, Vertigo, Jorge Mistral, Picnic, Sterling Hayden, Que Dios se lo pague, Marlon Brando, Fuego mi muñeca, Jean-Luc Godard, Viridiana, Pedro Infante, Touchez pas au grisbi, Vittorio Gassman, Viridiana, Greta Garbo, La bahía del tigre, Luis Buñuel, La Diana cazadora, Yves Montand, Accident, Humphrey Bogart, Niagara, Tin Tan, Johnny Guitar, Pier Angeli, Pierrot le fou, Alain Delon, La diosa arrodillada, Maria Ouspenskaya, All About Eve, Walter Chiari, Casablanca, Federico Fellini, Accattone, Rock Hudson, Gigi, Jean Marais, Agnus Dei, Billy Wilder, La balada del soldado, Juan Orol, Vals para un millón, Sarita Montiel, Los desconocidos de siempre, Bette Davis, La viaccia, Samuel Fuller, Madre Juana de los Ángeles, Kirk Douglas, Casco de oro y John Derek y el diluvio de nombres y títulos se vuelve de veras una parranda apabullante e interminable, todos contenidos entre las solapas de un rompecabezas de casi 300 páginas.
     En alguna parte Chago ha reconocido que desde el título En el vientre de la ballena es un abierto homenaje a Guillermo Cabrera Infante, y aunque el libro recuerda algunas obras del maestro cubano como Un oficio del siglo 20, Arcadia todas las noches y Cine o sardina, los relatos y crónicas tienen su propia magia, y en medio de los líos, engaños, sufrimientos y muerte se alza una voz muy original, con un trepidante ingenio verbal; unas páginas que han sido escritas con todas las trampas, recursos y mañas que el autor ha terminado por aprender en las propias películas, como los diálogos entre los héroes y heroínas, y los secretos, miserias y ambiciones de los personajes.
     En el vientre… es una memoria cinematográfica llena de alegría y humor, pero también de melancolía y tristeza; una gigantesca broma privada atiborrada de guiños, sin miedo al prejuicio y repleta de opiniones personales. Pintor, poeta, narrador y un memorioso innato, Chago, de forma jocosa y provocadora ha logrado armar un culebrón fascinante y también una conmovedora historia de amor por el cine. Cómo logró hacerlo es ese misterio tan sutil que emparenta y une a seres tan disímiles como Howard Hawks, Akira Kurosawa y Pedro Almodóvar.
     De niño disfruté mucho una simpatiquísima comedia de Dean Martin y Jerry Lewis, acompañados por Anita Ekberg que en América Latina —y en Cuba— se llamó Entre la espada y la pared. Años después supe que el título original era Hollywood or Bust y había sido dirigida por Frank Tashlin. En España se conoció como Loco por Anita, pero el mejor de todos es, sin duda, el título francés: Un vrai cinglé du cinéma, es decir un verdadero fanático, un enfermo del cine.
     Todavía a sus 70 años eso sigue siendo Chago: un loco por el cine, un tipo irremediablemente sediento de cine, un maníaco que descubre en las imágenes una razón de ser y una fiesta; un disfrute inigualable, un estallante acto de fe.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gente así hace falta en Miami. Pido disculpas por no poder asistir. Problemas en el trabajo me lo impidieron
Viva el cine!
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"Pa negre "(pan negro) Agusti Villaronga

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y "Buried". Rodrigo Cortés.

Un abrazo

Amílcar Barca