Por Armando Añel
Hay poemas y poemas en este libro de atractiva portada e inusual tipografía. Por ejemplo, en Carta peligrosa a mi madre en La Habana, tal vez la pieza más lograda del cuaderno, Selis alcanza registros seductores, en los que el amor filial exuda empatía: “Óyeme bien madrugada, detente un segundo/ya sé que te marchas, pero ahora/que estoy despierto debo hablarte/pues no quiero que recorras el mundo/desconociendo que mi madre/es la sabiduría”. Y en Géminis roza el haiku, regodeándose en la certera brevedad: “Uno de ellos:/el que ayuna y llora/lleva en sus hombros/al que ríe y come/Qué forma más rara/de compensación”. Pero en general en Loco predomina la poesía amatoria, acompañada, en ocasiones, por la denuncia política o la desafiante nostalgia del exiliado: “Mi patria/ni siquiera será la tierra/que esconderá mi cuerpo/de la vida…”.
A caballo entre el romanticismo de un Buesa y la inmediatez de la poesía conversacional más expedita, en los poemas de Leo Selis, como ya he insinuado, no hay espacio para tecnicismos, regodeos o elaboraciones más o menos intrincadas; tampoco para los afanes de una “crítica especializada” que seguramente no sabría muy bien qué hacer –qué decir—ante este libro a ratos postmoderno, a ratos folclórico. En los textos de Loco la palabra transcurre diáfana y decidida: popular, pasional. Como bolero en vitrola.
Cortesía de dirtycity
Cortesía de dirtycity
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