Por Luis Felipe Rojas
Estoy harto de la poesía que no dice, que no sacude y no te da en el rostro, ese puñetazo que esperamos en cada libro. Al final es eso la literatura, una especie de sadomasoquismo al que nos vamos acostumbrando. Sin embargo Joaquín Gálvez se aparece este viernes 6 de diciembre en la habitual peña del Café Demetrio, en Coral Gables (300 Alhambra Circle), con un manojo de poemas que son una bendición.
Estoy hablando de versos que hilvanan la bitácora personal de Gálvez en su
Hábitat (Neo Club Ediciones, 2013) de ahora mismo. Este libro está escrito como quien huye de la meta y el aplauso, y ese me parece uno de sus recursos primeros. “Ladrón y policía: a ti te encarcelan, te castigan, te matan…/ y al final/ demuestras que jugar es el único triunfo”. Los pasadizos por donde corren los impulsos poéticos en la obra de Gálvez quedan limpios y se vuelven una luz a alcanzar por los que venimos detrás: lectores acaso.
Imagino que
Hábitat emprende el difícil rumbo de los anaqueles vacíos, del libro ante la nariz achatada del niño y el cristal, pero es una suerte que se corre en estos tiempos. La poesía es un antídoto muy fuerte para las almas sensibleras y extraviadas, esas que imaginan que se puede vivir sin la poesía.
Joaquín Gálvez se ha lanzado al vacío con este nuevo libro, ha gritado una obscenidad en medio del concierto y eso es lo aplaudible. Escribir “tuve enemigos por culpa de la luz con que pude hacer el bien” es un acto de magia en la poesía misma. Este equilibrista de las palabras se las juega todas para hilvanar el sentido de su vida, de nuestras vidas, y lo está haciendo a la luz de todos, frente a ese portón a donde le vamos a lanzar piedras como a un condenado a muerte. Para eso ha escrito este, su
Hábitat.
Publicado originalmente en Cruzar las alambradas, Blog de Luis Felipe Rojas
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