Caballero olvidado de París
"Ante ese ciego carezco
de toda ayuda que me excluye
del mismo manjar que ofrezco."
Los silencios deben parir por ende
silencios para permitirte
sentado en el origen
nuevamente
elegido tú mismo rey de tus melancolías
encontrarte.
Una oscuridad nace en tus alas
te amordaza los pulmones
(novios bajo el humo)
en la basura trazada con pelaje de las fieras
peleándose un pedazo de luz.
Sombra raída, abismo en que tu voz asoma
te dejas caer, tu sombra crece
en el mendigo que va cubierto con tus ojos
engullido por la rambla sobre el puente seco
hasta el atardecer.
Bajas de la cruz tú mismo sin saberte
tregua y evasiva... manchas en tu abrigo muerto
arrugándote en silencio
la distancia incalculable aquel paso que te miente.
Atado lento a ciegas
abrigas la sed y la mueca entrelazadas
como un ojo marchito
en el anuncio que te olvida
hasta el colmo de un después del siempre.
Las garras del adiós dan el zarpazo
de lo que una y otra vez viste partir.
Y una mano grasienta corre por tu sangre
(paño que conoces)
a exprimirte por siempre el corazón.
A la vida soñada quemando el sol de los espejos
“Hay un lugar que yo me sé / en este mundo, nada menos”
Se le fueron los zapatos a perecer en el afán
Por el uso no encontraron señales, y en la ruina,
un solo parque que afilaba el rastro con dolor de vida
señalaba el sitio a donde nunca llegaremos.
Muerte andada, andada muerte, a tranco sobre el pavimento...
ese lugar en que se abre una gran boca de miedo.
Ya la luz que no recuerda a nadie vino,
desde el fondo de tus zapatos niños a traerte,
a colocar peldaños a la sombra de tus pies.
Como un caballo sin más metáfora que el torso roto,
una maqueta de tu anatomía salió de los espejos;
bebió la brevedad, el límite para buscar el blanco.
No hay lugar en el mundo para tus pies que fueron
desde mis pies cansados a buscarte
en la fuente del temor a la luz para ninguno:
luz unigénita del que ya me abandonaba desde siempre,
esa que bañaba las preguntas, los cuartos vacíos, el acaso.
Crecieron las raíces de tus pasos,
buscaron el sueño entre los muertos sin rostro
en el sosiego buscaron, bebieron de la sed, de las razones
subieron la escalera de la lágrima
rompieron, ¡ay de ti!, sombra de mi sombra,
la máscara en que tu ojo se apagaba.
El sol que no sabía de nosotros
que no supo de ti ante mi, encontró tu boca,
mi boca esquiva en un rincón sin violencia,
tu inflexible subsistencia paseada por la noche hasta tu yo
en la pacífica muerte, en la muerte inequívoca
en que no tenían cabida más que tu ojo y tus zapatos
con el afán de buscar y buscar la calle.
Bajo el llanto permeable de tu lágrima,
mi lágrima hueca por el cristal del fuego
mataba la lumbre, la vida que soñaba, quemaba el sol,
rajaba las cometas, y la fuente donde no había agua
caía sin vida ante nosotros.
Yo que no soy la misma que miraba
desde el sueño partir el tren de tus zapatos,
señalaba con el índice tronchado por la filantropía
tu alma helada, huyendo…
Las tortugas huesudas bailan el danzón ensimismadas
"...lo mensurable enmascarado que aleja con un hilo lo que recoge con un hilo."
Hay un niño que lanzado a la profundidad del día
aunque sea un gastado parecido como el del silencio
o como el de las tortugas sordamente articuladas por una fantasía.
Las tortugas huesudas bailan el danzón ensimismadas,
crean de modo diferente la coreografía en que los pies,
suaves artilugios sin zapatos, estrenan el oído sobre el piso
abriéndose en señales la arena caliente con el paso ligero de la música.
Las tortugas bailan el danzón ensimismadas
y la escena es atractivamente llana
con esa evocación de la muerte soluble en el altar de sus ojos cerrados.
Hay un pez que coletea debajo de las preguntas
y es su coleteo de extraña semejanza con la música
aunque sea un manoseado parecido como el de afinar el piano fúnebre
donde reposa el esqueleto del lagarto y el telar de las arañas palacea en la negrura.
Las tortugas huesudas bailan un danzón sin tiempo
sobre la arena caliente en que mi ojo cerrado coletea,
sobre el suelo caudaloso de la sal en que se pliega
lanzado como un niño a la profundidad del día, mi otro ojo, abierto.
María Eugenia Caseiro. Narradora, poeta y ensayista cubano-americana. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas del Caribe, Unión Hispanoamericana de Escritores, Asociación Caribeña de Estudios del Caribe y Miembro Colaborador de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). Integra la Muestra Permanente de Poesía Siglo XXI de la Asociación Prometeo y el Consejo Editorial de La Peregrina Magazín. Colabora con la Asociación Canadiense de Hispanistas. Ha publicado, entre otros, "No soy yo", poemario en versión bilingüe, español y rumano, "Nueve cuentos para recrear el café" en versión bilingüe, español y francés, y el libro de poemas, "ESCAPARATE, el caos ordenado del poeta".
6 comentarios:
Unabrazo, Joaquín.
M.E.
Muy bien estimada Marujita, en encantaron los poemas.
Abrazo
Everardo Antonio
Excelente, María, son poemas fuertemente impregnados por sus epígrafes.
Me han gustado mucho los tres.
Un abrazo.
Poemas intensos, de hondo lirismo, que no renuncian ni al sentimiento ni al tropo poetico, razones por las que escapan del modismo de la poesia cubana actual: el intelectualismo pedante y vacio, como si el valor de la poesia consistiera solamente en demostrarle al lector todo lo que se ha leido y memorizado, en vez de ser una revelacion que nos pone en contacto con el universo interior del poeta. Excelentes poemas! Felicitaciones, Maria.
Agradezco a todos sus comentarios. A ti, Joaquín, doblemente; por la invitación y porque emitir un juicio como el tuyo, aparte de llevar implícito el aprecio a la poeta y amiga, se deslinda de todo prejuicio.
Cariños,
M.E.
Rebuenos buhito los poemas
desde Graciela abrazo
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