lunes, 17 de junio de 2013

El triunfo de la nación digital


 
Por Armando Añel
Súbitamente, los libros apilados en los estantes, la sucesión innumerable de apellidos en los lomos, sobre las cubiertas, me produjeron la sensación de encontrarme en un cementerio. Era como una necrópolis la vieja librería de Miami, que no visitaba desde hacía más de dos años. Sentí lástima por todos aquellos hombres y mujeres que habían abandonado su insomnio allí, y sus esperanzas, y sus paranoias y sus sufrimientos, jugándose la carta de las estanterías, sepultados bajo los escombros del pasado. Una pena cercana al cariño, pariente de la desolación. De cuando en cuando un anciano distraído se inclinaba sobre una de las cajas. Escuché un suspiro.

Transversalmente, viendo los libros de Carlos Victoria y Reinaldo Arenas apilados en cajas de cartón, a cinco dólares el ejemplar, mosqueados en las esquinas –dos de los escritores más reconocidos del exilio cubano--, se comprende mejor el por qué de la extraña servidumbre con que tantos y tantos “intelectuales” bajan la cabeza y entran por el aro del neocastrismo clientelar. Papá Estado supuestamente los protege de terminar miserablemente apilados en cajas de cartón. Se trata de una fantasía, claro, ningún Estado podrá protegerlos nunca de la derrota que llevan dentro, en su gregarismo salvaje, pero al menos hace la pantomima.  El “paripé”, como le llaman algunos.

Papá Estado, en tanto mecenas institucional del “arte y la cultura”, es ya otra víctima de la revolución tecnológica e Internet, y nada podrá salvarlo. Sus días están contados. Como los de sus acongojados lactantes dentro y fuera de Cuba (Cuba ahora mismo no es más que una reliquia de la prehistoria cultural, referencia de dinosaurios). Amazon no perdona. Google no perdona. AppIe no perdona. Incluso, y en otro orden de cosas, un escritor laureado internacionalmente, rico, como Vargas Llosa, llora por las esquinas ante el avance del futuro. Contemplé por última vez el cementerio, la vieja librería de Miami, metáfora de la nación impresa que se revuelve, y retrocede a cajones y gavetas, bajo el empuje de la nacional digital. Incluso fuera de Cuba, Cuba es ya un espejismo.


Cortesia: Neo Club Press

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