Néstor Díaz de Villegas y la invención poética de Miami
Por Joaquín GálvezCuando llegué a Miami, en 1995, luego de vivir seis años en el gélido New York-New Jersey, no sólo me acogió de nuevo el calor del trópico, sino también el de una tertulia itinerante que se celebraba en casa de los poetas Magy Trancho y Benigno Dou, respectivamente. Gracias a esa tertulia pude conocer otra dimensión de Miami, que me sirvió para mitigar la impresión que me había causado a mi llegada. Desde un principio, comparé La Pequeña Habana con el pueblito de Campo Florido, situado en una zona rural de la capital cubana. Y la llamada ciudad de Miami me pareció un inmenso campo de asfalto, en donde el automóvil sustituía al caballo como medio de transporte. Esa otra dimensión de Miami se la debo en gran medida a un poeta que asistía asiduamente a esos encuentros tertulianos, para así darnos testimonio de sus andanzas y visiones miamenses a través de la expresión clásica del soneto. Por supuesto, me refiero a Néstor Díaz de Villegas.
La ciudad es también una invención del poeta. Avenidas, rascacielos, puentes, mercados, malls, etc., no son más que partes de su entramado corpóreo, pues la ciudad la define el espíritu de sus habitantes. De ahí que exista una complicidad entre el poeta y la ciudad, una especie de contagio mutuo, que deviene en otra construcción. El poeta convierte la ciudad en metáfora, concediéndole esa otra dimensión que la hace eterna. Entendemos entonces por qué Ezra Pound le pedía a New York que lo escuchara en su afán de darle un alma con su verso. Irónicamente, en La Habana, Díaz de Villegas fue demasiado escuchado por los que siempre atajan a tiempo la verdad, cuando le recordaba a Salvador Allende que había usurpado la avenida de Carlos III. Su oda a este monarca español le costó cinco años de prisión en la Cuba de los 70.
Entonces llega al Miami de los 80, y, con la avidez de quien se adentra en la vida nueva, descubre que el aire de la ciudad nos hace libres, a decir del proverbio medieval, aunque el precio sea una temporada en el infierno, tal como lo expresa en su soneto “Vicio”: Rimadores que riman duraderos: / sin el veneno del amor no canto, / necesito valor y vertedero, / algo vulgar, algo violento y santo. Y esa necesidad de libertad que lo imbuye y que es una constante en su poesía, se reafirma en otro de sus sonetos: Me he devuelto, curado, la salud. / Ni renuncia, ni horror, ni cobardía. / ¡Libertad, tu dorada esclavitud!
En su natal Cumanayagua, Díaz de Villegas adquirió su preferencia por el verso rimado, en este caso la décima, cuya musicalidad alcanza su exquisitez mayor en la tradición oral. Pero si Espinel es el causante de su vocación de performer del verso, como él mismo se nombra, es Quevedo su gran maestro, el que lo guía por los caminos del soneto y le revela el sentido lúdico y satírico del contenido poético, características que están presentes en esos dos libros suyos, donde la ciudad de Miami tiene un papel protagónico: Vicio de Miami y Confesiones del estrangulador de Flagler Street.
Sin embargo, lo que le otorga una voz propia a sus sonetos, a diferencia de tantos influenciados poéticos que presumen de clasicismo y no llegan a reconocer que parapetan su ralea trasnochada, es la actualización y modernidad que lo sustentan. Lo asimétrico y caótico, de una ciudad moderna como Miami, no ha sido esta vez elegido por el verso libre, sino por el endecasílabo del soneto, que alcanzó su cumbre en la voz renacentista de Petrarca. Este elemento paradójico signa la poética citadina de Díaz de Villegas, que también ha incursionado en el soneto alejandrino y el shakesperiano.
Esta invención poética de Miami constituye un catálogo para turistas inocentes, un noticiario de cualquier hora, una caja de pandora que no se puede cerrar en el vasto reducto de refugiados cubanos; aunque en sus versos el patriotismo esperpéntico recibe un merecido espaldarazo de irreverencia. ¡Qué mejor tributo al fracaso político de una isla! La Historia de Cuba le enseñó a Díaz de Villegas que “todos somos héroes por un día”, según su héroe, David Bowie. Así, en el soneto “Tiranos y Banderas”, dedicado a Martí, consigna: ¿Qué dirías, apóstol, de este asunto?/ Tú eternidad de rosas y banderas/ Hoy solo es saguesera de difunto.
En la obra de Díaz de Villegas, la cultura pop, con sus estrellas de rock, televisión y cine, se mezcla con la tradición y la alta cultura; la elegancia verbal culterana baja a los suburbios del lenguaje obsceno; personajes de la historia universal conviven con los de la vida local miamense; el inglés y el español, o ese bilingüismo llamado spanglish, que distingue al puente de las américas, queda plasmado en el lujo formal de su fusión métrica: Cae una lluvia que moja los talones/ y me refugio dentro de McCrory’s/ entre una colección de pantalones/ y empleadas con nombres como Dorys.
Vicio de Miami y Confesiones del estrangulador de Flagler Street inician una poética de Miami, la de una ciudad oculta en sus márgenes, dentro de la cual se suscriben los libros Ciudad Mágica, de Esteban Luis Cárdenas, Little Havana Memorial Park, de Leandro Eduardo Campa, y El tiempo afuera, de José Abreu Felippe. Aquel joven de Cumanayagua, que llegó a La Habana con el sueño de ser pintor, trasmutó el óleo en palabras, para que hoy escuchemos, en la sonoridad de sus versos, el retrato de la ciudad que lo adoptó.
Como lo vaticinó Jorge Luis Borges, de Miami, al igual que Ilión y Pompeya, un día sólo nos quedarán sus ruinas; pero, por suerte, seguirá viviendo en los endecasílabos que le cantó Néstor Díaz de Villegas.
Palabras leídas en la presentación de Néstor Díaz de Villegas en La Otra Esquina de las Palabras el 25 de mayo de 2012.
Este texto fue publicado originalmente en Tumiamiblog
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