domingo, 10 de junio de 2012

De cómo conocí a Esteban Luis Cárdenas (vídeo III)






Por Luis de la Paz


             Me dio la dirección exacta y la llave de su Chevette, para que yo condujera. Mientras me aproximaba a la 17 Avenida por Flagler, Carlos Victoria, con esa excesiva precaución que lo caracterizaba, intentaba prepararme para lo que sería mi primer encuentro con Esteban Luis Cárdenas. Es un gran poeta, pero es un marginal. Yo, como Joe Brown (el legendario Bocaza) en Some Like It Hot, le respondía: I Don't Care. Carlos insistía, Es un hombre que sufrió mucho en Cuba, y aquí no le ha ido nada bien, y yo volvía: I Don't Care.

            Estacionamos en un callejón, justo frente a un edificio de dos plantas. Nervioso, Carlos se apresuró con la clara intención de anunciar con tiempo mi presencia. En el segundo piso, casi al final del maltrecho pasillo estaba el apartamento. No había puerta, sino un trapo largo a manera de cortina colgando del marco, cogido con dos clavos en los extremos para procurar cierta privacidad. La cabeza de Carlos traspasó el umbral de tela, dejando el cuerpo del lado del pasillo. Esteban, Esteban, llamó. Entra, dijo una voz que no pude retener. Se abrazaron. Esteban ya sabía de mí, pues la presentación fue este es el escritor del que te había hablado”. ¡Coño!, dijo Esteban extendiendo su mano. Una mano grande, de dedos muy delgados, huesuda. Intentó justificar el desorden, pero no le di tiempo. El lugar era sombrío: colchones en el suelo, una mesa muy pequeña, con, literalmente, un reverbero encima, donde una gorda americana, de enterrados ojos azules y pesados y esparramados pechos, intentaba calentar o cocinar algo. En un costado, un negro grande, de abdomen prominente, se desayunaba una Budweiser. Esteban tenía otra junto a su camastro.

            Carlos movió la conversación rápidamente al tema literario, a los escritores del Mariel, que poco tiempo antes habíamos llegado a Miami, justo unos meses después del arribo de Esteban al exilio. En medio del espeso humo que brotaba de la hornilla, del oscilar de un ruidoso ventilador, las risotadas sin sentido del negro gigantesco y de la gringa hablando sin parar en su jerigonza, Esteban sacó unos poemas de un file que guardaba bajo la colchoneta. Leyó. Leímos. Hablamos de proyectos literarios, soñamos con publicar libros y lograr un espacio, el espacio que nos correspondía como escritores, pero que en Cuba no pudimos alcanzar por razones políticas y en Miami tampoco, por circunstancias económicas. Antes de despedirnos, Esteban, que ya se había tomado tres o cuatro cervezas (yo ninguna en solidaridad con Carlos que ya luchaba contra el alcoholismo), dijo: ¡Cojones!, esto aquí hay que festejarlo a lo grande. Levantó nuevamente el colchón, que era como su armario privado, sacó una marihuana que prendió y comenzó a fumar con estilo. Absorbía con fuerza, y tras cada chupada batía la mano cerca de la nariz repetidamente con el pitillo bien sujeto entre los dedos para sentir cerca el humo y el olor. Con los amigos se comparte y se festeja, dijo, extendiendo su cigarrillo.   

Poco después, el proyecto de la Revista Mariel tomaba cuerpo aceleradamente. En lo que sería el primer número apareció su poema Las doncellas en la isla. No estoy seguro, pero creo que fue el primer poema que publicó en el exilio.

            Lo recuerdo en casa de Juan Abreu y Marcia Morgado, a donde llegó con Carlos Victoria para revisar la maquetación de ese número inaugural de Mariel que se dedicó a José Lezama Lima. Sus doncellas brillaron en las páginas de Mariel. Se mostraba entusiasmado con la naciente revista de literatura y arte; una publicación que dejó una sólida huella, porque se propuso, y lo logró, servir de puente generacional, de reconocer la labor de los escritores cubanos que nos habían precedidos en el exilio y de demostrar, que el éxodo del Mariel, más que un hecho político y social, fue también un contundente acontecimiento cultural. Esa tarde, Esteban nos leyó su poema Las doncellas de la isla.


Palabras leídas en el homenaje a Esteban Luis Cárdenas en La Otra Esquina de las Palabras

Cortesía: iSawFingerProduction/Neo Club Press

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