Por José
Abreu Felippe
Que
existe ya en español una literatura propiamente miamense es algo que no se
puede negar. Es un hecho, que nos asalta a diario desde los estantes de bibliotecas
y librerías.En el caso de los autores cubanos, entre la nostalgia, las
vivencias pasadas y los recuerdos, fueron apareciendo, se fueron colando aquí y
allá, primero, tal vez, el nombre de una calle,Flagler pudiera ser; luego un
entramado urbano más que rural, definiéndose, ramificándose, poblándose de
seres y de cosas. Al final –tenía que ocurrir–, una herida, un goce, nacía en
sus entrañas. Una herida nueva que no se podía aliviar con antiguos remedios. O
un placer que se abría, lúdico, cuyo único vínculo con la isla rajada en la
memoria era el protagonista. Entonces, si el dolor y el placer se manifiestan,
también estamos hablando de emociones, de sentimientos, de sensaciones. De ahí
que sea esperado, y hasta lógico, que la fundación literaria de esta ciudad
mágica esté basada en la poesía. Que sea la poesía quien primero se ocupe de
levantarla, de cantarla, de estigmatizarla, de situarla en el mapa. Lo que sí
resulta curioso –aunque tal vez no tanto–, es que sea uno de sus primeros
poetas, Esteban Luis Cárdenas (Ciego de Ávila, 1945), quien ahora nos invite a
degustar, en una prosa llena de espeluznantes recovecos y misteriosos
desvaríos, un café exquisito.
Un
café exquisito (Ediciones Universal, 2001), es un libro que se expande en dos
infiernos casi paralelos que se tocan y se entrelazan como si fueran amantes.
Dos amantes muy diferentes entre sí, pero unidos por el horror compartido y por
un ritmo magnético, que a veces logra independizarse, aislarse, dejando sobre
la página en blanco un hueco, un alarido, en fin, poemas, que complementan el
horror. Dos infiernos, flotando sobre la ciudad perdida y la ciudad mágica. En
el primero, el general Marbas y su escriba deambulan por la ciudad perdida,
símbolos de un terror pretérito que se proyecta hacia el futuro como una
repetición. Un círculo macabro. Cambian los partidos de nombre, pero los
cuerpos, jóvenes cuerpos, siguen apretándose contra el muro cuando reciben los
impactos, y una misma mano es la que se inclina sobre las sienes para otorgar la
gracia de un último estampido. Tal vez uno de los monjes que pulen Las uñas de Satanás no se asombre y sea
él mismo quien repita las palabras del Predicador: “¿Qué es lo que fue? Lo
mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará: y nada hay
nuevo debajo del sol”. No importa, de cualquier forma los de siempre asaltarán
el templo, y las peores pesadillas serán como islotes navegando las aguas
fantasmales donde han de abrirse los ojos del escriba. Crónicas de guerra: la
parábola del adolescente, casi un niño, que mantiene en vilo a cincuenta
hombres que quieren atraparlo, también asoma en esa parcela del infierno. Prosa
suave, delicada, dulce, delineando monstruos que parecen sacados de cuentos
infantiles.
En
el segundo, el paisaje es frío, pura armazón de acero y concreto, útil para
sostener superavenidas y contener un río: el mismo por donde entran y salen los
cargamentos de estupefacientes. Junto a él hay sombras casi humanas; alguien
que vende crack, y en la esquina, la prostituta de grandes nalgas y profundas
ojeras. Uno que busca pan y otro que busca sexo. También la muerte se ha
exiliado y ronda como siempre entre el plástico desechable. Cuentos durísimos
que dibujan una ciudad ya no tan mágica que sólo vemos, a veces, a través de la
pantalla de televisor, cuando estamos aburridos o abúlicos. Alta frecuencia
marginal. Es vida de noticiero, vida ajena. O más bien, muerte ajena.
Si
la poesía del horror que Esteban Luis Cárdenas crea, espléndidamente, en su
inclasificable libro, no bastara para redimirlo; si la fantasía infernal que
corre paralela a la realidad también infernal, no fuera suficiente para situar
de lleno este libro entre los mejores publicados en el exilio en las últimas
décadas; si su estructura trunca, caprichosa a veces, si su cuidada y sinuosa
prosa, no alcanzaran a cerrarlo en absoluta e imposible perfección, entonces,
olvídense de todo lo anterior, abran el libro en la página 45 y lean el cuento
que le da título al volumen: Un café
exquisito. Decir una sola palabra sobre él sería cometer un crimen de lesa
literatura y yo no lo haré. Sólo voy a advertir una cosa: Un café exquisito en uno de los mejores cuentos escritos en los
últimos cincuenta años. Una joya que, absolutamente nadie que ame la buena
literatura, puede dejar de leer. Un cuento de antología estrella.
En
el estremecedor documental de Néstor Almendros y Jorge Ulla, Nadie escuchaba, Esteban Luis Cárdenas
dejó narrado para la posteridad su intento de fuga del paraíso castrista. Vuela
desde una azotea para caer en el patio de la embajada argentina, lo consigue,
pero los funcionarios lo arrastran herido fuera de la sede y lo entregan a la
policía. Sufre prisión. En 1980 llega al exilio donde ha publicado dos
cuadernos de poesía: Cantos del centinela
(1993) y Ciudad mágica (1997).
(publicado
en el Nuevo Herald en 2001)
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