martes, 17 de enero de 2012

Fotos de la presentación del libro "De un tiempo deslumbrado". Reseña de Luis de la Paz




























De un tiempo deslumbrado

Por Luis de la Paz

Hace algún tiempo, cuando reseñé Ínsula del cosmos, el primer poemario publicado por Alejandro Fonseca en el exilio, señalaba a su autor como una de las voces que con más vigor enriquecían el entorno cultural de Miami. En su poesía había (en definitiva, hay) una elaborada sencillez expresiva que me atraía. Años después, en La náusea en el espejo, volví a experimentar la confianza de estar leyendo a un buen poeta. Y un poeta verdadero es aquel que continúa con tenacidad y dedicación su labor creativa; es aquel cuya forma de decir, el lector es capaz de identificar y reconocer. En Fonseca, creo hallar todas esas virtudes que lo distinguen por encima del resto de sus contemporáneos.


No deja de ser curioso que su más reciente entrega, De un tiempo deslumbrado (Editorial Silueta, 2011), que constituye una antología personal, lleve como título, el de un poema (por cierto uno de los mejores) de La náusea en el espejo, poemario escrito y publicado en el exilio. En ese poema (ahora de dimensión titular) el autor afronta la difícil realidad del emigrado, que examina dos contextos, dos realidades indisolubles: “Pero soy el que siempre regresa/ tanteando con furor el borde de una Isla./ Soy el que no ha podido alejarse”.

En el prólogo, la escritora y funcionaria cubana Lourdes González Herrero valora también esa conexión de realidades, cuando sentencia: “tenemos que en esta antología, resumen de sus seis poemarios éditos, todo está conectado”. En la poesía de Alejandro Fonseca (y no hay nada más preciso para valorarlo que este libro que recoge poemas publicados en los ochenta hasta el presente), hay un constante enlace, un permanente vínculo con su pasado insular (que es también su presente) que indudablemente gravita con energía en los poemas escritos en el exilio. “Entre los  escombros de una época/ fueron sitiados nuestros jóvenes deseos”.


Aunque los poemas no están fechados y no se especifica a qué libro pertenecen, hay textos, presumiblemente escritos en Cuba, en los que se aprecia una sutil y dolorosa desesperanza, mientras que en los del exilio, a pesar de la significación devastadora que plantea el desarraigo, la voz del poeta se hace más intensa, crece.

Esta antología es el mejor ejemplo de esa intención, de esa imperiosa necesidad de no deslindarse del pasado. El unir lo que estaba disperso en distintos libros, para dejar que crezcan sus dos realidades en una misma pieza, y que el lector no tenga dudas de su indisoluble relación. La poesía de Alejandro Fonseca es vivencial, por eso en sus versos la presencia del mar, una calle, su ciudad, Holguín, un árbol, la familia, el entorno, adquieren una proyección existencial. En uno de los poemas expresa: “De nuevo sueño con el paisaje de provincias:/ me veo entre la neblina y el agua y la yerba al cuello”. La prologuista resume esas inquietudes cuando apunta: “Desde muy joven [Fonseca] pasa horas enteras escrutando los planos artificiales del día, le interesa tanto la piel de un maniquí como el gesto de un héroe, sabe que en cada detalle de lo que observa hay un indicio...”.

Cortesía: La Revista del Diario 

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