domingo, 2 de octubre de 2011

EL MUNDO DE HENRY DARGER



Por José Abreu Felippe

La gran literatura está marcada por seres, ellos mismos actores o más bien prisioneros de una trama absurda que no escogieron pero que no pueden abandonar, obsesionados por extraer de su interior lo que el Bosco inmortalizó como “la piedra de la locura”. Seres extraños para su tiempo y para todos los tiempos, solitarios, enfermos de males incomprensibles para la mayoría de los mortales, a veces hoscos, casi siempre tímidos, viviendo y muriendo por una obra, perturbadora e inquietante, que en su momento sólo a ellos interesa.

Sin embargo, ahora, en este siglo XXI que se encamina sabe Dios hacia dónde, en medio de la globalización y la comunicación masiva e inmediata vía internet, esos seres misteriosos, rarísimos, se nos antojan lejanos en el tiempo, pertenecientes a otras épocas, no pensamos que puedan ser nuestros vecinos. Hoy en día los excéntricos del mundo de las artes responden, en su mayoría, más al deseo de llamar la atención, a veces mediante la provocación gratuita o la trasgresión circense, con la obvia intención de vender lo que sea, que a la inevitable y no deseada angustia existencial o creativa. Mercado contra maldición, nada que ver con la extracción de la piedra de la locura. Por eso asombra que salten a la luz caso como el de Henry Darger.

Henry Darger nació en Chicago el 12 de abril de 1892 y a los 4 años sufrió el primer golpe. Su madre, Rosa Darger –su apellido de soltera era Fullman– moriría por complicaciones en el parto de su hermana, a la que Henry nunca conoció. Vivió unos años con su padre, un sastre de igual nombre, que al poco tiempo lo ingresó en una institución mental en Illinois, donde aterrorizado tuvo que vivir varios años hasta que en 1909 logra escapar y regresa a Chicago. Consigue un empleo de lavaplatos en el hospital St. Joseph, labor que desempeñaría el resto de su vida en distintos hospitales de la ciudad.

El 2 de noviembre de 1972, con 80 años y sintiéndose próximo a la muerte, llama a su casero, Nathan Lerner, un fotógrafo y profesor, y le hace saber que se marcha a un asilo, un hospicio católico operado por Little Sisters of the Poor. Darger era un anciano solitario, hosco, sin familiares ni amigos. Su rutina era la misma desde hacía más de 60 años, ir a misa todos las mañanas, a veces varias veces en el día, cumplir con su empleo de lavaplatos y vagabundear –antes de encerrarse en su casa–, por los latones de basura en busca de revistas y periódicos viejos. Los vecinos lo tenían por un loco inofensivo que establecía misteriosos diálogos consigo mismo, cambiando la voz, para cada uno de los numerosos personajes que intervenían en los mismos.

Darger le entregó las llaves de su apartamento, un lugar pequeño, de apenas dos habitaciones, y Lerner le preguntó que qué hacia con sus cosas. “Puede quedárselas o tirarlas”, le respondió el anciano. Darger moría unos meses después, en octubre de 1973, hace ahora 38 años. Con su muerte comenzaría la leyenda, que no ha hecho más que crecer con los años.

Nathan Lerner no podía creer lo que veían sus ojos. El local donde había vivido Darger por varias décadas estaba abarrotado de cuadernos cosidos a mano, decenas de miles de páginas manuscritas, dibujos, pinturas –algunas enormes–, historietas bellamente ilustradas y collages. A espaldas del mundo, aquel hombre había dedicado más de 60 años a construir un mundo paralelo, mágico, saturado de una fantasía inquietante y perturbadora. Una obra monumental y terrible. Se encontraron muchas obras terminadas, entre ellas, una autobiografía de 5,000 páginas donde no menciona ni una sola vez que escribe o pinta.

La principal de estas obras tiene un título largo: The Story of the Vivian Girls, in What is Known as the Realms of the Unreal, of the Glandeco-Angelinnian War Storm, as caused by the Child Slave Rebelion, que abreviadamente se le conoce como The Realms of the Unreal, algo así como El reino o el imperio de la irrealidad, que tiene unas 15,000 páginas escritas a mano –está considerada la novela más larga jamás escrita–, a un espacio y que está protagonizada por las siete hermanitas Vivian. Estas aguerridas hermanitas provocan pavorosas batallas para liberar a los niños de un mundo donde los adultos se dedican a esclavizarlos. A los rebeldes los torturan horriblemente y luego los matan. Las descripciones pormenorizadas de las batallas y de los abusos son, sencillamente, espeluznantes. Las guerras ocurren entre las naciones de un enorme planeta sin nombre –del cual la Tierra es un satélite o Luna–. El conflicto es provocado por los “glandelinians”, que practican la esclavitud infantil. Un dato curioso es que muchas niñas que aparecen en las ilustraciones están desnudas y poseen diminutos penes. Tal vez, afirman los estudiosos de la obra de Darger, sus historias hubiesen pasado inadvertidas –aparte de la labor de Lerner, una especie de Max Brod– si no fuera por la calidad y la belleza de las pinturas que las acompañan. Puesto que Darger jamás estudió pintura, ni poseía formación técnica alguna, no le quedó más remedio que inventarse un método: calcaba figuras de las revistas que encontraba en los basureros, las recortaba, las fundía y las recomponía, a su antojo. También empleaba ampliaciones y reducciones fotográficas que encargaba en un establecimiento vecino.

La viuda de Lerner vendió algunas de sus pinturas en un millón de dólares, pero el grueso de su obra –incluyendo los manuscritos– se encuentra en el American Folk Museum de Nueva York, que creó un centro para su conservación y estudio. El volumen es tal que todavía no se ha terminado de leer todo el material. Se han publicados fragmentos de su obra. Sus dibujos y pinturas se cotizan en la actualidad en decenas de miles de dólares. En el Festival de Sundance del 2003, se presentó un documental de Jessica Yu –ganadora de un Oscar– sobre Darger titulado In the Realms of the Unreal.

Hay constantes en la obra de Darger: su defensa de la infancia y el vacío que dejó la muerte de su hermana. También lo obsesionaba un crimen ocurrido en 1912 –una niña violada y asesinada– cuyo asesino jamás fue detenido –Darger puso a sus personajes a buscarlo afanosamente–, al extremo que John McGregor, el principal estudioso de su obra, llega a preguntarse si no sería Darger el autor del crimen.

Arte bruto, arte maldito, arte como terapia, arte marginal, arte por el arte. El tiempo lo dirá. El mito Henry Darger apenas comienza.

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