La censura y el Godo
Por Rodolfo Martínez Sotomayor
La capacidad de adaptarse a las circunstancias ha sido uno de los secretos de la subsistencia de la dictadura en Cuba. En el caso de la censura en la cultura, este poder se ha manifestado mediante una manipulación precisa, certera.
Lo que un día es motivo de condena, más tarde, por conveniencia, es permisible. Y no sólo aceptado, sino que a su vez el gobierno se hace vocero de lo que ayer condenó. Un ejemplo ilustrativo es el caso de la emigración: En 1975, Pablo Milanés musicaliza y canta con altas notas de reproche, aquellos versos de Nicolás Guillén, cuando condenaba a los que partían al decir: Tú que a tu tierra olvidaste responde tú, y en lengua extraña masticas el well y el you,… o en los años del Mariel compuso para los que partían: ...¿Qué sol te abrazará, qué clase de libertad van a darte?
Sin embargo, en un concierto pagado con la moneda del enemigo, en 1999, en Chicago, ante un público delirante, se preguntaba, en su canción Exodo, ¿dónde están los amigos que tuve ayer, qué les pasó? Y al final, casi entre llanto concluía: he deseado más de una vez verlos conmigo aquí, morir.
Otro ejemplo ilustrativo es el caso del homosexualismo, desde la persecución y el confinamiento en campos de concentración, en los 60, hasta las comparsas con Arcoiris e imágenes del Che, de Mariela Castro, hay un extremo de un oportunismo repulsivo. Una funcionaria de Cultura comentaba que era tanta la obsesión de Mariela Castro con el tema, después de aplastarlos y reprimirlos en el pasado, que en cualquier momento ser gay era un mérito laboral.
Las jineteras ha sido otro tema que pasó desde la censura hasta la saturación, el trovador cubano Pedro Luis Ferrer, quien cantaba en su pasado odas a una patriota miliciana artillera, despertó un día en los 90, escribiendo una canción que decía: Marucha la jinetera tiene una flor en el alma…no es justo que se le nombre como una mala palabra.
Hasta Silvio Rodríguez tratando el tema escribió su canción Mariposas nocturnas. Nunca sabremos si la artillera miliciana se convirtió en jinetera o en Mariposa.
Lo cierto es que la historia ha demostrado que el oficialismo se apresura a tomar el liderazgo en los temas censurados y condenados con anterioridad, lo mismo ha sucedido con el Rock, The Beatles y John Lennon, quien hoy cuenta con una estatua de bronce inaugurada hasta por el ex ministro de Cultura y un largo etcétera, de esta manera se intenta cambiar la historia para las nuevas generaciones.
Entre esa transición desde la censura hasta la permisibilidad hay un espacio de tiempo o una tierra de nadie donde romper el esquema trazado por el gobierno es de gran peligro. El trauma del caso Padilla sobrevive como un fantasma amenazante sobre los jardines de la UNEAC.
El año 1992, cuando el escritor cubano Manuel Gayol Mecías gana el premio nacional de cuentos Luis Felipe Rodriguez, con La noche del gran Godo, es un tiempo de cambio en Cuba, impuesto por la necesidad económica.
Ingenuamente se tenía fe en que los aires de la Perestroika y el Glasnost llegarían a la isla. Con el tiempo los jóvenes dirían que no teníamos a un Gorbachov, que para nosotros no había Perestroika sino la “Perestranca”.
Manuel Gayol Mecías, confiesa que fue inocente en confiar en que podía cambiar las cosas, pero al menos dijo su verdad sin importar que después patearan su puerta, que lo condenaran al silencio, parafraseando a Heberto Padilla.
En su cuento Angina Pectoris, el autor de La noche del gran Godo, parece hacer un mea culpa de su inocencia cuando dice: Fue un dolor que comenzó en tu propio pensamiento cuando descubriste que no podías hablar, que no podías decir las cosas que pasaban, ni en tu trabajo, ni en la calle, y la Historia se borraba todos los días, y tú te fuiste sintiendo impotente y hasta indefenso, y se te fue metiendo dentro un dolor triste… un dolor que aplasta todo tipo de soluciones civilizadas para los problemas más cotidianos, que reprime tus más caras ansias de vivir.
La noche del gran Godo se inicia con el cuento La dorada edad de la inocencia; Madja, su protagonista, es una adolescente que nos guía por el laberinto de su imaginación; un velo a la crudeza de la vida que se devela para el lector, de manera sutil, con la habilidad de un narrador de oficio.
Se destaca el tratamiento en la psicología de sus personajes, retratos e historias convincentes que toman vida con la palabra escrita.
El erotismo en la literatura de Gayol Mecías escapa de la ramplonería tan común en su tiempo, sus imágenes son sugestivas y no le temen a la belleza del lenguaje. Reminiscencias de Bradbury, a lo cubano, nos llegan en un cuento como La mano, un despliegue de imaginación de alto vuelo.
El cuento que da título al libro es el más ambicioso, una noche habanera de los ochenta en que un funcionario, caído en desgracia, recurre sus recuerdos entre música y alcohol. Se destaca el ritmo de una prosa que fluye y seduce, de una cadencia que atrapa a quien se sumerja en su lectura.
La noche del gran Godo reúne ocho relatos secuenciales, en el decir de su editor Armando Añel, en los que lenguaje y anécdota se alían para dar a luz un producto de exquisita factura. Algunos de sus cuentos, sin lugar a dudas, merecen figurar en cualquier antología del cuento cubano contemporáneo.
En países democráticos y civilizados, cuando tienen una cultura subvencionada, los premios nacionales se reconocen, se difunden, más allá de la ideología de su autor. Cuba ha demostrado por años que es capaz de censurar sus propios premios si el autor libremente escoge escaparse de su redil. Gracias a Neo Club Ediciones y a la decisión de su autor de vivir en libertad, hoy terminan esos 19 años de censura, queden con Manuel Gayol Mecías y La noche del gran Godo.
Palabras leídas por Rodolfo Martínez Sotomayor en la presentación del libro La noche del Gran Godo, de Manuel Gayol Mecías.
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