Enfrentarse a una comedia en estos tiempos, es un acto de riesgo. Agotados de noticias que reflejan y exaltan el horror cotidiano, es tentador buscar la evasión en un mundo donde hasta la ramplonería suele globalizarse. Por tratarse de Teatro en Miami Studio, el grupo que ofrecía la puesta, y Ernesto García ser el autor y director, valía la pena el riesgo.
El público expectante y una escenografía minimalista, sobre las paredes del fondo un dibujo entre plumilla y abstracción. Una mujer sentada sobre un muro apoyada en un bastón con la cabeza inclinada, permanecía inmóvil mientras los espectadores tomaban asiento y una música de guitarra acogía el ambiente. Ya se va haciendo común esa presencia de actores en el escenario antes de comenzar la obra. Sentía inquietud.
De pronto, una proyección de imágenes geométricas, sombras de manos que danzan y otros juegos de animación llenan el escenario en un atractivo inicio de la pieza. Un innovador comienzo que promete.
La puesta transcurre en una parada de autobús, donde Felicia, una mujer de aproximadamente 60 años, establece un diálogo sucesivo con cuatro personajes: una actriz, un ladrón, su vieja amiga peluquera y un ex exitoso hombre de negocios.
Felicia (Sandra García) teje con paciencia, mientras una joven habla por su móvil, grita más bien. Felicia establece un diálogo con la joven actriz (Anniamary Martínez), parlamentos que hacen blanco de la superficialidad, de un mundo fascinado por la estética de manera enfermiza.
Ella cuestiona el establecimiento de falsos valores que imponen los medios, la ridiculez en lo políticamente correcto que alcanza al lenguaje. Felicia nos dirá: “Gordo es una palabra más bella que sobrepeso”… “Ahora los gay de closet se llaman metrosexuales”.
La joven actriz no es una interlocutora pasiva. Motivada por Felicia, hará una catarsis donde cuenta rasgos del dilema de su vida. Dirá que estudió actuación porque era muy mala en matemáticas. Felicia le advierte que de nada le servirá su talento ni todo lo aprendido, que sus curvas y su cara son los que cuentan, que el bisturí es más útil que cualquier estudio para ese casting al que ella se dirige. Hoy en día, “las abuelas son mujeres con cuerpos de tú y cara de usted”, añade Felicia.
La joven actriz se desahoga finalmente con un grito que resume su angustia: “¡Ojalá viviera en un mundo de gordos y feos, le grito al espejo!”.
La actuación de Sandra García no nos decepciona, con esa maestría a la que nos tiene acostumbrados. Su fuerza expresiva es un ejemplo de lo que debe hacerse para cualquier actor. Por su parte, de la joven Anniamary Martínez podría decirse que desde su papel como Magdalena en El Celador del desierto, ya ha dejado de ser una promesa. Se ha convertido en una actriz madura que combina una adecuada gestualidad con un movimiento escénico preciso.
El Ladrón de la segunda escena es interpretado por Carlos Bueno. El personaje es un desamparado que ha perdido su empleo por rebelarse contra su jefe. Felicia aparece junto a él y hace una irreverente defensa del uso de la violencia individual.
Los criterios pre-establecidos, las leyes impuestas por la sociedad, los dogmas y el cuestionamiento de quienes controlan los gobiernos, son ahora quienes reciben los dardos de su discurso. Un parlamento original y poco convencional para definir el comportamiento humano. Carlos Bueno hace un notable esfuerzo al haber estado alejado de las tablas por un largo período de tiempo. Una labor meritoria, además, la del director, al combinar su papel con un acento en que el actor se desempeña con naturalidad. Su personaje despierta en el público simpatía e hilaridad.
Al aparecer la peluquera (Simone Balmaseda), la obra parece tomar otro tono, hasta los colores vivos de su ropaje contribuyen con un aire refrescante. Pero detrás de esa aparente felicidad de vencedora, hay una falsedad que Felicia descubre. “Por qué esa pasión por la verdad si somos máquinas de mentir… ¿De qué viven el cine, la televisión, la prensa?”, nos dirá Felicia al develar ese ropaje falso de prosperidad en su amiga. Y concluirá con una sentencia definitoria: “La mentira hace feliz”.
Simone tiene una actuación destacada, por momentos se distingue con su interpretación. Sin embargo, la ayudaría no elevar a veces innecesariamente el tono de su voz.
Cuando aparece El Hombre de Éxito (Osvaldo Strongoli), la obra alcanza el clímax, Sandra se luce en el desempeño de su rol. Él es un hombre que ha conocido el triunfo y el fracaso, que se niega a regresar a su papel de pobre. “Por el fruto se conoce al árbol, no sólo se debe ser exitoso sino ostentar”, dirá El Hombre de Éxito en alusión a su pasado de riqueza. “Yo fui uno de los que borraba del teléfono a los que iban en picada”… “Lo que más duele es el abandono de la gente”, añadirá él en una especie de mea culpa, mientras Felicia, como jueza de la conciencia del hombre, lamentará que sólo nos detengamos a pensar cuando nos atrapa la desgracia.
Osvaldo Strongoli en su interpretación de El Hombre de Éxito es poseedor de una excelente dicción y la manera en que encarna su personaje lo hace creíble.
La obra nos transmite enseñanzas de una vida que parece diseñada para el sufrimiento. Felicia nos muestra que ser feliz es otra manera de medir el éxito. Nos enseña que es necesario detenernos por un rato y respirar, contemplar el lago invisible que como un símbolo del oxigeno, de la vida, aparece bello ante los ojos de cada aparente perdedor que desfila por esta obra.
Como toda creación artística de valor, la obra escrita por Ernesto García tiene elementos que se prestan a múltiples lecturas. La enigmática carta que un desconocido entrega a Felicia al comienzo de la puesta, y que ella a su vez le ofrece al hombre de negocios al final, puede ser quizás una alusión a la vida como un ciclo que se repite. Puede ser tal vez, como las cuatro estaciones del año en que transcurre la obra, un símbolo del eterno retorno del hombre.
La música compuesta por ese polifacético artista que es Ernesto García, es una guaracha contagiosa, una atractiva y efectiva pieza para el cierre, cuando Felicia sentencia: “Vivir es como lanzar una moneda al aire, no importa lo que hagas, siempre será Fifty Fifty”. La pieza tiene un efectivo trabajo de luces de Ernesto y un vestuario muy funcional de Sandra.
Aunque llegue de manera sublime el mensaje de que el pensar demasiado está reñido con la felicidad, Ernesto García ha logrado una comedia que eleva el rasgo de humanidad en nosotros. Un melodrama de exquisita elaboración que nos hace pensar y reír a la vez.
Fifty Fifty, comedia urbana escrita y dirigida por Ernesto García, y con las actuaciones de Sandra García, Anniamary Martínez, Carlos Bueno, Simone Balmaseda y Osvaldo Strongoli, se está presentando todos los viernes y sábados a las 8:30p.m. en Teatro en Miami Studio.
Nació en La Habana, Cuba, en 1965. Poeta, escritor y periodista. Se licenció en Humanidades en la Universidad Barry y obtuvo una Maestría en Bibliotecología y Ciencias de la Información en la Universidad del Sur de la Florida. Cursó estudios de postgrado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad Internacional de la Florida. Ha publicado los poemarios: Alguien canta en la resaca (Término Editorial, Cincinnati, 2000), El viaje de los elegidos (Betania, Madrid, 2005) y Trilogía del paria (Editorial Silueta, Miami, 2007). Por otro lado, textos suyos aparecen recogidos en numerosas antologías y publicaciones en Estados Unidos, Europa y América Latina. Reside como exiliado en los Estados Unidos desde 1989. Foto: Delio Regueral.
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