domingo, 9 de enero de 2011

Cuatro poemas de Adalberto Guerra



En temporada de la muerte de mi madre

Yo tenía los ojos en esa foto de niño
como los ojos vidriosos de un toro entristecido,
como solo en la tierra tenía yo los ojos
en esa foto en la que mi madre clavó dos alfileres
con la finísima delicadeza de una campesina;
que queriendo huir se quedó allí cuidando mi alma tanto tiempo
que envejeció sin cambiar sus prendas interiores,
como un animal atado a un árbol envejeció mi madre,
yo la miraba con los ojos vidriosos de haber llorado mucho,
sola como una baliza olvidada en medio de las aguas.
Yo le tejí un vestido oscuro para su viudez
y lloré con ella sin saber a quién
por los muertos de la casa,
en la casa donde no había muerto gente alguna,
yo le leí Job Treinta y ella tornó su cara hacia la luz y se fue yendo
como una niña de regreso a casa
con los ojos vidriosos de haber llorado mucho.
Yo he llorado a mi madre
y ciertamente he llorado al que tuvo un día duro por igual,
una vida dura,
le he llorado públicamente como un hombre,
como un hijo enfermo,
mas ella andaba como buscando alguien o algo
olvidado en la vasta región de su memoria,
no me miró, no me maldijo o dijo nada
y entró riendo para siempre en los cuartos interiores de la muerte.

Volviendo de la guerra

Estoy volviendo de la guerra 
como quien vuelve del polvo 
a su antigua armadura de hombre, 
no reconozco la ciudad que me aguarda, 
si alguna vez fue mi ciudad este laberinto, 
y cabía en mi bolsillo como una llave 
el secreto de sus grandes puertas.
Yo fui a la guerra 
y de buen guerrero puse mi rostro 
mas he vuelto hoy ciego y desnudo a ser quien antes fuera, 
he vuelto como quien busca 
dónde acomodar en paz su frente y ya no hay sitio, 
la ciudad danza en su demencia 
y yo he olvidado el secreto de sus grandes puertas. 
Los que no fueron a la guerra 
hicieron la paz en sus cabezas 
y enterraron las tablas 
en que escribían extensos manuscritos, 
acerca de hambre o acerca de Dios 
que según las tablas estaba en todas partes.
Los que no fueron a la guerra 
mal inventaron la historia 
e hicieron muros para que no volvieran las noticias 
porque era un bochorno la guerra y lo contrario 
y en pavorosas llamas 
quemaron los intranquilos ángeles de la mente 
para no pensar en el mármol 
y en la sagrada tristeza de la ciudad 
que habían fundado bajo pretexto.
Esta es la ciudad a la que he vuelto 
como quien busca dónde acomodar su frente 
y ya no hay sitio,
la ciudad danza en su demencia, 
los que vuelven de la guerra 
han olvidado el secreto de sus puertas, 
y yo estoy volviendo del polvo 
a mi antigua armadura de hombre, 
no reconozco sus templos 
convertidos en abrevaderos de bestias, 
sus vírgenes que vinieron a ser 
como cántaros al borde de la fuente 
para apaciguar la sed de los viajeros, 
no sé si es esta mi ciudad 
la que ahora como una generosa madre 
me abre las puertas de su laberinto.

El Chino (Angel Escobar)

Contadas estaban las caras que le daría Dios para perderse entre la gente,
contados los amigos, los días, las mujeres todas que le daría Dios,
contado todo tan exacto que vio venir la muerte
y se dejó caer sobre el cemento como un pájaro helado.

Yo que llegué a ver temporada de mi muerte

Hay una temporada
en que el hombre enmudece y muere
y se cava en el pecho para enterrar la lucidez un hueco,
hay un tiempo en que los amados tuyos
te abandonan en los manicomios
y tienden a desconocerte
y un tiempo en que se vuelven a la codicia,
los hombres pobres codician cosas simple,
la lucidez de otros o cosas simples,
pero hay un tiempo en que se muere
y la lucidez cesa
y los amados queman tus fotos con bochorno
y te entierran en el patio de sus casas por bochorno.
En una temporada así viniste Tú
y no te percibió mi ojo enfermo,
yo era un extraño en hombros de un extraño
que conducía mi cuerpo a parte alguna y no te vi
yo no te vi porque los hombres
en estas temporadas mueren
o fingen estar sordos o se van por los puentes
lamentando en un verso la oscuridad ajena.
Mi madre me enviaba cartas
y panecillos de su indigencia
(desde otro tiempo supongo)
porque me hablaba de la muerte de alguien
que yo sabía muerto hacía tiempo,
mi madre residía en el Estado
y el Estado era anciano
y los ancianos prefieren cosas simples para moldear la mente.
Nunca escapó por el corredizo
que unía mi casa con su casa,
literalmente no había unión alguna
porque los ancianos prefieren cosas simples como la soledad,
yo le hacía señas, me aprestaba a correr con sus huesos,
mas ella nunca abrió, o huyó de SÍ.
La casa de los amados míos está en un hueco
que cavaron los antepasados de mis antepasados
para esconder su lucidez,
que murieron y fueron enterrados
por desconocidos hombres o por amados suyos
en el corredizo que unía mi casa con sus casas.
Los amados míos que me hacían muerto
cortaron los árboles que había plantado yo hacía tiempo
para marcar los límites que me pertenecían de la lucidez;
mas estaba severamente enfermo
en la temporada en que vino mi madre
por el corredizo que unía nuestras casas
y yo no abrí, no estaba yo dentro de las habitaciones
que había enlucido para el recibimiento de los míos,
había desorden y extraños versos que no habría escrito yo
en los tiempos de la lucidez,
no estoy seguro si fue realmente así
porque me he visto recostado a mi madre en una foto
de aquella temporada en que Dios me vio flaco y postergó mi muerte.

7 comentarios:

SENTADO EN EL AIRE Juan C Recio blog dijo...

Excelentes poemas, que me inspiran, muy confesionarios, me cautiva esa forma lírica de narrar, gracias a La otra esquina de las palabras y a Adalberto Guerra por esta formidable lectura. Enhorabuena.
Juan C Recio

Felix Anesio dijo...

para marcar los límites de la lucidez que me pertenecian...poemas intimistas que hacen reflexionar a cualquiera en cualquier parte del mundo sobre nuestra vida y nuestra muerte y la de los seres mas queridos. me han gustado mucho. gracias Adalberto.

Anónimo dijo...

Hay una temporada
en que el hombre enmudece y muere
y se cava en el pecho para enterrar la lucidez un hueco,
hay un tiempo en que los amados tuyos
te abandonan en los manicomios
y tienden a desconocerte...

a veces esas temporadas te dejan un poema buenísimo¡¡¡
sonia díaz

Anónimo dijo...

Gracias a este lugar por la publicación. Gracias Adalberto por esos magníficos poemas, recuerdo que una vez compartimos con él en Cuba Paya Girón en un encuentro Latinoamericano de poesía, claro para entonces era un poeta joven con un potencial que se notaba, hoy ya todo un poeta de la alta palabra.

Jorge Boccanera
Escritor Argentino

Anónimo dijo...

Grandes poemas de un poeta grande. Felicidades por tu blog y tu editorial.
Raul Dopico

salva33125 dijo...

muy buenos poemas entro con atraso, la poesía que se hace desde el alma, no es la sola confesión, la muestra del mundo interior desde el dolor o la dicha...es la forma de decirlo lo que hace poesía....gracias a los dos

Anónimo dijo...

Aun guardo el Caimán Barbudo donde Adalberto publico su primer poema “Proverbio para el hijo” justo en el día del nacimiento de su hija (Leila) que me hiso una dedicatoria que dice, en alusión a mi poema Lista Negra “suma este a tu lista de sueño en un país diezmado y lleguen a ser en medio de un país oscura, la luz misma” lo guardo desde el 1989 cuando estuve en La Habana.

J.uan Manuel Roca/ Colombia