Foto de Iván Cañas
Por Ángel Velázquez Callejas
“Lo difícil es estimulante” dice Lezama, pero con el esfuerzo mismo, cuyo canal es para andar en busca de lo lejano, se pierde la capacidad de ver; de ahí las imágenes, de ahí el ego poético. En la distancia de la lejanía, el espacio imaginario surge. Lezama enfrentó una escritura imaginaria quizás como un médium, una manera de conectarse con la imagen desde diversos cuerpos soñados e imaginados: primero el espacio insular, luego el espacio continental americano y finalmente su entorno inmediato; una especie de prisión que fue su casa, su mundo íntimo, para morir soñando su cuerpo físico, su última armadura. Es decir, Lezama fue retrocediendo en el espacio según iba formándose la idea que posteriormente determinó su sistema poético del mundo, un sistema para soñar la realidad de la naturaleza poética en los confines del ser. En la medida que el espacio se torna reducido, mayor es la posibilidad de la imagen; es el misterio del imago: en la medida que el espacio se ensancha, la causalidad de la imagen se evapora. Eso sí, al llegar a casa, al espacio íntimo poético, creyó haber completado el sistema: un gusto y placer por lo más íntimo y allegado; pero cuando se introdujo en el espacio del cuerpo físico del sistema, de la lateralidad de su cuerpo imaginado, comenzó la autodestrucción del espacio. Cemí en Paradiso representa un espacio de la imagen que va siendo escamoteada por Licario, un espacio en plena destrucción. Cuando el segundo punto sucede, Cemí tiene que creer en una imagen, en el Paraíso, en el futuro porque ya no tiene espacio para la imagen. Esta es la idea: el paraíso se convierte en imagen del espacio y en el último reducto para la imaginación. En resumen, a lo largo de la escritura de Lezama se aprecia una estética de lo que me gustaría denominar el proceso de explosión e implosión de la imagen: la imagen se representa como imagen en la medida que el acto de soñar, de imaginar, se torna consciente y apunta al develamiento de una realidad que es al mismo tiempo irreal. Bachelard estudió este fenómeno de la imagen persuasivamente, su modo de actuación, cuando del examen de la casa como espacio poético pasó a los espacios redondos y geométricos del interior. Algo así como transgredir el espacio de la finitud a la infinitud.
Sin embargo, los límites del cuerpo físico fijan una actitud imaginaria alrededor de éste, que no supone, desde luego, la conexión interna con los cuerpos sutiles trascendentales de la imagen. De modo que es casi inverosímil mostrar la gravedad cuando se trata de construir una imagen pura, porque casi siempre en los sistemas poéticos –Bachelard y Lezama- la imagen tiene que estructurarse bajo múltiples problemas de conexión entre la recepción del sentir, pensar y ser. La clave de Lezama es: Soy luego existo. Por lo general, la imagen poética en Lezama atraviesa un proceso causal que se desarrolla entre el cuerpo mental –la imaginación- y la forma que asume la escritura, la expresión formal de la simbología soñada. De ahí que los conceptos que conforman el sistema –súbito, vivencia oblicua, hipertélico, imagen, metáfora- guarden relación en una sola dirección, en la dirección intelectual.
De igual modo, la visión de Bachelard es significativa debido a este mismo ordenamiento lógico de la imagen: a la hora de concebirla como poética del espacio, como el valor didáctico de la imagen en el espacio, crea la necesidad del ego poético. Lezama desecha el tiempo, aunque asume este concepto en una dirección histórica y causal; no sobre la duración de una imagen en estructurarse, en formarse, sino del tiempo que causa que una imagen pase de un cuerpo sutil a otro y devenga en poética, en ego poético: una poética del tiempo. Y la mejor manera de visualizar esa poética es a través de estar consciente de la propia imaginación, de estar atento al movimiento imaginario que provoca el ego, la masa instintiva de la erudición y el pensamiento intelectual. Lezama tenía una visión un poco extraña del tiempo. En la Cantidad hechizada, preludio a una era imaginaria, lo sostenía la cantidad. Y esa cantidad deviene, desde luego, en espacio. Para él, el tiempo referido a la imagen poética era eternidad, inmóvil y sustanciosa. Era la imagen lo que podía ser extraído visualmente de la recurrencia temporal de la historia y la cultura. Podría verse como el tiempo que no transcurre, como la imagen que se revela a espaldas de la razón positivista. Pero esa afirmación comporta un peligro: la eternidad que no se mueve no es eterna en sí misma; es decir, la imagen que no comporta un movimiento intrínseco, no es imagen. Por tanto, en Lezama la escritura necesita espacio, más que la simulación del tiempo. Necesita expandir la metáfora para que la imagen se muestre. Al contrario, las imágenes en movimiento no atraviesan la secuencia; no mueren en un tiempo físico. Las imágenes en movimiento forman de hecho una estética que es relativa a la psicología temporal del ego, lo cual configura una teoría de los movimientos de la imagen dentro del cuerpo físico humano: si la sangre circula no es solamente por el espacio, sino también por el tiempo que necesita para circular. Como aquí el espacio se reduce a cero, la imagen representará el tiempo; de esa temporalidad circulatoria de la sangre sucede el tiempo de la angustia, la libertad, el deseo, el amor, el odio, la felicidad, todo lo que en el hombre es valor, naturaleza temporal íntima, que se recobra en el tiempo y no esencialmente en el espacio. Es como engarzar –y Lezama obvió este proceder- en una sola categoría como el espacio se reduce a tiempo y de ello brotan imágenes humanas más comunes y cotidianas al siendo/existo.
Algo así, tiempo que transcurre en la imagen (nacimiento/muerte), Lezama pierde de vista aun cuando su visión es infinitamente reveladora: el tiempo en el cuerpo emocional del hombre –el amor- es recurrente entro del tiempo del cuerpo pensante (el estanque) –la velocidad de recurrencia- y el tiempo en el cuerpo mental –la imaginación- congruente con los tiempos anteriores. En efecto, una poética de la estructuración de la imagen en los cuerpos sutiles del ser humano capacitando al poeta de la mejor manera de entender la realidad de su existencia, no del realismo. La trascendencia que se pueda adquirir por este medio a la hora de concebir una poética del tiempo, contribuirá a una mejor estética de la imagen, no de la imagen espacial, sino de la imagen que no pertenece a nadie, sino a la vida, a su naturaleza de la conciencia.
Ángel Velázquez Callejas (Cuba, 1962). Profesor, museólogo e investigador. Publicó La hacienda ganadera de Bayamo 1800-1868 (1996). Coautor del libro Bayamo: crisol de la nacionalidad cubana. El Centro Juan Marinello para la cultura premió como investigación del año 1996 su libro El proceso de concentración y centralización azucarera en la región de manzanillo. Es miembro del consejo editorial de la revista de arte y literatura: Surco Sur. Reside en Miami.
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