Por Rodolfo Martínez Sotomayor
Según dijera Jorge Luis Borges, en una conferencia sobre su propia ceguera, la experiencia le había enseñado que las personas prefieren lo personal a lo general y lo concreto a lo abstracto. Como siempre me han dicho que debe aprenderse de los maestros, soy consecuente con ese precepto y comenzaré hablando de la primera vez que escuché el nombre que es motivo para esta reunión de amigos: Ramón Fernández Larrea.
Una tarde en nuestro común país, Cuba, con ese hastío propio de un joven que busca en el dial de una radio la manera de evadirse de una realidad demasiado hostil, pretendiendo, con mucha dificultad, encontrar las frecuencias interceptadas y de voces confusas de Radio Martí, no me quedó más remedio que resignarme ante el fracaso, y decidirme a escuchar un espacio nacional llamado: El programa de Ramón.
Con ese prejuicio, justificado, de un joven por todo producto artístico nacional, sobre todo, en un país donde los aires de esperanza que despertó la Perestroika, habían sido aplastados por su respuesta cubana, llamada por los jóvenes Pérez-Tranca, me aventuré a quedarme como oyente disciplinado.
La alegría y el asombro fueron sensaciones que hicieron una cópula formal, al escuchar la irreverencia con la que eran tratadas cuestiones de actualidad de aquellos tiempos, solapadas críticas sociales con un humor mordaz y lapidario. Conocí allí la canción de la rockera Tanya, donde vociferaba el sentir nacional, al decir, en clara alusión a nuestro máximo líder, que ese hombre estaba loco; aunque muchos pensaban, que por la osadía de sacar esos temas al aire, en un mejor sentido, Ramón también lo estaba.
Disfrutaba la sección llamada la perrera, donde el rock heavy metal, tanto tiempo proscrito de los medios oficiales, era aupado por esos jóvenes locos, liderados por Ramón. Recuerdo la hilaridad con la cual amenazaban con poner a Ania Linares y después anunciaban: ¡No, no se preocupen, no los torturaremos con eso!
Años después descubrí que ese mismo Ramón de la radio, era un poeta, y llegué a sus versos de un lenguaje preciso, de una tierna cadencia que emanaba sensaciones agradables en la lectura, una poesía limpia de andamiajes innecesarios, y con una capacidad de transmitir esa palabra, que por manida no deja de ser eficaz: Pasión.
Descubrí, además, un canto generacional, una voz que reclamaba con agudo juicio su individualidad, la nuestra, cuando decía:
Me pidieron que pusiera los dientes
Siempre en las manos del día
Me dijeron entona una canción
muy verde y llena de banderas
sospecho que voy a defraudarles
mi única bandera soy nosotros
con todos los pedazos que tenemos todavía.
Larrea hablaba de los terrores comunes, de los peligros que acechaban cuando se buscaba la verdad, y de ese afán por encontrarla, aún con el riesgo de las implicaciones, y nos dice:
La boca del lobo es del tamaño de la verdad
Y soy un ser humano y sudo y canto y sueño
Y nos dirá más adelante con certeza:
Los animales se ocultaron y un miedo verde crece
entre pequeños hombres que temen a la hoguera
hablo escribo camino
y mi tiempo me abraza
hiriente y amoroso este tiempo me abrasa
Pasaron los años y ya de este lado del mar, le escuché un día decir a mi amigo y poeta Joaquín Gálvez, que Ramón había escapado de Cuba. Para mi alegría, veo entre sus artículos publicados en la Revista Encuentro de España, un escritor más maduro, con una fina ironía puesta al servicio del buen gusto en el humor. Una voz propia que junto a su originalidad de estilo, era el mismo ser irreverente, que ahora en libertad, hacía trizas idolatrías nacionales.
Y era capaz de decir e insinuar cosas tales como que: Mariana Grajales odiaba al fogón y ese era el motivo mayor por el que lanzó a sus vástagos a la guerra o en su Carta al pez Manjuarí, preguntarse: Dicen que tu carne es sabrosa, y tal vez haya un indio, allá en el caney celestial, a quien se le haga la boca agua pensando en la vez que merendó contigo. Pero tus huevos son venenosos. Alguien con veneno en los huevos no es de fiar. Nada escapa a su saeta demoledora, el tractor Piccolino, uno de esos tractores enanos importados por el gobierno revolucionario tiene su canto y nos dirá Ramón: oh tractores piccolinos, cuántas hemorroides se escribieron en tu nombre.
No quiero extenderme más que el presentado, ya que estamos aquí para escuchar a Ramón. Sólo diré para concluir, que de él se han dicho muchas cosas, desde que es un humorista extraordinario hasta que se trata de uno de los poetas cubanos vivos más importantes. Habiendo crecido en una isla donde el dogma es la regla, tengo un enorme pudor en establecer un canon, soy más dado a los criterios personales. En una de sus cartas-sátiras a Hilarión Cabrisas, Ramón escribió: Lo que no le está permitido a un poeta es engañar, y menos repetirlo sin ser acusado de alevosía. Tal vez en ese secreto del inconsciente, estaba la clave que delata la personalidad de Ramón, creo que se trata de un creador honesto, de un poeta singular, razones suficientes para hacer de Ramón un artista especial.
Palabras leídas por Rodolfo Martínez Sotomayor en la presentación de Ramón Fernández Larrea en Delio Photo Studio el 10 de septiembre de 2010.
Foto: cortesía de Cuba Inglesa
Rodolfo Martínez Sotomayor(La Habana, 1966). Llegó a los Estados Unidos en 1989. Cursó estudios de periodismo en el Koubek Center de la Universidad de Miami. Sus artículos, poemas, cuentos y críticas literarias han aparecido en diversas revistas y periódicos de los Estados Unidos y España. Ha publicado los libros Contrastes (La Torre de Papel, 1996),Claustrofobia y otros encierros (Ediciones Universal, 2005) y la recopilación de textos y documentos Palabras por un joven suicida (Editorial Silueta, 2006). Cuentos suyos han sido incluidos en recopilaciones y antologías como Nuevos narradores cubanos(Siruela, Madrid, 2001), traducido al francés por Edition Metalie, al alemán por Verlag, y al finés por la editorial Like. Otro cuento suyo fue incluido en la antología Cuentos desde Miami (Editorial Poliedro, Barcelona, 2004) y en la recopilación de textos Reinaldo Arenas, aunque anochezca (Universal, Miami, 2001).
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