domingo, 8 de agosto de 2010

¡Cuídate, Cuba, de tu propia Cuba!


Por Joaquín Gálvez

Lo peor que le puede suceder a una nación, cuyo fracaso se prolonga por los excesos de una dictadura, es que la inmensa mayoría de sus ciudadanos sean portadores de los rasgos psicológicos más nocivos de sus gobernantes y que ni siquiera sepan distinguirlos. Este es el caso de Cuba, porque aun en nuestras empresas menores aflora ese enemigo sin rostro con el que convivimos diariamente como un parásito que medra en nuestras entrañas.

Derechos humanos, libertad de expresión, pluripartidismo, democracia, etc., seguirán siendo términos que proferimos vanamente mientras no asimilemos el espíritu y la razón que los sustentan. Esos atributos de la modernidad forman parte de una cultural ecuménica que puede entroncar con una cultura local, siempre y cuando no se interpongan factores corrosivos que condicionen una brecha.

En el caso cubano, se trastocan virtudes y defectos, se desdibuja la frontera entre el bien y el mal, se exacerba el regodeo con el morbo, pues nos causa placer en su propia opresión. De ahí que no reparemos en las consecuencias negativas del humor humillante (choteo en la indagación de Mañach), porque nuestra risa también brota de una puñalada al alma del otro. El brete y el chisme se convierten en una buena nueva que pasa de boca en boca y en el que siempre existe una víctima (o víctimas), que sacrificamos como parte de este ritual vernáculo. Como es sabido, cada uno de los participantes contribuye con su propia versión, para que al final quedemos todos complacidos con el descuartizamiento.

Por supuesto, ahí intervienen los lastres que nos distinguen: la envidia, el resentimiento, la intolerancia, la prepotencia, el egotismo, etc. Y aún así gritamos: ¡Abajo Fidel! Aunque de cierta manera gritamos: ¡Abajo nosotros mismos! No olvidemos la célebre frase de René Ariza: "hay que tener mucho cuidado con el Castro que llevamos dentro". Y después de gritos y discursos, ya hemos cumplido, sin saberlo, la misión del tonto útil, porque al no poder reconocer en nosotros mismos los males del enemigo que combatimos, reproducimos sus métodos hasta convertirnos tácitamente en sus cómplices (no todos los que nos hacen daño son agentes de la Seguridad del Estado).

Entonces, para satisfacción nuestra, ya hemos causado división y hemos sembrado rencillas entre esos pocos seres humanos, que con gran esfuerzo y dedicación tratan de hacer algo en beneficio nuestro. Pero qué importa, si lo que más disfrutamos es seguir siendo fieles a nuestros lastres personales, aunque luego nos quejemos: “esta ciudad es un páramo cultural…" Y ahora, gozosos por socavar el proyecto de uno –cuyo fin era que fuese el proyecto de todos los interesados- proseguimos dándole puñetazos al aire, aludiendo a nuestras pretensiones democráticas, con términos que nos quedan sumamente grandes, como si nuestra conducta posibilitase que la caída de un caudillo fuese el fin del caudillismo.

Ay, no solamente en España, Vallejo: ¡Cuídate, Cuba, de tu propia Cuba!

5 comentarios:

Ania dijo...

Joaquín,

Que acertado tu análisis!!!
Ese es el mayor daño que hemos sufrido como nación.
Para ayudar a Cuba tenemos que sanarnos primero a cada uno de nosotros, estar alertas, sacarnos al tirano que vive en nosotros, aprender a respetar y amar al otro desde la aceptación y la humildad. Gracias por este artículo.

Armando Añel dijo...

El tirano acecha en cada cubano, sin duda, y Castro no es mas que el resultado de una cultura, no quien la ha engendrado. Una cultura paranoica, gregaria y sin embargo prepotente, soberbia, creida. Castro ha potenciado nuestros peores defectos culturales, pero ellos ya estaban presentes antes de su llegada al poder.

Como bien dices, mientras el cubano no identifique al Castro que lleva dentro y comience a combatirlo, no va a ser posible construir una democracia desarrollada en Cuba.

Saludos

Joaquín Gálvez dijo...

Gracias, amigos, por participar con sus valiosos comentarios.

Saludos

Pablo De Cuba Soria dijo...

Joaquín, muy lúcidas tus reflexiones. La frase de René Ariza en "Conducta impropia" siempre me ha impresionado, claro: dicho en ese rostro con ojos mirando hacia una nada o descampado casi mística (pero un misticismo sin la gracia o la fe) potencia la frase.
Un abrazo
Pablo De Cuba Soria

Joaquín Gálvez dijo...

Gracias, Pablo. Un placer tenerte por acá.

Un abrazo,

Joaquín