domingo, 27 de junio de 2010

Dos poemas de Alberto Lauro


OYENDO A LA RETRETA EN CAMAGÜEY

                                       A Carlos Victoria

El niño va de la mano de su madre.
Ella lo lleva al parque
donde suena la orquesta.
Se queda allí, con sus amigas.
Pero el niño se adentra
en la espesura de la sombra y los jardines,
mientras la música suena
y él echa a volar
su cometa china,
que es ahora un punto diminuto
allá en el cielo.
Él y sus amigos envían mensajes  
con el sueño de que allá
en lo alto alguien los lea.
Después, a la tarde, regresan a casa.
Y él se duerme sintiendo su perfume
con la mano de ella
entre su pelo.

 AUTORRETRATO
  
                  En memoria de Heberto Padilla, José Mario
                  y mis amigos fallecidos en el exilio.

Iban a hacer la farsa
de una fiesta cuando él apagó la luz.
A punto de comenzar la música
hizo estallar un petardo y una granada de mano.

Desde siempre le gustó jugar con llamas:
el día de los fuegos artificiales
echó agua a la pólvora.
Una bandada de palomas debió cubrir el cielo
cuando él soltó una urraca, una corneja, un halcón y un cuervo,
coro delirante entonó estúpidas consignas.

Anhelaba el sosiego y el anonimato
pero era rey del escándalo y su reo.
Amó a los poetas románticos ingleses
que cantan a la bruma y a los bosques
que en su isla no existen,
aunque su verso en el disparador
fue a veces más preciso que una bala.

En tiempos de euforia y júbilo
decía que eran difíciles:
puso la nota del descreído, del escéptico
y enarboló la bandera del desahucio y del hastío.

A los que como papagayos repetían
que su tierra era faro de América Latina
afirmó que no alumbraba a nadie
y que el farero, además de estar loco, era ciego.

A la hora de los himnos
que hablaban de inexistentes victorias,
de un futuro luminoso
y de un hombre nuevo que nació viejo
–entonces nadie pensaba que adolescentes
entregarían sus cuerpos a cambio de shampoo,
pinturas de labios, una botella de aceite
o con mucha suerte una visa como billete al Paraíso–
cantaba las nanas más oscuras y terribles.

En medio de vítores, besos, piadosas palmadas
en el hombro y aplausos, no pudo contener el llanto.
Diestro en prevaricaciones y temores,
caballero con aires de bufón y profeta,
tímido disfrazado de insolente,
conoció a delatores, ladrones, bandidos,
difamadores, usureros, hipócritas, oportunistas,
proxenetas y aduladores por sus nombres.

Escribió poemas diciendo lo que sabíamos:
que el hombre es el lobo del hombre.
Confundió infierno, purgatorio y limbo.
Eligió la paz y la calma pero reincidía
en la blasfemia y la provocación.

Quiso tener el estoicismo de Job
o ser al menos émulo de ese varón virtuoso:
el terror y el espanto lo acosaban
y escarnio y el hostigamiento
le persiguieron como su perro más fiel. 
Se dejó arrastrar por lupanares de vicio e infamia
siendo sin embargo más rebelde que un hijo pródigo
y más puro que un ángel.
Intentó fundar el hogar que le negaron,
el que abandonó cuando cerró la puerta de la infancia de golpe.
Su sitio natural fue siempre la intemperie.

Sin haber cometido ningún crimen
como Caín fue obligado
a vagar por ciudades y desiertos,
errante, sin destino y sin amor.

Fue príncipe y le destronaron,
expulsado a tierras de abyección,
dejando la suya donde la impunidad
es una lepra que taimada avanza
y el nepotismo crece como zarza silvestre.

Amó la luz y fue confinado a cuatro paredes
donde a cada momento repetía
que afuera siempre alumbraría el sol.

Cuando el barco en que viajamos
sin saber a dónde parecía más seguro,
gritó que se hundiría y que el capitán
mintiendo nos llevaba con rumbo equivocado.
Su voz de altera fue ahogada entre estandartes
empuñados por sumisos
y lemas de falsas victorias.

Manuscritos suyos fueron a parar
a sórdidos archivos de la policía,
que no pudo evitar leer sus versos
con una mezcla de asco y estupor,
ni evitar que pasaran de mano en mano,
aprendidos de memoria
por jóvenes recalcitrantes
cuando su nombre era, como el de Eróstrato, impronunciable.

Todos le abandonaron como a Jesús
antes de ser crucificado.
Sus gatos murieron
de hambre y abandono
con el deseo de verlo regresar.
Sus hadas madrinas se convirtieron en brujas
que eran la misma Salomé bailando
y desnudando los tules del insomnio
al bailar la danza lujuriosa de la soledad.

En vida conoció la ruina y el esplendor.
Iniquidad se volvió el encaje que bordaron
para el cuello de su camisa de muchacho torpe.

Aterrado supo lo que es una bota militar
pateando la puerta a medianoche,
el pavor de verla derribar
cuando afuera frente a su ventana pasaban
tanques blindados, soldados que ignoraron
por qué iban a la guerra con una muerte segura.
Impasible hienas y chacales
pastaban en su jardín en tanto histérica
la multitud arrojaba improperios, palos y piedras pidiendo
–historia harto repetida–
la cabeza de turco de alguien como en un circo romano.

Conoció uno a uno todos los rostros de la abyección,
esos que condenaban cometiendo delitos
más graves que los que juzgaban
–por los que hasta hoy no han sido procesados–
por escribir un poema
sabiendo que no se editaría.
Nadie sabe quién le hizo
esa cicatriz que invisible le acompaña,
huella tanto de rabia como de canto.
Ha pagado con lejanía
el precio de libertad que es el exilio.

Cumplida su función en el patíbulo,
cobrados los irrisorios sueldos
e impuestos de peaje,
inquisidores y verdugos pueden descansar
por el momento mientras escogen
otra víctima inocente.

Ahora que calla alguien por él
encenderá un cirio y sin mover los labios,
sin que nadie escuche,
rezará esta breve oración:

descanse en paz, por fin, el hereje.

Alberto Lauro (Cuba, 1959). Poeta, escritor, periodista. Desde muy joven colaboró como comunicador y guionista en radio y televisión, así como en la prensa y las revistas literarias de su país, al que ha representado en numerosos eventos culturales internacionales. Formó en La Habana parte del círculo literario de la poetisa Dulce María Loynaz (Premio Cervantes 1992). Se licenció en Filología Hispánica en la Universidad de La Habana en 1992 y homologó su título en la Universidad Autónoma de Madrid en 1994. Ha estudiado además Bibliotecología y Archivología. En España ha publicado los poemarios Parábolas y otros poemas (Ed. Rondas, 1977), Cuaderno de Antínoo (Ed. Betania, 1994), así como las plaquettes El errante e Invocación frente al desierto mar (Ed. Jábega, Madrid 1994 y 1995). En Cuba, todos premiados, Con la misma furia de la primavera (l987), con retratos literarios del autor por Fina García-Marruz y Manuel Díaz Martínez respectivamente, así como los poemarios para niños Los tesoros del duende (1987) y Acuarelas (l990). Su obra se recoge en numerosas antologías y ha desarrollado también una notable labor como ensayista. Trabajó en el Archivo Nacional de Cuba y en el Archivo de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, en el Museo de la Ciudad de La Habana. Textos suyos se recogen en las revistas de la Fundación Hispano Cubana y Encuentro de la Cultura Cubana, así como de otros medios y publicaciones españolas. Su firma ha aparecido en columnas del diario La Razón de Madrid. Los programas de televisión Informe Semanal de RTVE, Uno más de Telemadrid y Portrait de Canal Arte francoaléman. En 2004 obtuvo en España el Premio Odisea con su novela En brazos de Caín, con prólogo de Zoé Valdés.

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