Noche de presentación del libro Ojo de Pez y otros relatos.
Editorial Silueta, Miami, Mayo 27 del 2010.
Diré lo que no está escrito, innecesario para la obra pero que siento agregar. Dedico estos relatos, algunos pensados hace muchos años, madurados todos entre el 2007 y el 2009, principalmente a mi hijo Diego, porque fue testigo de la pasión que genera la escritura lo que implicó un silencioso compartir y porque a él dejo mi legado, el amor por el arte.
Quiero explicar adonde me dirijo, ya que es curiosidad tanto en el que busca placer en el texto, como en el intelectual que compara o el lector de siempre.
Me han preguntado acerca de las influencias pasadas a través de estos escritos. Y desde mi presente de lecturas puedo nombrar dos mujeres relevantes: Marguerite Duras y Clarice Lispector, y un hombre magistral: Samuel Beckett. Lo que solamente adorna el sencillo resultado de este manojo de cuentos.
Debajo, adentro y desde mi más profunda formación como artista tengo que mencionar lo que me pertenece. Es una innata apreciación por la estética, elaborada durante mi paso por distintas escuelas de arte. Como producto de una época tan revolucionaria y trascendental como los 60’, vivida en un país a toda marcha en términos culturales como es Argentina, he gozado del privilegio de iniciarme en lecturas sin restricciones y con acceso a generosas bibliotecas.
Dice Roland Barthes, “en los tiempos de los clásicos y los románticos, la forma no podía ser desgarrada ya que la conciencia no lo era”. El arte clásico era transparencia, encuentro ideal entre un espíritu universal y un signo decorativo sin espesor, sin responsabilidad. Explica también como a fines del siglo XVIII tal transparencia se enturbia y desde Flaubert hasta nuestros días, estalla en su totalidad como un lenguaje no sólo de circulación socialmente privilegiado, sino ahora lenguaje con secretos, profundo y amenazante.
Esa forma-objeto que el escritor asume, repudia, toma, transforma, destruye. Yo me uno a partir de la destrucción, ausencia de escritura o escritura neutra:
grado cero de la escritura, como lo titula Barthes.
Cuando se genera en mi conciencia una avidez por la lectura y la necesidad de expresión por medio del texto, están presentes los franceses solidificando las bases del estilo que más tarde tallaría en mis relatos. Y me refiero a Albert Camus, Sartre y Simone de Beauvoir, a Baudelaire, Flaubert y Mallarmé.
Dice Walt Whitman: “no habrá en mi estilo ninguna elegancia, efecto, originalidad que cuelgue entre mi persona y los demás como un cortinaje”. Y en medio de esta rebelión del modernismo que se hace carne con una estética determinada, entran las raíces de mi ser como persona de origen netamente italiano. Mi escritura va a estar teñida por ese humor sádico, erótico y particular de mi raza. Y a la vez dotado de su eficaz dramatismo.
¿Qué me daban a leer? (ya que la biblia era prohibida en mi familia anarquista) “De los Apeninos a los Andes”, de Edmundo de Amicis. Esa era mi literatura infantil. Junto a la edad de Oro española: Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, que buscaba en las bibliotecas escolares para salir un poco de Alighieri (otro recomendado por mi abuelo) o el encuentro con los tomos de Lobsang Rampa, introduciéndome a una metafísica fantástica.
De adolescente encontraría recreo en el humor argentino de Dalmiro Sáenz o italiano de Giovanni Guareschi.Ya estudiante de arte me veo fascinada y obligada a indagar en Umberto Eco y Friedrich Nietzsche. Documentarme históricamente con Ray Bradbury.
Como atea impuesta y rebelde a tal estigma, busqué el método sicológico de introspección de San Agustín, y como ciudadana porteña, me senté en el diván freudiano por años. Logré por un tiempo liberarme de pesadumbres con Aldous Huxley o J.R.R. Tolkien y pulí la narrativa con Italo Calvino.
Debo también admitir mi reconocimiento a escritores -los cuales nunca pudé seguir en disciplina o en identificación- como el latinoamericano García Márquez, quien supo contar historias hasta arraigarlas en la memoria de pueblos enteros, novelistas eruditos como Thomas Mann, James Joyce. Imaginarios como el de Gunter Grass.
Pero la voz que me acompañaba desde siempre iba a estar reflejada en los personajes de Salinger, Kenzaburo Oé, Carson Mc Cullers, Beckett y la magistral síntesis de Augusto Monterroso.
Radicada en Miami, encontraría en el maestro Lorenzo García Vega, la seguridad de un discurso que está de vuelta de toda pretensión intelectual.
Aquí llego al lector, con un conjunto de relatos:
Ojo de Pez. Historias, algunas, tomadas de una insólita realidad y llevadas al mundo literario de la ficción. Otras, desgarros del lenguaje en busca de una forma que me contenga, exprese y los movilice. Tramas de un mundo en el que nos movemos conscientes o inconscientes de sus inmensos laberintos.
Mi agradecimiento al poeta Rolando Jorge por la confianza en mi obra, a la poeta Rubí Arana, por cancelar su peña esta noche y estar acá, y a mi editor Rodolfo Martínez Sotomayor, por creer y publicar mi primer cuaderno.
Gracias por estar aquí. Y espero lean el libro.
Susana Della LattaFoto: Cortesía de la página web de la
Editorial Silueta
No hay comentarios:
Publicar un comentario