sábado, 3 de abril de 2010

Tres poemas de Elena Tamargo


LA YEGUA

La yegua retoza suavemente sobre el rocío.
La sombra informa sus maneras humildes,
sus pruebas de grandeza.
La yegua es suave y fuerte. Le da lecciones al sabio y al dragón.
Ella no sangra.

La luz me sigue.
Es probable que pierda mi camino
pero no necesito hacer brillar la luz delante de mí.
He sido desbordada. Acepto las escrituras
y no acepto laureles.
Amortiguo perpleja el desconsuelo.
No viajo.
Tengo cuidado.
Perdí la mampara y ahora estoy desnuda
y todos pasan a mirarme.
Los trapos de fina seda cuelgan de mi ventana.
Tampoco acepto los degüellos
y al cruzar el agua no miro para atrás
pues me ahogaría.
Ofrendo el corazón mejor que el oro.
Miro sin pena y sigo porque me espera un pozo.

Esa yegua soy yo
cuando me dejan serlo.

LA BOCA

Esa boca sobre mi blusa blanca
mi alarma, mi vigilia
esa boca de pan
la boca mía
¿acaso está llamándome?

Ella tiene su paso
se pregunta ¿aquí qué había antes?
sabe cruzar el agua clara de otra tarde
como si allí la vida no fuera tan escasa.
Como la dulce uva del carrillón busca sus calles,
busca su cielo, su aljibe, su coro de quejidos
y va luego otra vez hasta la franja.

Esto ocurrió en una ciudad sin puerto
-la mina de dos almas-
allí viví, ciudad graciosa,
intermedia en los aires,
-¿sólo vive quien besa?-

Oh, boca, boca, boca
has llegado a tu pueblo, aquí sigue tu calle sin bombillo,
tu ventana entreabierta, tu pájaro esperándote.
Boca diciendo la ele de mi nombre
-¿es boca de libélula?-
boca que halla los agrios del lenguaje,
boca llena de migas, de negros espirituales,
dame saliva,
un membrillo maduro,
dame, mi amor, lo que tu boca quiera.

LOS OJOS

El año en que amaba
alguien tenía mis ojos
los llevaba en las manos como anillos
como pedazos de zafiros
los cuidaba desde que se habían cerrado.
Él ganaba y perdía, pero no se asomaba a las ventanas,
guardaba lo demás como mis ojos
las actas, su nombre, la peor de sus horas.
Los tulipanes en Moscú lo habían decapitado
y desde entonces bebíamos juntos leche negra del alba.
Bebíamos y bebíamos,
del cántaro y del cráter
y también de mi mano,
mas lo que ahora se hunde, a quién le pertenece,
rosa de quién si nadie me moldea,
fuimos serenos floreciendo y ya
rosa de nadie.
Quiero mejor ser leña de un hogar
y calentar la leche de los niños,
porque esos ojos míos del ochenta y siete
que aquel cuidaba
están bajos
llorando
cansados de no poder dormir en las camas donde nos acostamos
ellos y yo
a vivir del esplendor
cuando la luz se enciende
o cuando se derriten los corazones de oro
de los niños que beben la leche negra del alba.

Elena Tamargo(La Habana, Cuba). Premio de Poesía de la Universidad de La Habana, 1984; Premio Nacional de Poesía “Julián del Casal”, de la UNEAC, 1987. Germanista y Filóloga; Doctora en Letras Modernas. Académica, ensayista y poeta. Traductora de la obra de F. Hölderlin. Entre sus libros de encuentran: Sobre un papel mis trenos, Habana tú, El caballo de la palabra, Poesía de la sombra de la memoria y Bolero, clave del corazón. Después de una estancia en Rusia y otra en México, ahora vive en Miami. Estos poemas pertenecen a su libro inédito El año del alma.

1 comentario:

Los relatos de Maurice Sparks dijo...

Happy Easter!

Los invito a leer mi nuevo relato. Gracias.

http://losrelatosdemauricesparks.blogspot.com/2010/04/las-partes-del-cuerpo.html