viernes, 11 de diciembre de 2009

A-cercamiento a Mario Bellatín

Por Adriana Herrera


Mario Bellatín escribe con una mano de hierro que no tiembla al cortar el ojo de quien lo lee. Su narrativa arrastra hacia los delirantes escenarios de sus mundos cerrados y sólo cuando está adentro uno descubre que no saldrá nunca del todo.
En cierto modo, este narrador de quien Sergio Pitol ha dicho: “Con él entre nosotros, la novela vuelve a ser un género mayor”, actúa como un Barba Azul que nos entrega todas las llaves de las habitaciones, incluyendo la de algunas prohibidas, con la certidumbre de que no resistiremos la tentación de entrar y que al tener en las manos la llave manchada de sangre buscaremos desesperadamente el origen de lo que contra nuestra voluntad –pero también ansiosos de verlo- hemos tenido que contemplar.

Puede que se trate de un Salón de belleza –como el título de uno de sus libros- convertido en moridero; de un bello jardín construido como una venganza perfecta; de escuelas donde niños y adolescentes descubren cuán perversas pueden ser las ficciones humanas; de casas familiares donde el límite entre la abnegación y el control despiadado se funden. En cualquier caso, está hablando de algo más. Y cierra la puerta y deja al lector adentro con un manojo de llaves-símbolos para que recorra a solas esos espacios que parecen asemejarse a los reales, pero que lentamente van siendo tomados por un absurdo que parece imposibilitar su verosimilitud, hasta que su irrealidad se le revela al fin como ese espejo en el que no quiere verse. Es entonces donde hace aparición, con extraña nitidez, el mal que corroe los vínculos más íntimos o los sistemas que persiguen algún modo de utopía.

Sus obsesiones: la omnipresencia de la muerte y su relación con la belleza, la vasta extensión del dolor, o el fantasma de la libertad, alimentan un universo de metáforas reiterativas: peces o niños de tres años asfixiándose, cuerpos mutilados o inválidos, el color de la saliva escurriéndose como único modo de comunicación, la imagen de un perro inmóvil que contiene todas las respuestas impronunciables, entre otras figuras reiterativas, surgen una y otra vez en sus páginas. Pero en realidad éstas nunca hablan de lo que cuentan.

El oficio de Bellatín como narrador consiste en armar una suerte de tinglados teatrales para ensayar una nueva manera de decir lo indecible. Así se aproxima a las realidades comunes del siglo –el pavor a las enfermedades contagiosas, las lógicas cada vez más cruentas de la guerra, la tenebrosa extensión de las sectas, las monstruosas lógicas del poder en la vida cotidiana- a través de una enorme parábola que en realidad conforma un solo libro. Eso es lo que ha constatado al ver su Obra reunida por Alfaguara en México.

Esos textos publicados por diversas editoriales del Perú, donde se formó entre los cinco y los 23 años –y a donde no querría volver a vivir- o de otros lugares de Latinoamérica y Europa, que en los años ochenta habrían sido (lo fueron, algunas veces) descalificados porque desafiaban los cánones literarios, o por ilógicos, fragmentarios, irreales, hoy son considerados magistrales en su modo de asir la propia escritura y las extrañas construcciones colectivas de la realidad.

Este escritor nacido en Perú, radicado en México y habitante de un no-lugar subvierte las reglas de las notas de páginas, las asociaciones esperadas, y puede llevar tan lejos la libertad de lo apócrifo que durante un congreso intelectual donde le pidieron referirse a un autor determinante se dedicó a hablar de Shiki Nagaoka. Como narró The New York Times en el reciente artículo que lo califica como “una de las voces líderes en la ficción experimental en español”, fue a raíz de que la intrigada audiencia quiso saber más sobre este autor que según él tenía una nariz tan enorme que le impedía comer, que decidió proveer todos sus datos en la novela con fotos y bibliografía, sobre este autor ficticio que concibió con un defecto congénito –un rasgo que Bellatín comparte con él, puesto que nació sin el brazo derecho- y con la similar capacidad de incluir en sus obras lenguajes intraducibles. Al menos para quienes no tengan una nariz descomunal para la ficción.

En uno de los incontables textos engañosos (y no obstante ciertos en los niveles más profundos de la psiquis) que ha escrito, el ensayo De cómo conocí a Aldo Chaparro, Bellatín atribuye a este reconocido artista contemporáneo una de los ejes esenciales de su propia creación. Su oficio ha consistido en “colocar un universo terrible por delante, como una suerte de protección contra el horror que ese mismo mundo iba estableciendo”.

En 1986 publicó por su cuenta, con un sistema de bonos que le permitió financiar (y distribuir) 800 ejemplares de su primer libro, Mujeres de sal, y el reciente texto La jornada de la Mona y el Paciente, escrita a partir de cartas autobiográficas enviadas a un analista ortodoxo, Bellatín obtuvo el premio Xavier Villaurrutia por su novela Flores; su libro Poeta ciego fue calificado como “la novela más relevante” del 2008 por la crítica mexicana, y Salón de Belleza fue finalista del premio Medicis a la mejor novela publicada en Francia en el 2000.

Lo entrevisté en la antesala de su viaje a Buenos Aires, donde el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, realizaba el “Seminario Laboratorio Bellatín”: una sección de seis horas de preguntas y respuestas grabadas, sobre el proceso creativo del creador de “un proyecto original y arriesgado dentro del panorama de la literatura latinoamericana actual”, para producir un libro colectivo en su génesis. Al término de nuestra conversación el escritor consideró que podía funcionar como una suerte de ejercicio anticipatorio. A tono con sus libros fragmentarios, transcribimos extractos de la charla sobre su obra y visiones.

Habitaciones cerradas a las que sería mejor no haber entrado

“El lector se va involucrando en lo que él puede pensar que es paralelo a una habitación normal, pero cuando se da cuenta que ha dado un paso de más está totalmente envuelto en un mundo enrarecido”.

El verdadero libro

“Los escritores somos los que menos podemos leernos. Estamos demasiado acostumbrados a la presencia del autor todopoderoso que no se desprende del texto. Es difícil encontrar libros que no vendan con el autor incluido que dice cómo hay que leerlo. En lugar de ese lector acosado yo propongo una literatura que funciona como un pretexto para que cualquiera encuentre su propio libro”.

“En mi literatura nunca se cuenta lo que se dice de manera evidente, sino que lo que hay detrás de los sucesos que narro. Lo incontable. Todas esas palabras, esos hechos son como una suerte de maqueta, de andamio para que contenga ese vacío terrible que
es el verdadero libro”.

Efecto de Invernadero- Los Baños

En San Antonio de los Baños inventaron un sistema muy sabio: una escuela -con buenos profesores- donde los extranjeros están encerrados a 30 kilómetros de La Habana para hacerlos vivir un mundo muy cómodo y ajeno a la realidad cubana. No soporté ese encierro de 90 chicos latinoamericanos viviendo juntos en una especie de locura colectiva. Me sirvió para descubrir cómo puedes hacer un bodrio o una buena película a través del montaje, que lo es todo. Dejé la Escuela con la complicidad de un grupo de escritores cubanos que respetan el oficio en sí mismo y pude vivir como una suerte de ciudadano invisible durante dos años la cotidianidad, escribiendo un libro que fue el pretexto para ensayar formas narrativas. Escribí un libro que fue el pretexto para ensayar formas narrativas y hallar una manera personal de decir las cosas, porque lo único importante de un creador es que lo que él haga no lo pueda hacer otro. Hice dos mil páginas en las que hablaba de los últimos días del poeta peruano surrealista César Moro (en su hogar de la Bajada de los Baños, en Barranco) y del Efecto de invernadero (título del libro) de algo que me dejó helado: descubrí que los valores que son parte de la humanidad -la lealtad, la amistad, el amor- son aprendidos. Y que basta una minucia, que son los 40 años de un régimen, para romper con una lógica de siglos. Pero evidentemente no me interesaba hablar del sistema político: me interesa la realidad chica. El detalle. Cómo pasa lo que existe. Creí que debía escribir otras dos mil páginas para decir todo eso. Cuando salí de Cuba descubrí que el libro estaba terminado. Extraje fragmentos decisivos de lo que en cierto modo era un libro opuesto al que lee el lector porque aunque haya personajes y lugares reconocibles para mí, no tiene importancia transmitírselos al lector. Le entrego un sistema de escritura en el que no hay ningún espacio, ningún tiempo identificable. Se trata de que el lector tenga un libro más de silencios, más abstracto, para que él pueda participar en el proceso.

Un yo constante

En el último tiempo he escrito unos libros pequeños donde aparece un yo constante, fortísimo, insoportable, que hizo posible un nuevo libro que se llamará El gran vidrio. Trata de tres episodios autobiográficos, que se titulan "La piel luminosa", "La verdadera enfermedad de la Sheika" y "Yo era un personaje moderno". Es un libro que busca lo más personal de uno, que son los sueños, donde ni siquiera interviene la conciencia para elegir el tema. Para separar un texto de otro hay una serie de fotos conmigo: foto busto, foto perfil, etcétera. Y con eso se acabó esta búsqueda de mi voz, que en el fondo también es falsa, porque con El gran vidrio me burlo de la biografía al colocar situaciones totalmente imposibles. En un relato soy una niña que se convierte en marioneta y tiene una novia alemana y luego tiene 50 años y después vuelve a ser niña.

La ficción extrema

La extrema ficción que parece muy alejada de la realidad, se convierte en el único modo -cuando todos los demás están gastados- de modificarla.

De cómo una frase inicial contiene entero su Salón de Belleza

“Hace algunos años –dice, repitiendo de memoria el párrafo inicial de Salón de Belleza- mi interés por los acuarios me llevó a decorar mi salón de belleza con peces de distintos colores. Ahora que el salón se ha transformado en un Moridero, donde van a terminar sus días quienes no tienen dónde hacerlo, me cuesta trabajo ver cómo poco a poco los peces han ido desapareciendo”. En esa primera frase está todo el libro. No hay más. Ésa es la novela. Está escrita con el método del no: que todo no salga de cuatro paredes. No espacio, no tiempo, no retórica. Era poner restricciones muy estrictas para reinventar lo que estaba inventado. Ese libro es un reflejo, un apéndice de la realidad, pero construido de tal forma que no requería que me creyeran. Se trata de crear esos universos obviamente construidos, artificiales, para poder incidir en la misma realidad, pero de una manera alterna. Como las formas están tan gastadas, no inciden en la realidad. Para combatir el miedo que tengo de levantarme una mañana me levante y no desear seguir escribiendo, busco incidir con la escritura de una manera distinta a la que se está esperando. Quizás sea el único modo de pasar a las capas más profundas de las sociedades enfermas”.

*Versión de un texto originalmente publicado en la revista Poder.


Adriana Herrera (Bogotá, Colombia). Escritora de arte y literatura. Se desempeña en la sección de Artes y Letras de El Nuevo Herald y colabora para diferentes publicaciones de Estados Unidos, Europa y América Latina. Cursó estudios graduados en Ciencias de la Comunicación y estudió paralelamente filosofía, además de cursos de especialización en arte y literatura. En la actualidad se encuentra realizando la tesis doctoral en Literatura Hispanoamericana en la Universidad Internacional de la Florida.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

http://www.losrelatosdemauricesparks.blogspot.com/

Por favor, Joaquin, pudieras divulgar este nuevo blog cubano de relatos? Gracias.

Anónimo dijo...

excelente

Anónimo dijo...

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Thanks in advance and good luck! :)