Por Joaquín Gálvez
Cuando mi amigo Armando de Armas me pidió que presentase su
libro Los naipes en el espejo, yo le
sugerí otros presentadores, escritores que ya lo han leído y que han escrito brillantemente
sobre esta obra ensayística. Tengo que confesar que aún no he leído esta última entrega suya,
pues, como coordinador de esta tertulia, espero a que el autor invitado me
obsequie su libro. Por lo que aclaro que se trata de la presentación de un
libro no leído. Sin embargo, aun cuando no leyera Los naipes en el espejo, puedo decir que conozco muy bien su meollo,
el cual radica en la vocación política de su autor.
Tomando como base la política norteamericana, Armando de
Armas se declara republicano, conservador y de derecha. Pero cómo reaccionaría
Rick Santorum y Pat Robertson si leyeran su novela La tabla, en la que su alter
ego, Amadis, participa en varios de los pasajes orgiásticos que la
distinguen. No sería exagerado pensar
que, si dicha obra alcanzara la lectura de esos dos republicanos
ultraconservadores, se correría el riesgo de un retorno al proceso de "Las brujas
de Salem", si el mismo dependiera de sus
gestiones.
Dado este matiz, aparentemente contradictorio del autor de Los naipes en el espejo, ¿podemos entonces calificarlo
de liberal en la acepción norteamericana del término? Tampoco lo creo, sería como irnos por la
tangente, pues de Armas es un desmitificador de lo políticamente correcto, impuesto por esa
corriente liberal del partido demócrata en los Estados Unidos; un defensor de
la identidad del individuo frente a las fuerzas del espíritu colectivista y estatista.
Precisamente, Los Naipes en el espejo
es un libro que trata de deslindar ciertas creencias populistas en la sociedad
norteamericana actual. Un ejemplo de ello son los logros sociales que se le atribuyen
únicamente al partido demócrata y que han creado una imagen estereotipada a su
favor, la cual soslaya muchas de las iniciativas y logros del partido republicano
en este aspecto.
“Me contradigo, sí, me contradigo…”, alega Whitman en su Canto a mí mismo. Y esas contradicciones
que conforman el pensamiento y personalidad de Armando de Armas hallan una
respuesta lógica en su identidad como individuo, a la que le concede espacio y
sostén un sistema democrático. Si existe algo que sirve para medir la utilidad
del estado es su capacidad de proteger los derechos del individuo por medio de
una constitución; en este caso, el derecho a expresar sus opiniones políticas,
por muy singulares y controversiales que sean.
Armando de Armas se identifica con el ala conservadora del partido republicano;
digamos que con su agenda fiscal, tal como la del Tea Party, y con varios de sus fundamentos sociales; pero
no está obligado a comulgar con los preceptos moralistas de la corriente
republicana de la que forma parte la Coalición Cristiana. Es decir, de Armas se considera republicano y
de derecha, sin que esto implique que se le deba exigir que sea un Santorum,
que en cualquier idioma significa santurrón.
Armando de Armas, en su libro Mitos del anti exilio, disecciona sobre el llamado exilio cubano de
derecha, viejo estigma propagandístico esgrimido por el régimen castrista.
Paradójicamente, esos nombrados derechistas del exilio han coincidido con el
gobierno de La Habana en la práctica de legendarios métodos de izquierda, pues
tanto uno como el otro provienen de la misma matriz política. De Armas hace un estudio exhaustivo de la
tradición de izquierda en la historia de Cuba y su consiguiente continuidad en
el exilio, abundando en el talante de izquierda de la dictadura de Fulgencio Batista
y en esa prolongación del movimiento 26 de Julio que, en su versión exiliar, es
Alfa 66.
Armando de Armas es un hombre de convicciones políticas y no
teme a que lo tilden
de derechista dentro de un medio intelectual predominantemente de izquierda
como es el cubano. En la convivencia de la otredad está la clave de la
subsistencia de la democracia. Por eso debe ser una aspiración para la
nación cubana que un día desaparezca la práctica de todo maniqueísmo político por
causa del cual se tiende a demonizar al adversario político. De hecho, esa tentación antidemocrática puede
manifestarse hasta en el nombramiento, de tono peyorativo, de un bando al
otro (“derechistas”, a los de derecha; “izquierdistas”,
a los de izquierda). Basta con saber que en ese mismo tono al primero lo pueden confundir con un fascista, y al segundo con un comunista.
Como estudioso de la
política y la realidad cubanas, quizás de Armas les deba a sus lectores un libro que indague sobre las
causas socioculturales del fracaso de la democracia en Cuba, más allá de políticas
de izquierdas y de derechas, tal como lo hizo en su tiempo otro pensador
conservador cubano, Raimundo Menocal y Cueto. Aprovecho esta ocasión para
retarlo a que emprenda esta tarea, dado su interés a que los cimientos de la
democracia se levanten sobre suelo firme en la Cuba del futuro.
Armando de Armas es uno de nuestros grandes polemistas: no se
amilana por la crítica ni por la reacción coral de los que se escandalizan al
leer o escuchar sus ideas políticas.
Acaso porque es también un provocador que quiere subvertir los moldes del
pensamiento común, enraizados en esas fuerzas del espíritu colectivista contra las que combate con
tanto denuedo. No nos
sorprendería entonces que de Armas -a tomar, si es necesario- lance sus dardos
escriturales contra viento y marea y sin temor a equivocarse, pues aun así ha logrado
dar en el blanco del debate en tiempos en que su país se sume en la apatía
política. Como Antonio Machado, de Armas sabe que un pueblo no puede vivir de
espalda a la política, ya que siempre existe la posibilidad de que cuando un
ciudadano no haga política, otro lo haga en su contra.
Podemos o no estar de acuerdo con las ideas políticas de
Armando de Armas, pero de lo que sí estoy seguro es que las páginas de este
libro no los dejarán indiferentes, que al menos provocarán más de un sobresalto
a la luz de su criterio. Busquemos no solo las coincidencias sino además las diferencias
en pleno ejercicio de la sanidad
intelectual. Los invito, pues, a que sigan mi ejemplo y se entreguen a partir
de hoy a la lectura de Los naipes en el
espejo.
Café Demetrio, Coral Gables, 27 de abril de 2012