martes, 20 de diciembre de 2011

María Espinoza entrevista a Juan Gabriel Vázquez, Premio Alfaguara de novela 2011


Entrevista exclusiva al Premio Alfaguara de novela 2011, Juan Gabriel Vásquez

Por María Espinoza

Juan Gabriel Vásquez estudió Derecho en la Universidad del Rosario y Literatura Latinoamericana en La Sorbona. Vivió en Bélgica, pero actualmente reside en Barcelona. Ha publicado una recopilación de ensayos literarios, El arte de la distorsión (que incluye el ensayo ganador del Premio Simón Bolívar en 2007) y una biografía de Joseph Conrad, El hombre de ninguna parte. Colabora en diversas revistas y suplementos culturales, escribe ensayos y es columnista semanal del periódico colombiano El Espectador. Ha traducido obras de John Hersey, Víctor Hugo y E. M. Forster, entre otros. Es autor de la colección de relatos Los amantes de Todos los Santos y de las novelas Los informantes eHistoria secreta de Costaguana. Su tercera novela, El ruido de las cosas al caer, ha ganado el Premio Alfaguara 2011.

Entre sus premios y distinciones se destacan:

• Finalista del Independent Foreign Fiction Prize en Reino Unido con Los informantes.

• Premio Qwerty al mejor libro de narrativa en castellano (Barcelona) por Historia secreta de Costaguana.

• Premio Fundación Libros & Letras al mejor libro de ficción (Bogotá) 2007 por Historia secreta de Costaguana.

• Premio Alfaguara 2011 por El ruido de las cosas al caer.

¿Cómo entender la violencia en Colombia? ¿Cuál es su origen? ¿De qué manera se manifiesta? ¿Cómo buscarle una solución? Estas parecieran ser las preguntas que sirven de base al discurso de la novela El ruido de las cosas al caer, del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez. La obra comienza con el recuento de la fuga del hipopótamo del antiguo zoológico de Pablo Escobar, en el Valle del Magdalena. Este incidente es el punto de partida para que el protagonista y narrador, Antonio Yammara, haga un balance de la etapa de terror y violencia por la que pasó Colombia en los años setenta. La historia es prodigiosa, porque refleja la realidad a través de una observación minuciosa del comportamiento humano.

El ovillo que el escritor va desenrollando a lo largo de las más de 250 páginas es una prolongación de la memoria colectiva: una memoria que es activa, que no se circunscribe a hacer un recuento de los hechos y plasmarlos sobre el papel sino que estudia, observa, compara, analiza y saca conclusiones, siempre de manera constante, con digresiones (ineludibles), omisiones y vaivenes. Temas como la amistad frustrada, el amor o el miedo son examinados bajo el atento microscopio de la escritura de Juan Gabriel Vásquez. Quizá esta vehemencia por tratar estos temas humanos, por intentar comprender entre sus páginas todo lo imaginable, es el mayor reto al que Vásquez enfrenta en esta, su más reciente novela.

Al alejarse de la razón y la lógica para intentar hallar esas respuestas que busca mediante la memoria individual y colectiva, el escritor multiplica las probabilidades artísticas de la literatura, puesto que su novela alcanza múltiples interpretaciones, todas legítimas y compaginadas: novela de la violencia, novela psicológica, reflexión sobre la literatura colombiana. Es esto, quizá, lo más significativo en la obra de Vásquez: la posibilidad de descubrir en cada uno de sus pasajes y personajes la representación metafórica y simbólica de algo más. Juan Gabriel Vásquez nos concede la siguiente entrevista en exclusiva después de recibir el Premio Alfaguara 2011 por esta obra.


María Espinoza y Juan Gabriel Vázquez.
Fotografía José Santizabal.

ME: Ante una biografía interesante como la tuya surgen muchas preguntas. La primera de ellas: ¿cómo fueron tus inicios en términos de ambiente, inquietudes, etc.? ¿Qué factores empujaron o marcaron tu decisión de ser escritor? ¿Cuáles fueron tus primeras lecturas?

JGV: No recuerdo un momento en mi vida en que no haya escrito —y esto lo digo de manera muy literal, porque mi primer cuento apareció en publicaciones escolares y lo escribí cuando tenía ocho años—, de manera que mi oficio de contar historias por escrito viene realmente de muy lejos. En realidad siempre fui un escritor. No hubo un momento en el que decidiera convertirme en escritor: más bien siempre lo fui, porque esa siempre fue la parte más importante de mi vida. Más bien la decisión que tuve que tomar en cierto momento —mientras estudiaba Derecho— fue que eso no podía ser un hobby, un pasatiempo, sino que era el centro de mi vida. Entonces decidí reorganizar mi vida, eliminar la carrera y tratar de dar una serie de pasos hacia la decisión de que la literatura fuera mi profesión y mi manera de ganarme la vida. En otras palabras, nunca tomé la decisión activa de convertirme en escritor: más bien tomé la decisión de eliminar todo lo demás, todo lo que estorbaba, todo lo que se interponía en el cumplimiento de mi vocación.

ME: Te doctoraste en Literatura Latinoamericana en la prestigiosa Universidad de La Sorbona. ¿Qué papel ha jugado la academia en tu formación como escritor?

JGV: Bueno, tengo que aclarar que yo no llegué a terminar el Doctorado: terminé los estudios pero luego, en el momento de escribir la gran tesis que es el final de un Doctorado, me di cuenta de que los estudios doctorales habían sido solo un pretexto para estar en París y para aprender a escribir ficción mientras estaba en esta ciudad. Entonces, al momento de escoger entre escribir una tesis de 500 páginas o una novela, opté por la novela. Sin embargo, creo que el paso por la universidad —no solo por esa sino por otras en las que he estudiado de distintas formas la literatura— ha sido muy útil. Yo siempre he sido un escritor muy consciente de los procesos internos de la escritura, me gusta la reflexión, y sobre eso, me gusta la reflexión sobre lo que llamamos la cocina del escritor y la comprensión crítica de las novelas que me han marcado. Creo que los escritores no necesariamente tienen esto: hay escritores que repudian cualquier acercamiento a la teoría —como García Márquez, por ejemplo, que nunca ha escrito un ensayo de crítica literaria como tal—, y tenemos a otros, como Vargas Llosa y Fuentes, que tienen grandes libros sobre Madame Bovary, Cervantes, Víctor Hugo, sobre la novela como género, que son libros teóricos, interpretativos. Yo me siento mucho más afín a esta manera de entender la literatura, a esta conciencia de qué es lo que hace que un libro funcione.

ME: ¿Cuáles son los autores a los que recurres periódicamente? ¿Quiénes son tus influencias?

JGV: Creo que cuando hablamos de influencias nos referimos a aquellos escritores que nos abrieron una puerta. Esos escritores que nos demostraron que está permitido algo que hasta ese momento habíamos creído prohibido. En ese momento yo suelo repetir el nombre de Phillip Roth, que fue quien me enseñó que yo podía escribir sobre el pasado colombiano a través de individuos y a través de mi propia experiencia, pero también hablo mucho de Orhan Pamuk, de Carlos Fuentes en ciertas novelas, de algunos escritores que me demostraron algo muy importante, que es la libertad total del novelista frente a la historia, el derecho que tiene de modificar la historia conocida si es necesario para escribir sus propias ficciones. Luego hay otros, como Vargas Llosa, que me influenciaron no tanto por sus novelas —aunque las leo y las admiro—, sino por una suerte de ética del escritor. Esa consagración total del escritor al oficio, esa idea de que la literatura es un trabajo excluyente y la labor del escritor es eliminar de su vida todo lo que estorbe, todo lo que se interponga entre él y el siguiente libro, ese tratamiento de la literatura como una obsesión, como un vicio, es una gran influencia para mí, y eso viene de Vargas Llosa.

Entonces hay muchos. Quizá si yo tuviera que escoger a uno solo entre los clásicos modernos sería Joseph Conrad, que me ha marcado de una manera que no puedo explicar muy bien. Probablemente tiene que ver con una cierta idea de que la literatura —entre muchas otras cosas— lo que mejor hace es explorar los momentos oscuros de nuestra experiencia no solo individual, sino también colectiva, la experiencia como países, por ejemplo. Eso es una cosa que yo he hecho obsesivamente en mis novelas: tratar de echar un poco de luz sobre momentos oscuros de la historia colombiana y ver lo que hay allí. Eso es un resultado, yo creo, de la lectura de Conrad; entonces, en muchos sentidos, las novelas que yo hago son un resultado de la lectura obsesiva de las suyas.

ME: En tu opinión, ¿cuáles fueron los ingredientes para que la novela El ruido de las cosas al caer tuviera los éxitos que ha logrado?

JGV: Lamentablemente no los conozco: si así fuera estaría tranquilo, porque haría la siguiente novela la haría con esos presupuestos y no tendría ningún problema, pero nadie sabe cuáles son. Creo que era William Sommerset Maugham, el escritor inglés, quien decía que para escribir una novela hay diez reglas, el problema es que nadie sabe cuáles son. Yo creo que es cierto: no hay recetas, nadie sabe por qué un libro encuentra comunicación con los lectores. El ruido de las cosas al caer viene acompañado de un premio y eso le da el impulso inicial, pero vamos a ver si la gente lo sigue leyendo dentro de diez años: ese es el reto real. Hay muchos libros que son exitosos en su comienzo porque nacen en determinadas circunstancias y de los que en diez años los lectores se han olvidado, y por el contrario, hay libros que cuando salen publicados no hacen ningun ruido, en los que nadie se fija, y cincuenta años después se convierten en los grandes clásicos de su tiempo, de manera que nadie sabe.

ME: Terminar esta, tu más reciente novela, te tomó más o menos dos años. Cuéntanos un poco cómo fueron esos dos años: de cuánto tiempo disponías para escribir, cómo era tu rutina, cual fue tu método.

JGV: Bueno, el tiempo era absolutamente libre: yo no tenía limitaciones de ningún tipo. Me tomó dos años y medio. Me resulta muy difícil hablar del método, porque es la novela menos metódica que he escrito, pero es curioso, porque el resultado final da la apariencia de que el método es muy pensado y muy calculado, y resulta, que en esos dos años y medio yo llegué dos o tres veces a la página 100 de la novela y tuve que tirar todo a la basura porque no funcionaba, porque no servía, porque yo no había encontrado cuál era mi historia, cuáles eran mis temas. Fue una novela que me costó mucho trabajo, porque tardé mucho en descubrir la novela que estaba escribiendo. Cuando se escribe sin planes, sin calcularlo todo, sin medirlo todo, esos son riesgos que se corren. Por otra parte, esta es una novela que escribí en momentos de muchos viajes, y eso, que al principio me pareció un problema para la escritura de una novela, al final se convirtió en una ventaja. Tuve una especie de revelación: me di cuenta de que los viajes me sirven mucho para escribir porque aportan momentos de absoluta soledad y absoluta desconexión con el mundo, sin ninguna de las obligaciones de la cotidianidad de la vida doméstica. Eso a mí me alimenta mucho la imaginación. Los largos tiempos de reflexión que exige una novela han sido muy benéficos para mí. De manera que he descubierto que viajar, no estar en mi estudio, no estar en mi casa, paradójicamente alimenta mi trabajo como novelista.

Se trata sobre todo de esos momentos de mucha soledad e instropección que tiene uno cuando viaja. Un vuelo de seis o siete horas, por ejemplo, para mí es un espacio extraordinario, porque son siete horas en las que uno no tiene ni teléfono celular, ni internet, ni obligaciones domésticas: lo único que puedes hacer es pensar y trabajar, y además te traen la comida. Entonces es un espacio fantástico.

ME: ¿Los personajes de esta novela son ficticios o reales? ¿Cuál de ellos fue el mas difícil de lograr?

JGV: El personaje principal, Ricardo Laverde, es un joven colombiano que forma parte de la primera generación de pilotos que llevaron droga a los Estados Unidos. Fue el más difícil, porque es alguien absolutamente alejado de mi experiencia. Como nunca he tenido un contacto ni siquiera relativamente cercano con un narcotraficante, requirió un esfuerzo de imaginación, comprensión e investigación: hablar con gente, buscar libros, documentarme. Y el esfuerzo es doble por cuanto es un personaje moralmente dudoso. Yo tenía que cuidarme mucho de la condena, porque la labor de un novelista no es condenar ni absolver, sino comprender y conservar esa especie de imparcialidad que tanto preocupaba a Flaubert. De manera que, en ese sentido, fue quizá el más difícil.

ME: ¿Qué cambios técnicos o estructurales ha experimentado tu obra desde tus inicios hasta la fecha? ¿Cómo se diferencia El ruido de las cosas al caer de tus novelas pasadas?

JGV: Yo publiqué dos novelas muy joven, con 24 y 26 años, y son novelas que desde entonces he desechado de mi biografía, de mis solapas, he dejado de declararlas, digamos. Después de esas novelas vino un libro de cuentos cuyas historias suceden casi todas en Bélgica y en los países en los que viví antes de llegar a Barcelona. Y ninguno de esos tres libros: ni las dos novelas desechadas ni el primer libro maduro y presentable, que es un libro de cuentos, ninguno de esos libros habla de Colombia porque no sabía cómo hacerlo. Yo creo que la gran novedad, el gran descubrimiento a partir de Los informantes fue cómo escribir sobre mi país, y eso tiene también relación con cambios estructurales, porque es un determinado tono, son ciertos descubrimientos estilísticos lo que me ha permitido escribir sobre Colombia. Eso es lo más importante.

ME: Estudiaste Derecho, ejerces el oficio del periodismo y además eres traductor. ¿De qué manera esta visión múltiple ha influido en tu obra?

JGV: La traducción es una escuela de escritura. Creo que si escritores jóvenes me pidieran consejos para escribir, les diría que aprendiesen a traducir literatura: es la mejor escuela. El periodismo ha sido algo que me ha acompañado siempre, pero la escritura de una columna de opinión —que es una de las cosas que hago— me parece muy extraña para un novelista. El novelista —o por lo menos el tipo de novelista que soy yo— es alguien que trabaja con preguntas, alguien que escribe porque ignora algo, porque no conoce, porque tiene dudas, porque hace preguntas. En cambio un columnista, por lo menos durante el espacio de la columna, está absolutamente seguro de algo y quiere convencer al resto de la gente de eso, entonces tiene certidumbres, todo es absolutamente claro para él en ese espacio. A mi entender estas dos actitudes chocan, hay allí una esquizofrenia muy rara.

ME: El narcotráfico, tema pivote en esta última novela, es uno de los grandes problemas de Latinoamérica, Estados Unidos y del mundo en general. En tu opinión, ¿esta es una guerra perdida? ¿Qué retos enfrentan las nuevas generaciones?

JGV: Cuando uno de los países más ricos del mundo dedica una parte tan grande de su presupuesto a un objetivo durante cuarenta años y no lo logra, creo que es tiempo de sospechar que es imposible hacerlo.Yo creo que es el caso de la llamada “guerra contra las drogas”. Es una guerra que no se puede ganar porque siempre habrá consumo; como dije en mi presentación en la Feria del Libro de Miami, no hay una sociedad libre de drogas en toda la historia de la humanidad. Entonces lo que debemos es que ese consumo haga el menor daño posible, y desde luego, esto no se puede hacer por la vía de la ilegalización, la cual criminaliza algo que simplemente es un problema de salud pública y lo convierte en un problema de orden público. Para mí ese es un grave error y sus consecuencias las vemos ahora en Latinoamérica en general, y en México en particular.

ME: El desarraigo y el exilio han marcado la vida de los inmigrantes en este país. ¿De qué manera te ha marcado a ti como escritor? ¿Qué podrías decirnos de tu decisión de migrar a Europa? ¿Cómo fue la experiencia de vivir lejos de Colombia?

JGV: Yo suelo defenderme de la idea de exilio porque no soy un exiliado: yo puedo volver a mi país cuando quiera. De hecho lo hago, no pierdo el contacto; en cambio sí tengo amigos que son exiliados políticos para quienes la situación es muy distinta.

Sí creo que el desarraigo me ha marcado mucho, y la verdad de manera positiva —aunque claro que no viene sin problemas—. Yo, por razones temperamentales, me siento mucho mejor en países que no son el mío, en lugares donde me siento extraño, donde hay un cierto choque con otra gente, con el país de acogida, y pienso que eso ha sido muy fértil. Creo que mirar a Colombia desde la distancia me ha permitido tener otra perspectiva. En muchos sentidos yo repito siempre que ha sido la distancia en el espacio, pero también la distancia en el tiempo, los años que he pasado fuera de Colombia lo que me ha permitido escribir sobre mi país. De manera que no ha sido sino provechoso en ese sentido.

ME: Se dice que un escritor es una persona inexcusablemente solitaria. ¿Compartes esta idea?

JGV: Sí, yo nunca sé si uno comienza a escribir porque tiene el temperamento solitario y es un canal de salida, una catarsis, para ciertas emociones, o si es al contrario, uno se vuelve solitario porque lo que lo que lo obsesiona es escribir historias y eso no se puede hacer en compañía. Entonces no lo sé, pero sí creo que hay una cuestión de temperamento que condiciona mucho el oficio de escritor. Me gusta mucho estar con la gente que quiero, con mi familia, con mis amigos, pero tengo el temperamento muy independiente, muy solitario, y eso ha sido así siempre. Por lo tanto sí creo que hay relación, claro.

ME: ¿Qué piensas de la revolución tecnológica aplicada a la industria editorial: los e-book, las nuevas costumbres de lectura, etc.?

JGV: Creo que estamos en un momento muy incierto en el que es muy difícil prever lo que va a pasar. A mí me suele molestar mucho esa especie de tecnolatría, de adoración ciega en la que se ha caído que yo no comparto para nada. Creo que el libro electrónico tiene varios problemas y que aún no hemos llegado al fondo de ellos. No hemos medido las consecuencias de lo que puede pasar en un mundo en el que el libro electrónico sea el único soporte; creo que hay varios problemas de censura, por ejemplo, que se producirían en sociedades donde solo hubiese libros electrónicos. Pero también creo que mi relación con los libros tiene un grado de romanticismo que está destinado al fracaso y a la extinción, porque tiene un punto irracional. Pienso que esto, como tantas otras cosas, es de pronóstico reservado, como dicen los médicos.

ME: Coméntanos tu opinión acerca de la narrativa colombiana actual.

JGV: Pienso que pasa por un buen momento, y la prueba —ya lo he dicho en otra parte— es que no entra una sola mesa de novedades en Colombia: hay cinco generaciones distintas publicando novedades. En este momento hay escritores que acaban de pasar la treintena y están publicando libros interesantes, y hay otros que van a cumplir setenta años y están publicando libros nuevos. No estoy hablando de García Márquez o de Álvaro Mutis, quienes pertenecen a una generación que ya está en otro nivel, sino escritores como Tomás González, por ejemplo. Entonces creo que también es un buen momento para los lectores.

ME: ¿Qué consejos les darías a los escritores que recién comienzan?

JGV: Que no se metan en esto si creen que pueden vivir sin hacerlo. Es decir, que solo se dediquen a la literatura si están convencidos de que serían absolutamente infelices si no lo hicieran. El trayecto de un escritor es muy duro, está lleno de dificultades, de renuncias. Uno tiene que renunciar a la tranquilidad económica, tiene que renunciar muchas veces al tiempo con la gente que quiere, tiene que renunciar —en el noventa por ciento de los casos— al reconocimiento. Todo es muy difícil si uno no está obsesionado con el asunto, si la literatura no es una obsesión, un vicio que no se puede dejar de lado. Si la literatura no es lo que a uno lo hace realmente sentirse satisfecho con su vida, no vale la pena pasar por todas esas dificultades. Entonces mi consejo es ese: que no lo hagan si no sienten que es absolutamente necesario para su bienestar emocional.

ME: ¿Qué ha significado para ti el Premio Alfaguara?

Lo primero es encontrarme de la noche a la mañana prácticamente hablándole a un grupo de lectores mucho mayor del que yo tenía. Yo nunca había sido un escritor de grandes ventas, y de repente, sin haber cambiado mi idea de lo que son mis novelas, mi idea de lo que es mi proyecto literario, tener un público que se ha multiplicado de una manera muy grande para mí, es una novedad y también una satisfacción, porque a mí me gusta la idea de la novela como un acto de comunicación, entonces con cuántas más personas me comunique tanto mejor. Eso es lo más interesante.

ME: ¿Qué es para ti Miami?

JGV: No sé… Es una ciudad muy rara, impredecible. Creo que tiene una mezcla de culturas con las que no se hace mucho escándalo, como sí sucede con Londres o Nueva York, por ejemplo, por esa mezcla de culturas. Pero creo que lo que sucede en Miami no es inferior a lo que sucede en esas mezclas de esas otras ciudades y eso genera choques, genera encuentros que son muy interesantes.

ME: Probablemente seas muy joven para formularte esta pregunta, pero de igual manera te la hago: ¿cómo le gustaría a Juan Gabriel Vásquez que lo recuerden?

JGV: La verdad es que no me interesa mucho que me recuerden, pero sí que recuerden mis libros. En realidad me interesaría mucho más que dentro de cincuenta o cien años todavía se siga leyendo algún libro mío y que la gente —aunque no tenga la menor idea de quién era yo—sepa quién es uno de mis personajes. Esa sería mi única relación con esa idea de porvenir.

ME: Juan Gabriel, muchas gracias por esta entrevista, y que sigan los éxitos.

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