miércoles, 28 de agosto de 2013

El hormiguero intelectual del exilio cubano



 Por Ángel Velázquez Callejas
 
Toda la crítica intelectual que se hace para negar la positividad de los riesgos de nuestro tiempo, proviene de la "izquierda humanista". Todo se reduce a que la inmensa mayoría de los intelectuales piensa en términos de "mejoramiento humano", en función de esconder del hombre su costado natural, animal. Pero en los tiempos que corren al hombre no le interesa ya vivir bajo ninguna pedagogía basada en una ontología del sujeto en relación al objeto, ni preocuparse por lo que fue esa metafísica narrativa de los grandes relatos, sino más bien embellecer y/o eternizar su cuerpo, sacarle el mayor provecho a su existencia. Esto último se ve correspondido por una época en la que la tecnología (la biotecnología) y la incesante relación a través de los medias están motivando un cambio de pensamiento y espíritu.

Al hombre actual no le interesa mucho que lo eduquen bajo la rancia autoridad de la historia, sino que se le provea de los medios tecnológicos adecuados para librar una batalla contra sí mismo, para auto-operarse y cambiarse a sí mismo.  El hombre de hoy (y del futuro), en otras palabras, busca elevarse por encima de sí mismo, enriquecer su grado de conciencia. Pero no a través de manuales pedagógicos o doctrinas teológicas, de formulaciones y experimentos nacionalistas, sino por medio de las nuevas tecnologías y el incremento de la inteligencia artificial. Si hay un aspecto que clarifica la ruptura de la época del humanismo al post-humanismo es esta: cada día se vuelve más incesante la participación del hombre a través de nuevos modos tecnológicos de comunicación y de una ciencia del conocimiento sobre el cuerpo que advierte, por añadidura, el desarrollo de la capacidad del cerebro, y estiliza la belleza del cuerpo. Ambas magnitudes --inteligencia y belleza corporal-- hacen del hombre contemporáneo un ser para la vida. Un ser, como apreciaba Nietzsche en las postrimerías del siglo XIX, desconectado de su pasado fetal.

La parodia que hiciera Enrique José Varona al acápite "El convaleciente", del libro Así habla Zaratustra, publicada en la revista El Fígaro en 1906 bajo el titulo Algo que pudo haber contado Zaratustra, puede dar la medida exacta del alcance del espíritu del siglo entero cubano. Del espíritu intelectual y su decadencia. El cuento de que un león se fue a vivir a un hormiguero y a la postre huyó por los cosquilleos de las hormigas, da con la tesis, estrafalaria por cierto, de que la cubanía solo funciona dentro del espacio de una estricta estructura social, encerrada en sí misma, de sicología de masas, de pedagogía fetal y de sumisión al contexto de las instituciones creadas. Qué tan mal tenía leído Varona a Nietzsche lo demuestra el hecho de que nuestro talento artístico y pedagógico dependía (depende aún) del miedo a abandonar el refugio de la envoltura biológica, social y cultural que lo constituye.

Lo ha referido Sloterdijk: "Cuando Nietzsche habla de superhombre, es para referirse a una época muy por encima del presente. Él nos da la medida de procesos milenarios anteriores en los que, gracias a un íntimo entramado de crianza, domesticación y educación, se consumó la producción humana, en un movimiento que por cierto supo hacerse profundamente invisible y que ocultó el proyecto de domesticación que tenía como objeto bajo la máscara de la escuela".

A esa dependencia se reduce el hecho, planteado en la antropología de Gehlen (El hombre, su naturaleza y su lugar en el mundo), de que el hombre es un ser deficitario al nacer y necesita de una creación sobrenatural para sobrevivir. Esa sobrenaturaleza --llamémosla en términos culturales una técnica humana (un ser que tiende a ser correctamente gregario por razones de incapacidad individual)-- sirve para protegerlo de los peligros que emanan de la existencia.

El reducido esquema de la filosofía pedagógica de Varona, que deja entrever en la conversación de los animales con Zaratustra, es la misma que en forma socializada ha imperado en el espíritu actual de la intelectualidad cubana. Para este falso pensador, que constantemente habla en términos de justicia social y mejoramiento humano, la creatividad intelectual se reduce a parodiar el esquema positivista del humanismo de Varona. Lo he visto suceder por estos días como una pedagogía de la crianza: andan como hormigas para protegerse en la envoltura fetal que le impone el  nacionalismo cubano. Y con esa aptitud regresan a la frase de Varona que defiende el carácter de sicología de masas en los intelectuales: "Después de todo, la lógica de los animales no es la lógica de los hombres, y menos de los precursores del archihombre". El humanismo de las hormigas no estaría en la fuerza de este último, sino en reconocer siempre la dualidad del ser, entre lo que constituye su animalidad y lo humano.

Por eso cuando se aparece en Miami un intelectual que vive en Cuba, el hormiguero nacionalista acude a sus anchas. Nada mejor que una práctica de la razón cultural en la que queda establecida per se la comprobación de la sobrenaturaleza deficitaria, de hormiguero, de una buena parte de la intelectualidad cubana del exilio. Cosa para pensar, aunque se trata de una realidad que no sorprende.

Publicado originalmente en Neo Club Press


 

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