Por Armando Añel
Frecuentemente, el debate
en torno al embargo al régimen implantado en Cuba se centra en el ámbito de lo
político. Pero es en el de lo económico que las restricciones norteamericanas
alcanzan envergadura práctica. Suele olvidarse que la medida incide, fundamentalmente,
en el área de las inversiones, el turismo y la exportación —cuya índole antaño
preferencial intenta rescatar La Habana dados el atractivo natural de la Isla,
su cercanía a Estados Unidos y la existencia de una numerosa, y boyante,
comunidad emigrada.
Aunque
el petróleo chavista continúa amamantando la antigua criatura, se trata de una
financiación coyuntural (en Venezuela no hay ya ni papel higiénico). A mediano
o largo plazo, el castrismo necesita acceder a los dineros del enemigo del
norte, encarnados en el turismo más generoso de Occidente, sus inversores más
solventes o sus consumidores más empedernidos. Más que a la compra de
alimentos, medicinas o materias primas, es a esto último a lo que se opone el
embargo de baja intensidad, porque el régimen ha adquirido regularmente una
amplia gama de productos en el mercado estadounidense.Así, la pertinencia de las restricciones no debiera medirse en función de lo que provocan, que no provocan mucho, sino de lo mucho que impiden.
Una anécdota puntual
Para ejemplificar puntualmente la importancia que el régimen castrista concede a Estados Unidos y al exilio cubano como tabla de salvación económica, me detengo sobre una reciente anécdota que compartí, vía correo electrónico, con el escritor Juan Cueto Roig. Narra una tercera persona:
“Maxxila (llamémosle así a esta oficial de la policía del sur de la Florida) me llamó hoy para contarme que ayer trabajó hasta muy tarde porque tuvieron que desarmar una casa que tenía todo el equipo que se necesita para identity theft (se refiere al robo de identidad, con el que en Miami y otras ciudades se accede a los recursos o beneficios –como los otorgados por la Ley de Ajuste-- de otras personas). Se quedaron azorados ella y todos los policías con la gran empresa de hacer tarjetas, pegar fotos de ilegales y demás. Ella ya está cansada de ver cada día más que son cubanos recién llegados los que tienen este negocio ilegal. Maxxila le preguntó a una de las mujeres: chica, yo soy cubana también y estoy impresionada con lo sofisticadas que están estas producciones de tarjetas, etcétera… ¿cómo ustedes aprendieron esto tan pronto? Y la mujer le contestó: Esto se aprende en Cuba. Hay muchos colegios de fraude que el gobierno establece y en ellos enseñan no solo cómo defraudar a este país (Medicaid, Food Stamps, Disability, etcétera), sino que lo que más interesa a los alumnos y a los profesores es el fraude millonario. ¡Nadie viene a este país solo para que le den de comer!”.
Con los dineros del enemigo
Dada su naturaleza práctica, que dificulta la normalización del neocastrismo y limita la eficacia de los organismos de propaganda y represión gubernamentales —recuérdese la uniformidad social o la inexistencia de una disidencia pública en Cuba durante los años dorados del neocolonialismo soviético—, puede decirse que el embargo actúa como dique de contención a la marea del totalitarismo.
En sistemas totalitarios como el cubano, el aparato de control social gira sobre dos ejes interdependientes, dependientes a su vez de las plusvalías que sea capaz de colectar el Estado: el de la dádiva y la recompensa, implementado por una serie de instituciones que premian, en ocasiones generosamente, la incondicionalidad al régimen --la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) es una de ellas--, y el policíaco, que participa de la represión pura y dura o la relativiza penetrando los focos de descontento popular y cultural. En su momento, los subsidios este-europeos no fueron invertidos en el desarrollo económico de la Isla, sino —amén del injerencismo en el Tercer Mundo— en aceitar estas y otras mecánicas de avasallamiento.
De cualquier manera, La Habana aspira a que Estados Unidos financie dos figuras imprescindibles de cara a la normalización del neocastrismo:
• El aparato de seguridad. Los dineros del enemigo refinanciarían un andamiaje del que no sólo forman parte los soplones, los agentes de influencia cultural –también integrantes de lo que he llamado por estos días, para variar, operación Puente Seguro--, la policía política o las llamadas Brigadas de Respuesta Rápida, sino los estímulos laborales, los viajes al exterior y, en general, el tenebroso sistema de manipulación gracias al que, por poner solo un ejemplo, los trabajadores del sector turístico son de los más interesados en acudir a las movilizaciones gubernamentales y/o acatar las reglas impuestas por la dirigencia: de ello depende la conservación de su empleo, codiciadísimo en la Cuba en divisas convertibles.
Téngase en cuenta que en regímenes como el castrista el Estado ejerce compulsivamente su triple condición de juez, empleador y propietario, con lo cual la variable “a mayor solvencia estatal mayor indefensión ciudadana” resulta una perogrullada. Los mecanismos de soborno, chantaje y coerción tradicionalmente instrumentados por la dictadura alcanzarían, tras la inyección de capital norteamericano, cotas de eficacia inimaginables.
• El aparato de propaganda. Un apartado sobre el que el régimen hace particular énfasis y que el levantamiento incondicional del embargo revitalizaría. Aun en lo más álgido de la crisis económica, el poder no ha dudado en gastar en propaganda antes que adquirir alimentos o medicinas para la población, todo lo cual, sencillamente, le parece más redituable a nivel político. Los ríos de moneda dura invertidos en transportar y organizar la parafernalia de las grandes concentraciones, o la construcción y avituallamiento de un millonario complejo deportivo con vistas a los Panamericanos de 1991 —irrentable en lo más profundo del Período Especial—, lo confirman.
Dicha estrategia, sin embargo, no se limita al adoctrinamiento nacional, sino que trasciende las fronteras insulares apuntalando dictaduras emergentes en otros países.
Hacia el cambio sin cambio, o la normalización del neocastrismo
La ofensiva antiembargo preconizada por el régimen cubano y sus valedores exteriores constituye una apuesta de continuidad. Concebida como revulsivo para un sistema incapaz de generar riqueza, encuentra soporte en la naturaleza utilitaria de cierto empresariado occidental, correa de transmisión en intelectuales y activistas exiliados necesitados de reconocimiento o chantajeados emocionalmente, y referente en la estrategia china del cambio sin cambio, patentada por Deng Xiaoping. Cito su célebre frase, reveladora donde las haya: “No importa de qué color sea el gato, lo importante es que cace ratones”.
El modelo Deng, que nadie se engañe, continúa subordinando la economía a la política transcurridos más de 30 años de su implantación. Basa su éxito en las condiciones de semiesclavitud desde las que la población acude a un mercado de trabajo en el que el empresariado extranjero, desaprensivamente, invierte con ventaja. Como en Cuba, en China los derechos laborales, casi todos los derechos, penden de la soga de la ideología oficial —pendiente, a su vez, de los tirones de la clase gobernante—, mientras “el Estado controla el mercado y el mercado guía a las empresas”. Mientras Occidente mira para otro lado.
Un panorama elogiado por el propio Fidel Castro durante su última visita al sudeste asiático, hace ya diez años: los empresarios, “extranjeros como regla y de rígidas normas de administración capitalista, [invierten] en un país comunista, que cobra impuestos, distribuye ingresos, crea empleos, desarrolla la educación y la salud, [una] revolución humana por excelencia”. Y ya se sabe lo que significan, en el muy particular dialecto castrista, “distribución de ingresos”, “revolución humana” y otras yerbas por el estilo.
En este sentido, el crecimiento del PIB chino durante las últimas décadas revela la ineficacia de la economía abierta en tanto instrumento de transición hacia la democracia si la cúpula gobernante mueve todos los hilos (como ocurre en China y como pretenden que ocurra en Cuba los Castro, sus herederos y los cínicos de “esta orilla” para quienes el pueblo cubano, si lo empujan, come yerba, y en definitiva no merece otra cosa que mano dura y migajas). Todo esto habrá sido convenientemente sopesado por La Habana, dispuesta a adaptar y/o condicionar la fórmula del cambio sin cambio a un entorno culturalmente en las antípodas.
Cabe recordar que ya en 2004 la III Conferencia La Nación y la Emigración —a la que acudió lo más granado de la emigración procastrista— sirvió para adelantar algunas de las variantes que tenía en mente el gobierno con vistas a una sucesión financiada por los dineros del enemigo. En representación de Fidel Castro, el ahora defenestrado talibán Felipe Pérez Roque invitó a la comunidad emigrada a invertir en Cuba, convencido de poder manejar a su antojo los resortes del sistema tras el levantamiento de las sanciones comerciales.
Los desesperados esfuerzos del régimen cubano por acceder activamente al mercado estadounidense marcan la madurez de la operación Puente Seguro. Se persiguen barquitos de papel al alcance de quienes desagüen el río del embargo: la perpetuación de una clase dirigente egresada, o no, de las escuelas del Partido; la instauración de un capitalismo de Estado a lo chino o ruso, retocado por las particularidades que son del caso; el control de esta suerte de híbrido poscomunista a partir de los réditos de una economía aupada por el capital foráneo y la mano de obra cautiva; el establecimiento de niveles de jerarquización social aún más acentuados y dependientes del control estatal; la eliminación total, o la relativización total, de la oposición pública.
Un gato demasiado ornamental para el gusto de algunos, pero que, parafraseando a Deng, también puede cazar ratones.
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Versión actualizada y aumentada de un artículo aparecido en Cubaencuentro en 2004
Dada su naturaleza práctica, que dificulta la normalización del neocastrismo y limita la eficacia de los organismos de propaganda y represión gubernamentales —recuérdese la uniformidad social o la inexistencia de una disidencia pública en Cuba durante los años dorados del neocolonialismo soviético—, puede decirse que el embargo actúa como dique de contención a la marea del totalitarismo.
En sistemas totalitarios como el cubano, el aparato de control social gira sobre dos ejes interdependientes, dependientes a su vez de las plusvalías que sea capaz de colectar el Estado: el de la dádiva y la recompensa, implementado por una serie de instituciones que premian, en ocasiones generosamente, la incondicionalidad al régimen --la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) es una de ellas--, y el policíaco, que participa de la represión pura y dura o la relativiza penetrando los focos de descontento popular y cultural. En su momento, los subsidios este-europeos no fueron invertidos en el desarrollo económico de la Isla, sino —amén del injerencismo en el Tercer Mundo— en aceitar estas y otras mecánicas de avasallamiento.
De cualquier manera, La Habana aspira a que Estados Unidos financie dos figuras imprescindibles de cara a la normalización del neocastrismo:
• El aparato de seguridad. Los dineros del enemigo refinanciarían un andamiaje del que no sólo forman parte los soplones, los agentes de influencia cultural –también integrantes de lo que he llamado por estos días, para variar, operación Puente Seguro--, la policía política o las llamadas Brigadas de Respuesta Rápida, sino los estímulos laborales, los viajes al exterior y, en general, el tenebroso sistema de manipulación gracias al que, por poner solo un ejemplo, los trabajadores del sector turístico son de los más interesados en acudir a las movilizaciones gubernamentales y/o acatar las reglas impuestas por la dirigencia: de ello depende la conservación de su empleo, codiciadísimo en la Cuba en divisas convertibles.
Téngase en cuenta que en regímenes como el castrista el Estado ejerce compulsivamente su triple condición de juez, empleador y propietario, con lo cual la variable “a mayor solvencia estatal mayor indefensión ciudadana” resulta una perogrullada. Los mecanismos de soborno, chantaje y coerción tradicionalmente instrumentados por la dictadura alcanzarían, tras la inyección de capital norteamericano, cotas de eficacia inimaginables.
• El aparato de propaganda. Un apartado sobre el que el régimen hace particular énfasis y que el levantamiento incondicional del embargo revitalizaría. Aun en lo más álgido de la crisis económica, el poder no ha dudado en gastar en propaganda antes que adquirir alimentos o medicinas para la población, todo lo cual, sencillamente, le parece más redituable a nivel político. Los ríos de moneda dura invertidos en transportar y organizar la parafernalia de las grandes concentraciones, o la construcción y avituallamiento de un millonario complejo deportivo con vistas a los Panamericanos de 1991 —irrentable en lo más profundo del Período Especial—, lo confirman.
Dicha estrategia, sin embargo, no se limita al adoctrinamiento nacional, sino que trasciende las fronteras insulares apuntalando dictaduras emergentes en otros países.
Hacia el cambio sin cambio, o la normalización del neocastrismo
La ofensiva antiembargo preconizada por el régimen cubano y sus valedores exteriores constituye una apuesta de continuidad. Concebida como revulsivo para un sistema incapaz de generar riqueza, encuentra soporte en la naturaleza utilitaria de cierto empresariado occidental, correa de transmisión en intelectuales y activistas exiliados necesitados de reconocimiento o chantajeados emocionalmente, y referente en la estrategia china del cambio sin cambio, patentada por Deng Xiaoping. Cito su célebre frase, reveladora donde las haya: “No importa de qué color sea el gato, lo importante es que cace ratones”.
El modelo Deng, que nadie se engañe, continúa subordinando la economía a la política transcurridos más de 30 años de su implantación. Basa su éxito en las condiciones de semiesclavitud desde las que la población acude a un mercado de trabajo en el que el empresariado extranjero, desaprensivamente, invierte con ventaja. Como en Cuba, en China los derechos laborales, casi todos los derechos, penden de la soga de la ideología oficial —pendiente, a su vez, de los tirones de la clase gobernante—, mientras “el Estado controla el mercado y el mercado guía a las empresas”. Mientras Occidente mira para otro lado.
Un panorama elogiado por el propio Fidel Castro durante su última visita al sudeste asiático, hace ya diez años: los empresarios, “extranjeros como regla y de rígidas normas de administración capitalista, [invierten] en un país comunista, que cobra impuestos, distribuye ingresos, crea empleos, desarrolla la educación y la salud, [una] revolución humana por excelencia”. Y ya se sabe lo que significan, en el muy particular dialecto castrista, “distribución de ingresos”, “revolución humana” y otras yerbas por el estilo.
En este sentido, el crecimiento del PIB chino durante las últimas décadas revela la ineficacia de la economía abierta en tanto instrumento de transición hacia la democracia si la cúpula gobernante mueve todos los hilos (como ocurre en China y como pretenden que ocurra en Cuba los Castro, sus herederos y los cínicos de “esta orilla” para quienes el pueblo cubano, si lo empujan, come yerba, y en definitiva no merece otra cosa que mano dura y migajas). Todo esto habrá sido convenientemente sopesado por La Habana, dispuesta a adaptar y/o condicionar la fórmula del cambio sin cambio a un entorno culturalmente en las antípodas.
Cabe recordar que ya en 2004 la III Conferencia La Nación y la Emigración —a la que acudió lo más granado de la emigración procastrista— sirvió para adelantar algunas de las variantes que tenía en mente el gobierno con vistas a una sucesión financiada por los dineros del enemigo. En representación de Fidel Castro, el ahora defenestrado talibán Felipe Pérez Roque invitó a la comunidad emigrada a invertir en Cuba, convencido de poder manejar a su antojo los resortes del sistema tras el levantamiento de las sanciones comerciales.
Los desesperados esfuerzos del régimen cubano por acceder activamente al mercado estadounidense marcan la madurez de la operación Puente Seguro. Se persiguen barquitos de papel al alcance de quienes desagüen el río del embargo: la perpetuación de una clase dirigente egresada, o no, de las escuelas del Partido; la instauración de un capitalismo de Estado a lo chino o ruso, retocado por las particularidades que son del caso; el control de esta suerte de híbrido poscomunista a partir de los réditos de una economía aupada por el capital foráneo y la mano de obra cautiva; el establecimiento de niveles de jerarquización social aún más acentuados y dependientes del control estatal; la eliminación total, o la relativización total, de la oposición pública.
Un gato demasiado ornamental para el gusto de algunos, pero que, parafraseando a Deng, también puede cazar ratones.
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Versión actualizada y aumentada de un artículo aparecido en Cubaencuentro en 2004
Gracias amigo por publicarlo. Creo que el artículo contiene algunas oraciones útiles para entender un proceso que ya viene caminando desde hace años. Esperemos que el neocastrismo no tenga éxito.
ResponderEliminarUn placer, amigo. Completamente de acuerdo con lo que planteas en tu magnifico texto. Y alberguemos esa esperanza.
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