CARTA
A ESTEBAN LUIS CÁRDENAS
Estimado y viejo amigo:
Te he perdido de vista, no te he vuelto a ver desde hace un largo
tiempo. Como si quisieras jugarnos una
broma sencilla, pero rotunda, con tu voz suave que nunca subía el tono, nos
dijiste que eras el Centinela de algún barrio perdido, que estabas encargado de
custodiar los naipes, los paquetes de hierba, los cigarros, las mesas de la
conversación, y ahora resulta que te quitaste el traje de guardián, te escapaste del cerco que tú mismo habías
creado y te perdiste en las callejuelas oscuras de ese mismo rincón de la
ciudad o en cualquier otro recodo extraño de este mundo. ¡Qué broma tan pesada, pero tan tuya, tan
divina nos has hecho! Te las arreglaste
para que no te viéramos partir, y la verdad es que te echamos de menos, te recordamos
en el atardecer, entre viejos amigos, y a menudo nos descubrimos repitiendo algunos
de tus versos (un pájaro de nácar trinaba
/ en la punta de un mástil amarillo).
Nos hemos aprendido estrofas enteras de tus libros y sentimos tu
presencia en esas frases, pero te seguimos buscando. Y nos preguntamos qué pasó, o mejor dicho
cómo ocurrió ese viaje repentino tuyo hacia los misterios del otro lado.
Ya sabrás que algunos de nosotros fueron a indagar en la policía,
donde aún te recordaban, y los agentes nada pudieron aclarar (la policía
prefiere interrogar, pero no hablar); otros se arriesgaron a entrar en los
hospitales, esos antros repletos de anónimos rostros, y preguntaron por ti una
y otra vez, y unos seres disfrazadas de blanco se negaron a dar noticias tuyas;
decían que no éramos parientes, que no teníamos derecho a conocer tu destino. Hubo amigos impacientes que se pusieron a
revisar los obituarios en la prensa local y nada pudieron encontrar. Una médium famosa de Hialeah logró
preguntarle al espíritu de Carlos Victoria, nuestro entrañable Carlos, y este,
que tanto te acompañó siempre y te respaldó y buscó soluciones cuando te
perdías en tu delirio, sólo nos pudo enviar una de sus frases más oscuras, en
clave, con cierto tono de sarcasmo: No
busquen más, él está en su sitio, así es Esteban...
Y ahora, de repente, hace sólo unos días, nuestra común amiga Belkis
Cuza, envuelta en su mejor traje de adivina y astróloga, por fin encontró en un
banco de datos una fecha para tu desenlace: parece que fue en 2010. Pero esa constatación resuena en mi mente con
más horror aún que todo lo demás. Después
de saber que han hallado una fecha en un archivo sin alma, para mí el misterio
ha aumentado; mi inquietud no ha disminuido.
Esta noche el incesante Joaquín Gálvez, siempre alerta en su esquina
de las palabras, nos ha reunido aquí para recordarte y me ha pedido que hable
de ti, que diga algo. Y lo primero que
se me ocurre decir es que yo no arreglo nada con una fecha, que sigo preguntándome
dónde estarás, si allá o acá, si más allá o menos acá, si estás escondido por
un rato o fumando en un taburete eterno de tu tremendo barrio y nos miras con
tu paz habitual, muerto de risa. Por eso
he decidido escribirte esta carta.
Porque me sigo preguntando muchas otras cosas.
Por ejemplo, Esteban, nunca me dijiste cómo te las arreglabas a
principios de los años 70 en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, donde
trabajabas arduamente, para mantener la sonrisa y tu dulce tono de voz, cuando las
bibliotecarias irascibles de aquel sitio te pedían más esfuerzos, más “rendimiento”,
y yo te preguntaba si podías conseguirme un artículo perdido de José Manuel
Poveda para un ensayo que estaba haciendo sobre él, y tú nunca dejabas de recibirnos
con calma ni dejabas de moverte con una tranquilidad intransigente. ¿Cómo te las arreglabas, Esteban, para nunca
dejar de sonreír? Esa sonrisa tuya muy
leve, pero siempre presente. ¿Cómo lo
lograbas? Porque las sonrisas son
difíciles de sostener ante el hostigamiento, ante el infortunio, y me parece
que tú tenías ese secreto; sólo tú nos lo puedes decir.
¿Y quién puede explicarnos ahora de qué manera un intelectual como
tú, con su cabeza llena de libros y de excelente poesía, se lanza desde un alto
edificio habanero, como si fuera Peter Pan o Barbarella, para caer (sin perder casi
la sonrisa) en el patio de unos embajadores argentinos? Sí, ya sé que te partiste algún hueso y que los
embajadores te entregaron con crueldad, y el gobierno te encerró varios años en
la cárcel por eso, pero... ¿cómo lo hiciste, cómo imaginaste que era posible
hacerlo? Amigo mí, si viviéramos en la
Grecia primitiva, cosas como esas bastaban para que los seres humanos ingresaran
de golpe en el dominio de los héroes y enriquecieran para siempre la mitología,
bien lo sabes. Ese día, no tengo ya la
menor duda, entraste de lleno en el reino de las leyendas de nuestra isla mental,
las leyendas que nos ayudan a sobrevivir.
Y tal vez ahí es donde estás, sentado con placer a la sombra, tomándote
una cerveza bien fría, y sonriendo de lo lindo.
Te nos escapaste, Esteban, para demostrarnos que Miami también tiene sus
desaparecidos, pero sobre todo para reclamar tu puesto entre las leyendas
útiles que alivian nuestro desamparo, bajo el rigor del sol que nos calcina en
este exilio interminable.
Te queremos siempre,
Reinaldo Garcia Ramos
Mayo 4 de 2012
Qué lindo y sentido homenaje. Quiero saber más sobre Esteban.
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