martes, 30 de noviembre de 2010

5 preguntas a Susana Della Latta



Por Luis de la Paz

Una parte importante de la obra pictórica y literaria de la escritora y artista argentina Susana Della Latta, se ha concebido en Estados Unidos, donde radica desde 1986. Esa realidad se refleja en la variedad de contrastes y tonos que capta, y también en cierta neutralidad expresiva en los cuentos que integran su libro Ojo de pez y otros relatos, publicado por la editorial Silueta de Miami.

En su ciudad natal, Buenos Aires, Della Latta tomó cursos de Historia del Arte. En Miami mantiene una sólida carrera como pintora, sin desdeñar la literatura. De su quehacer como narradora se conoce el ya mencionado Ojo de pez, y Drupa y otros textos, otra colección de cuentos. Su poesía ha sido publicada en revistas y portales electrónicos. En este género es autora de Sin alquimia.

1.—Percibo que los relatos que integran tu libro Ojo de pez son más sensoriales que expositivos. Háblanos, por favor, de la cosmovisión general de los textos que integran el volumen.

—El discurso en estos textos apunta a ese mundo sensorial donde las acciones sostienen un formato que permite mostrar lo oculto y mágico tanto del ser humano como de sus pensamientos, dejando en segundo plano o anulando deliberadamente lo anecdótico de la historia. La escritura ha permitido que a través de cierto sarcasmo a veces y humor otras, pueda mostrar mis personales observaciones del entorno. Son relatos nacidos de instantes, experiencias y memorias. A veces simplemente el poder de la palabra buscando una trama, para salir y manifestarse.

2.—Además de narradora y poeta eres pintora. ¿Cómo combinas la plástica, que es lo visual, con lo lírico, donde prima la palabra?

—Como pintora y continua estudiante de historia del arte, es que llego a esa especie de forma (inclasificable) en mi narrativa. La imagen que manejo en mi obra pictórica y de diseño es débil en la semántica y toma fuerza en su morfología y color. Por consiguiente la palabra, con tal tendencia de abstraer, me lleva a lo que describes como sensorial. Definitivamente preciso y persigo ambas disciplinas, sumamente compatibles para mí. La estética visual es tal vez lo que acomoda el lenguaje en la página con cierta organización, o bien caos armónico. En mi pintura hay una notable ausencia del mensaje a través de la imagen. Por eso busco contar, escribiendo.

3.—Desde los años ochenta vives en Miami, ciudad multicultural. ¿Cómo percibe una argentina el mundo cultural y social de Miami?

—Ha habido diferentes ciclos desde mi asentamiento en Miami. Al principio fue una descarga ansiosa. Vine con mis lienzos desmontados de sus bastidores por un lado y los borradores de mis escritos por otro, pensando en continuar la producción favorecida por el anonimato y la luz miamense. Me llevó muchos años dar con la vida cultural y social de la ciudad. Tal vez por enfocarme primero en la península como parte de este país, hablar su idioma, conocer sus reglas. Una vez ubicada me encuentro con un mundo hispano mayormente conformado por inmigrantes caribeños y centroamericanos. Así sus voces, imágenes y música. Creo que ha sido más difícil para mí entender la visión de tales hispanos, a que me entiendan.

4—Cómo valoras el movimiento artístico que se vive en Miami.

—El aumento asombroso de la población y la energía que ponen distintos sectores, nos da acceso a muestras artísticas como nunca antes. Me refiero en particular a la plástica, el teatro y la música. Aún la literatura necesita más tiempo y más editoriales. En lo que el sociólogo Bauman llama “Modernismo líquido”, o realidad impredecible, el arte no hace más que saltar de un sitio a otro sin encontrar aún la solidez de anteriores períodos. Valoro el esfuerzo de todo artista para exhibir su obra en un espacio tan lleno de inseguridades. Pero observo un gran individualismo que dispersa escuelas, estilos y formaciones en vez de exaltar sus talentos. Seguimos más adelantados y vibrantes en la plástica que en la literatura.

5.—Leí que trabajas en una novela. ¿Cómo avanza ese proyecto?

—Avanza lentamente, y es un desafío, no sólo por el cambio de estructura literaria sino porque en ella he manejado desde el comienzo otro estilo menos sensorial y más descriptivo. Seguramente he de completar mi segundo libro de relatos cortos antes de que la novela esté terminada.

Entrevista publicada originalmente en Diario Las Américas el 27 de noviembre de 2010.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Un exorcismo higiénico y liberador



Por Carlos Espinosa Domínguez

Reinaldo García Ramos (Cienfuegos, 1944) fue integrante del grupo de escritores jóvenes que se aglutinó en torno a las Ediciones El Puente. Bajo ese sello dio a conocer en 1962 su poemario Acta. Después estudió Letras en la Universidad de La Habana, en la cual se graduó en 1978. Durante varios años trabajó como redactor. A él se debe la Valoración Múltiple sobre el novelista uruguayo Juan Carlos Onetti, que la Casa de las Américas editó en 1969. También tuvo a su cargo, como compilador y editor, la voluminosa y cuidada antología de cuentos de Guy de Maupassant, que Arte y Literatura publicó en 1974. Era ésa la actividad que García Ramos desempeñaba en 1980, cuando se produjo el éxodo masivo del Mariel. Decidió entonces emigrar a Estados Unidos, a donde llegó como parte de los 125 mil cubanos a quienes las autoridades de la Isla catalogaron como escoria.

Treinta años después de haber salido, García Ramos ha plasmado lo que vivió durante aquellos días en Cuerpos al borde de una isla. Mi salida de Cuba por Mariel(Editorial Silueta, Miami, 2010). Acerca de las razones que lo llevaron a escribir ese libro, expresa en la nota que incluye al final: Mi objetivo primordial es dejar constancia de lo que padecí, sobre todo para las generaciones más jóvenes, pero bien sé que mi relato no agota el tema. Otros contarán más adelante o ya lo han hechosu propia porción de aquellas vivencias y describirán sus propios sufrimientos. De ese modo espero que un día podamos completar el panorama aterrador de lo ocurrido en Cuba en 1980 durante la crisis de la embajada del Perú y del puerto del Mariel.
García Ramos ha escrito, pues, un testimonio donde relata sus vivencias en aquellos días. El hecho de que volviese sobre éstos tres décadas después ha obrado a su favor. Le ha permitido enfrentarlos desde otra perspectiva, tanto en lo que se refiere a la visión que hoy tiene de ellos como en la manera como los ha plasmado. En el primer aspecto, la distancia aportada por el paso del tiempo le permite reflexionar y rememorarlos con más objetividad, puesto que las heridas están más o menos cicatrizadas. Como él ha apuntado, ahora puedo recordar los incidentes de mi salida con cierto aplomo razonable; los puedo ver como lo que fueron en definitiva: las etapas de una liberación.
Respecto al segundo punto, eso hizo que volviera sobre unas páginas que redactó a los pocos años de haber llegado a Estados Unidos. En el primer número de la revista Mariel, de la cual García Ramos fue uno de los editores, aparece un texto suyo titulado Todo el padre. Allí se dice que es un capítulo del libro El país o sus sueños, un testimonio poético sobre su salida de la Isla. Al comparar ese texto con Mi padre va y viene, que vendría a ser su equivalente en Cuerpos al borde de una isla, las diferencias son notorias: se trata de dos versiones muy distintas. Eso evidencia la reescritura a fondo a la cual fue sometida aquella primera versión. El estilo lírico, solemne y cargado de angustia ha dado paso a una prosa más flexible, cercana al buen periodismo. Asimismo García Ramos abandonó la estructura de un largo poema en prosa y adoptó la de una obra narrativa, que incorpora personajes, diálogos y anécdotas.
Para plasmar su testimonio, García Ramos adoptó la forma convencional de un relato ordenado cronológicamente. Eso, sin embargo, le posibilita un desarrollo fluido de los sucesos que cuenta. De igual modo, utiliza como vehículo expresivo una escritura accesible, precisa y eficaz, en la cual ha eliminado todo lo superfluo. En su tratamiento de ese material, que en gran medida es autobiográfico, evita caer en la crónica y también prescinde de los subrayados, el énfasis y la manipulación emocional. Asimismo dosifica el relato a la manera de un narrador, creando expectación e intrigas acerca de cómo se van a desarrollar y resolver los hechos. El resultado de todo ello cristaliza en un libro que se lee con sumo interés, como si se tratase de una novela.
Pero Cuerpos al borde de una isla dista mucho de ser una obra de ficción. Uno de sus mayores valores es precisamente el aportar un esclarecedor e inestimable testimonio autobiográfico sobre una página de nuestra historia más reciente. Su autor, así nos lo advierte, reordenó algunos incidentes y cambió el nombre de algunos de los personajes, muchos de los cuales aún residen en Cuba. Fuera de esos detalles, lo que cuenta en su libro ocurrió tal cual, aunque al igual que él, muchos desearíamos que no hubiesen tenido lugar.

Un delirante desfile de autoinculpaciones

En el capítulo con el cual se inicia el libro, García Ramos resume muy bien la atmósfera bajo la cual se vivía en la Isla. La población había aprendido a leer entre líneas la prensa (no vale la pena aclarar oficial: no existe otra), a desentrañar sus expresiones cifradas, a deducir a través de lo que no dice. El misterioso editorial aparecido en el periódico Granma, el 7 de abril de 1980, podía muy bien ser una trampa para que las personas descontentas con el régimen se delataran y, como comenta García Ramos, meternos a todos en la cárcel, junto con los refugiados de la embajada (del Perú)”. La vigencia de los viejos fantasmas se pone de manifiesto en otro detalle: un amigo suyo pensaba llamar a algunas misiones diplomáticas de países capitalistas para saber si iban a recibir refugiados, pero no lo haría desde su casa, sino a través de un teléfono público. Y cuando el autor de Cuerpos al borde de una isla llama a otro amigo, por el tono de cautela y recelo con que uno de sus parientes le contesta se da cuenta de que su amigo se ha metido en la embajada del Perú. Se trata, en fin, de ese metalenguaje de monosílabos, frases indirectas y mensajes en clave que se desarrolla en aquellos países donde el Estado mantiene un férreo control de sus ciudadanos.
Tras la rabia por no haberse enterado a tiempo para sumarse a los asilados y el miedo por no saber cómo iba a terminar aquello, García Ramos narra las gestiones que pasó a hacer, una vez que se abrió el puente marítimo del Mariel. No voy a repetir aquí torpemente todo lo que él narra tan bien en su libro. Solamente quiero referirme a un par de pasajes que pienso pueden dar una leve idea de la odisea que le tocó vivir.
Una de las maneras más fáciles y efectivas de obtener el permiso de salida era el autoinculparse de aquellos delitos suficientes para ser incluido en la categoría de escoria. Eso hizo, comenta García Ramos, que a los pocos días el gentío que se empezó a formar ante las estaciones de policía (…) no fue de personas que sacaban a la luz acusaciones relegadas al pasado o circunstancias reducidas a un presente confidencial, sino el de cientos y cientos de individuos que, con elogiable cinismo, se atribuían fechorías provenientes de su imaginación. Ante ese delirante desfile de autoinculpaciones a todas luces falsas, la policía reaccionó con similar falta de rigor: “Cuando el aspirante a ‘escoria’ concluía su relato, nadie comprobaba la veracidad de los hechos; no parecía haber tiempo para esos lujos de la justicia. (En su novela Al norte del infierno, Miguel Correa incluye un divertidísimo monólogo titulado Una mujer decente, en el cual recrea de modo irónico aquellas acusaciones contra uno mismo.)
A eso se sumaban el escarnio y las humillaciones a las que después muchos futuros emigrados fueron sometidos. Durante la entrevista que tuvo que pasar, un policía preguntó a García Ramos: Aquí dice que tú eres pájaro…. Él empezó a balbucear algunas palabras, pero el policía no lo dejó terminar: A ver, ¡camina para allá un poco!y le hizo señas a otros guardias con la mano, para que se acercaran y miraran. ¡Dale, párate y camina!. Quería ver, anota García Ramos, si yo me contoneaba, como su cerebrito le decía que todo homosexual debía hacer. En Antes que anochezca, Reinaldo Arenas cuenta que tras haber tenido la precaución de reconocer que era homosexual pasivo (un amigo que dijo ser activo le negaron la salida), fue obligado a hacer lo mismo: A mí me hicieron caminar delante de ellos para comprobar si era loca o no; había allí unas mujeres que eran psicólogas. Yo pasé la prueba y el teniente le gritó a otro militar: «A éste me lo mandan directo». Aquello quería decir que no tenía que pasar por ningún otro tipo de investigación política.
Esa nueva perspectiva con la cual García Ramos asumió sus recuerdos de aquellos traumáticos días también se pone de manifiesto en que ahora puede desplegar una mirada más reflexiva e irónica. Lo primero está presente a lo largo del libro, y se refiere a su capacidad de ir más allá del relato pormenorizado, intenso y vívido y desentrañar las causas y los entresijos de aquellos sucesos. Los ejemplos que lo ilustran son varios, pero únicamente quiero mencionar uno, el capítulo titulado La escoria ‘fingida’. Allí hace un atinado deslinde de ese grupo de emigrados y además analiza cómo el Mariel proporcionó al Estado cubano la oportunidad de desactivar y desterrar de la Isla a todo un sector de desclasados no temporalmente, sino por el resto de sus vidas.
En cuanto a la ironía, García Ramos la emplea en aquellos pasajes en los que resulta eficaz. Copio este fragmento, que corresponde al momento cuando es llamado para entregarle el documento con el que podrá salir: Pasé la barrera y estuve a punto de besar las manos del oficial que enseguida me dio el pasaporte. Agarré bien aquel librito gris y sólo lo abrí un segundo para comprobar el nombre y ver si no me habían puesto una foto equivocada. Todo estaba correcto: era yo, era mi nombre. La República de Cuba y su Gobierno Revolucionario me acogían en su seno, con galas burocráticas y fanfarrias, me amparaban y me aceptaban, con el único y bendito propósito de expulsarme. Sin volverme para mirar a Danilo, salí disparado hacia la guagua.
Cuerpos al borde una isla finaliza cuando, después de numerosos obstáculos e incidentes, García Ramos toma el camaronero que lo llevará a Estados Unidos. Cuenta que cuando el barco salió de la bahía del Mariel y empezó a navegar entre un fuerte oleaje, miró hacia atrás y vio que la costa ya se había hundido en el horizonte. Y cierra su testimonio con estas palabras: En ese instante me di cuenta de que el tiempo había estallado en dos pedazos enormes que empezaron a alejarse uno del otro, como cuerpos astrales de carga opuesta. En el medio, en un vacío reciente sin moléculas, sin gestos, sin predominios ni rechazos, quedaba para siempre el mar.

Texto publicado originalmente en cubaencuentro el 12 de noviembre de 2010

Para ver el vídeo con las intervenciones de Reinaldo García Ramos y Manuel Ballagas en la Feria del Libro en Miami, pinche en el enlace:

http://www.cubaliberal.org/encuba/101119-A30anosdelMariel.htm

viernes, 26 de noviembre de 2010

Como casi nadie sabe...Alguien debe decir



Por Manuel García Verdecia
Conocí a Carlos Barrunto con otro nombre, en otros tiempos y en otra ciudad –ya la ciudad no es la misma, ni decir del tiempo, si es que algo alguna vez es lo mismo– cuando nos movían afanes de superar lo estrecho y pacato de una vida provinciana. La música, liderada por los Beatles y la poesía, eran nuestras sutiles pero al parecer potentes armas, pues llamaron la atención de soberbios burócratas y no dejaron de causarnos problemas. Éramos jóvenes y, ya se sabe, la juventud es heroica, no tiene edad ni límites, solo arrestos, sueños, inagotable hambre de mundo. Y la música y la poesía eran nuestros continentes virtuales, ante la imposibilidad de salir al mundo dada nuestra condición de isla, cercada por “la maldita circunstancia del agua por todas partes”, como lamentara el poeta, y la inflexible estupidez de los que nada saben y nada sienten. Allí éramos todo lo que queríamos ser, era nuestra Arcadia y nuestra Mancha. En los parques, sombreados de añosos árboles, nos sentábamos a ver la vida ambular, fluir, en las esbeltas piernas de muchachas, y en los amigos con quienes dibujábamos sueños, definíamos una verdad inefable pero que sentíamos más honda que todo cuanto nos rodeaba. Aquellas reuniones cándidamente bohemias, donde creíamos que inventábamos el mundo, nos hicieron, para siempre, insobornablemente distintos e imbatiblemente tenaces en nuestros empeños.
Carlos era entonces profesor de literatura. Trabajaba para la radio. Conocía bien el canon de la literatura hispanoamericana y el arte de la comunicación. Además, se insertaba en una generación que, sin alardes ni artificios, buscaba su propia voz. Nuestra poesía nunca fue enfática ni patriótica, sin dejar de serlo por su nervio esencial humano –recuérdese, Patria es humanidad, dijo el Más Grande–, pero de una patria portátil, simpática, asequible, velardiana, a escala personal, de simples prójimos. Dos temas, si mi memoria ya golpeada por los años y el abuso no titubea, eran firmes en él: al amor y la belleza. Lo hacía con un depurado apego a lo mejor del oralismo, mejor que coloquialismo, pues sus versos eran de quien enunciaba de viva voz, en declaración íntima, en el tono de poetas como Neruda, Eliseo Diego, Lorca o Aleixandre.
Ahora a la vuelta –si porque el paso del tiempo presupone el eterno retorno, así el reencuentro– recibo para mi placer y más conmovido afecto este hermosísimo libro, Como casi nadie, no me apena adjetivar. Es fácilmente comprobable. Lo he leído varias veces, para saber si es la cercanía del afecto o lo sustantivo que en él palpita lo que me atrae. De manera que sé con la mejor certeza, la del alma que no explica con palabras, que es poesía de la más depurada.
En lenguaje desnudo pero certero, con construcciones breves, directas, sin rebuscamientos ni oropeles, pero con la belleza del que llega a la médula de las cosas, nos da un puñado de versos que, de cierta manera reedifican aquellos que le conocía. No es casual que en su “Poética” rechace la pose, la pedante literaturización de la vida y prefiera esta en su desnudez y verdad, en su movimiento y criaturas más palpitantes. Poesía no es adornar ni bonitizar. Es ver con ojos limpios la médula más exacta y perdurable de la existencia. Aquí están muchos de los molinos de viento y obsesiones que nos hechizaron de jóvenes. Véase si no “Fábula”. Dice lo que hicimos –tal vez eso seguimos haciendo, ahora desde la memoria y las palabras–, andar y andar y enfrentar todo por rescatar la beldad que es verdad. En definitiva, todo poeta si es, es un caballero andante, deshaciendo los obstáculos que lo separan de su Dulcinea y su Barataria. En sus textos es el eros galante el que predomina. El poeta una y otra vez enaltece al objeto de su devoción y goce. Poesía del fervor amoroso más que del acto en su cumplimiento sensual. Es el cuerpo de la amada el aleph donde se realiza todo sacramento y toda poesía, la más exacta certeza. Ténganse para muestra “El amor es breve”, “Pastorela”, “Allegro”, “Tarde de lluvia con Edith Piaff”. Y está el texto “Memoria de Rainer Maria Rilke” donde se unen el amor y el destino del ser. Porque el amor y el devenir son la sinergia que nos lanza a lo que somos. Es un intento por asomarse a “los incendios, las miserias y los tesoros del alma”, que forman los caudales del hombre. No hay felicidad posible que no esté labrada en el dolor. Así los versos de Rilke revelan “que al más feliz de los hombres / puede alcanzarle una mañana el desamparo, / la misma incertidumbre del adiós, de las pérdidas y las distancias”. Este poema puede revelarse como biografía de una generación, cuyo acaecer se traduce en esas runas: amor, adioses, pérdidas, distancias. El ser es una urdimbre de circunstancias donde lo afectivo y lo histórico, lo eventual y lo intemporal, se anudan y lo conforman. Todo hombre es una piedra labrada por el amor y los vientos.
También está la lejanía de lo que tuvo y confirió un sentido, y se echa ahora como una mordiente bestia a nuestro costado. Se ve en “Bajo una luna altísima”, poema que arrasa, por reproducir una experiencia próxima y dolorosa. Aquí se ve la emblemática camisa, “amable, romántica, liberal…enemiga del safari y la guayabera moderna”, que escindió un tiempo y una isla para nuestro perpetuo dolor y vergüenza, pero también para nuestra esperanza. La ciudad una y otra vez muestra sus rincones amorosos y afligidos. Surge revivida, nunca perdida aunque distante, de “Adónde irá el camino”, con alusiones a sitios, prácticas y amigos que hicieron camino al andar. Pero si el tiempo recordado parece dar un salto en el vacío como el amigo muerto, la palabra, el texto, resucitan instante y presencias, y las restituyen para la perpetuidad del sentido salvado. El tema vuelve en el breve pero intenso “Parque San José”, el Elíseo de amantes y bohemios en la ciudad, donde el hálito del afán verdea en sus laureles que esperan por la vuelta anunciada de los amantes. También en el espléndido resumen de “Hasta la costa”, donde amor, memoria y sueños, se encuentran, entran en conflicto, arrojan al ser hacia la orilla. ¿Cuál?, nos preguntaremos. Y ¿hacia qué costa nos arroja la vida sino es a la del anhelo incumplido, al borde mismo de la espumeante nada? Solo somos nuestras derrotas, parece decirnos, pero en ellas flamea, como un fuego fatuo, lo mejor nuestro que se ha quemado y que ahora, fulgor, nos ilumina en la aceptación del borde último.
El final no puede ser más memorable. “Yo vendo fantasías”, proclama el poeta –es lo que hacemos los poetas–, “y de algún modo soy feliz con mis suerte. / Ya nada me sujeta bajo los toldos lejanos. / Ya nada me juzga entre las hojas perdidas.” Declaración de una poética y, quizá, testamento. Telón luminoso, sans peur et sans reproche, el poeta se crece en sabiduría. La felicidad es un estado de gracia, la revelación de la exactitud del ser y su verdad, más que la infatuación en goces y ganancias. Ha sido largo el camino, arduo, plagado de acechanzas y pérdidas, pero en la entereza de su admisión está lo robusto del hombre. Nada sabríamos del gozo sin el dolor, ni de la luz sin la sombra. Como casi nadie sabe al empezar el trayecto y solo algunos llegan a entender. Para eso hay que abrirse el pecho y mirar con ojos limpios, sin prejuicios ni auto compasión. Cuando ya es tiempo de aceptar, declarar y proseguir con esa felicidad de los que no se engañan y entreven la luz verdadera.
En fin, no hay poema que no someta al lector a un temblor, a una tensión, a una revelación de un destino golpeado pero sentido. ¡Salve, amigo, has escrito el testimonio emotivo de una generación! Me hubiera gustado escribir cada uno de esos poemas, pero en fin los escribiste y ya son míos. Nuestros. Para siempre.

Manuel García Verdecia nació en Holguín, Cuba, en 1953. Poeta, profesor, escritor, traductor y editor. Licenciado en Lengua Inglesa y graduado de Lengua Francesa obtuvo el grado de Máster en Cultura Cubana con una tesis sobre la narrativa de la década del 1930. Ha sido profesor en universidades de Cuba, Canadá, República Checa y México. Su obra ensayística incluye autores cubanos como Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Gastón Baquero, Eugenio Florit, Lisandro Otero, José Soler Puig, Roberto Fernández Retamar, César López y Antón Arrufat, entre otros, e incluye a autores hispanoamericanos como Carlos Fuentes, Octavio Paz, Miguel Hernández, Tomás Segovia, Máx. Aub, María Zambrano, José Saramago y José de la Cuadra. Ha publicado La consagración de los contextos, ensayo, Premio de la Ciudad, Ediciones Holguín, 1986; La mágica palabra, ensayos, Premio de la Ciudad, Ediciones Ámbito, 1991; Incertidumbre de la lluvia, poesía, Premio de la Ciudad, Ediciones Holguín, 1993; Hebras, poesía, Editorial Lunarena, México, 2000; Meditación de Odiseo a su regreso, poesía, Premio Adelaida del Mármol, 2001; Travesías, cuentos, Ediciones Holguín, 2004; Música de viento, cuentos, Editorial Oriente, 2005; Saga de Odiseo, poesía, Editorial Unión, La Habana, 2006. Entre sus traducciones destacan Las musas inquietantes, selección de la poesía de Sylvia Plath, Editorial Holguín, 2002, Premio Nacional de Edición; Intimate strangers, antología de poesía cubano-canadiense, Editorial Hidden Brook Press, Toronto, 2004; Meridiana, novela de Alice Walker, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 2004; Hojas de Hierba, de Walt Whitman, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 2006 y El profeta, de Khalil Gibram,  Editorial Arte y Literatura, 2006. En 2007 obtuvo el Premio José Soler Puig de novela por su obra El día de La Cruz, así como el Premio Julián del Casal por su poemario Hombre de la honda y de la piedra. Fue expulsado de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba al ser acusado de conducta impropia, entre otras razones, por comunicarse con escritores cubanos exiliados.


Cortesía del blog Arco y Espuela

Nueva entrega de la Revista Hispano Cubana

Revista Hispano Cubana 37 Verano 2010
Cuba: ¿final del mito?
Número 37
Verano 2010


 Para más información, visite el sitio web de la Revista Hispano Cubana

miércoles, 24 de noviembre de 2010

RAMÓN COMEGALLO


Por Alejandro Fonseca

Como toda ciudad provinciana del mundo, Holguín, Cuba, tuvo varios personajes que la gente les llamaba locos, aunque para la argucia tropológica de Coco Salas, eran “criaturas erotizadas”. Y es que en esta ciudad, del norte cubano, tuvo (y aún tiene) una importante galería de orates que han deambulado por toda la historia cristiana de este hato rodeado, no de agua precisamente, sino de lomas donde ahora se esconden, en rocosos hangares abandonados, las armas escleróticas de la Guerra Fría. A las calles de Holguín, perteneció, desde los cincuenta, un hombre negro que siempre tuvo la misma edad, de furibunda mirada, dientes de oro, bastón o estilete, joyas de dudoso valor y una manía constante (que aún el cubano de ahora la sigue padeciendo) de entrometerse en cualquier asunto, y hasta opinar de temas que desconoce. A esta criatura “erotizada” le hacían llamar “Ramón comegallo”. Este sobrenombre, que le producía una cólera incontrolable, se lo había ganado en las otroras lidias de gallos, celebradas en la famosas vallas, que pululaban alrededor de la ciudad y que fueron prohibidas para el populacho a principio de la Revolución, pero que continuaron, un tanto encubiertas, para algunos pertinaces violadores de las leyes y otros que pertenecían a la nomenclatura oficial del gobierno. Nuestro personaje de marras se dedicaba a recorrer las vallas de Holguín, y a esperar que muriera uno de aquellos diabólicos animalitos, para pedírselo al dueño y convertirlo en un delicioso fricasé. Por aquellos tiempos en que a Ramón le guindaron aquel nombrete innombrable, la ciudad gozaba de muchos mercados donde se exhibían millares de plumíferos de todo tipo, y a todo precio. Este acto miserable de Ramón de comer animales muertos, amoratados, le causaba repugnancia a la gente. Decir que alguien se había comido un gallo descuartizado en una lidia, no era nada halagador. Pero también, como decía antes, este personaje padecía de una paranoia progresiva. Siempre se mantenía presto a cualquier mirada, a cualquier gesto, a cualquier movimiento al soslayo. Es decir, pendenciero por naturaleza, su arma preferida era propinarle insultos, amenazas y descalificaciones a todo “adversario” que le chillara el nombrete fatal de “comegallo”. Por razones del azar, hace muchos años fui testigo de cierto pasaje que siempre recordaré, acontecido una mañana en un ómnibus público, que a esa hora viajaba un poco vacío, donde sólo se encontraban personas mayores bajo un silencio casi absoluto. En una de las paradas, entre varias personas que tomaron el ómnibus, apareció la figura oscura de Ramón, con sus atuendos inconfundibles. Recuerdo que su mirada de águila irreverente, a través de unos espesos cristales de aumento, regularmente sucios, recorrió una por una a todas las personas que venían despreocupadas dentro del autobús. Y de pronto, todavía de pie, en el centro de todo, y sacando un cuchillo viejo de carnicero, mandó el siguiente y aterrador mensaje: “Estoy esperando que algún cabrón de esta guagua me diga Ramón comegallo. “El primero que me diga ja, le parto el corazón en dos". Pero la gente, ya acostumbrada a semejantes personajes, siguió impasible mirando el paisaje, a través de los cristales, de aquella hermosa mañana de los años setenta.

martes, 23 de noviembre de 2010

Tres poemas de Rolando Jorge



Kakemono

                           para Aida Gálvez

                                                      arsenales
                      corren a saco(tras gramática)

                                alunizándose . . .

Ni pum ni pam está de jazz
               jaculatoria del ave

                         alunándose . . . .                                                

Derrumbe

(para Armando e Idabell)

ser uno con otro menciona H
torcer cesto
lleva en mano muerto
sin ninguna
explicación
(madre rica:
aritos de oro)
a favor texto tenebroso
duerme
allí
nunca.
a oscuras
ser con otro
inmueble
de cenefas
toda la mañana: cubo
de basura
para tendencias esporádicas
(lata de soda solariega)
define una vida
-tiza y tabaco-
perro calmuco
ahora
dentro
de
un
vaso.
Sí, sí,
incapaz
de morir
por algo
−tiene que escribir
¿teléfono y cadáver
Alegoría
de pisada
significa
que tú
podías, etc etc
en nudillo
sin creer
que haya
esencia
Objeto
y
sujeto
me
piensan
Comparo
varias
veces
la
foto
grafía.


Clítoris

erróneo
toca aquí
insectos
(no se puede retirar lo que lleva al ser)
deja polvareda
sencillo dolor
naturalmente
verdad
se llama
extinción
(ella famosa)
en ejercicio
forro de pelota
domina categoría
a pedazo de lengua
debilidad
contigo esa silla
concentrada
con restallar
así sin precisión
desde
obra de arte
que yá
malucha
grita
término médico
bandeja de té
para gente botánica.

lunes, 22 de noviembre de 2010

UN LIBRO ESCRITO PARA OTRO LIBRO DE FORAJIDOS



Por Denis Fortún

En Madrid

Un hombre con demasiado tiempo a su favor, a tal punto que se aburre, entra a la librería de la FNAC de Callao, en Madrid, y se tropieza con un cuaderno de cuentos. La portada muestra el trasero de un enorme Cadillac de los setenta, sugiriendo un espacio. El título se encarga de subrayar de que lugar provienen las historias: son relatos que llegan desde Miami. Lo novedoso para este hombre, es que descubre que quienes conforman la antología son escritores, muchos de ellos desfavorecidos por las grandes -y las menores- editoriales; en buena medida, sujetos que se desconoce su obra y, asimismo, tipos muy distantes del estereotipo de un intelectual en occidente, entre otras cosas, pues para vivir practican las más increíbles profesiones, trabajos, piruetas que la vida impone a los outsiders; considerados en su país de origen como viles traidores, escorias. Son narradores cubanos que, en su mayoría, escaparon por el Mariel en época del éxodo y han habitado en una suerte de limbo; retenidos en un entorno viciado; entrampados en dos orillas de las que forzosamente tienen que huir a como de lugar...

El hombre, con demasiado tiempo a su favor, luego de leer “Cuentos desde Miami” decide ocupar más ese tiempo que le sobra -lo que al parecer es un síndrome en Europa- y a cuenta y riesgo emprende un proyecto que más tarde tendrá apoyo académico y ha de culminar en otro libro, el cual no está muy claro en que género literario se mueve, lo que no es óbice para su lectura. El autor transita desde el testimonio, el relato, la biografía, el periodismo de investigación; desde la crónica, la crítica, unas veces mordaz y justificada, otras, las menos, innecesaria; juicios, estos últimos, de los que pueden prescindirse porque no aportan nada, como no sea únicamente la europea y un tanto antiamericana opinión -muy de moda en el ciudadano español contemporáneo-, sobre la ciudad en que se desarrolla las historias que lo inspiraron para el coctel literario del que hace uso, que se resume en la anunciación de la novela que no lo es.

En fin, el hombre que le sobra el tiempo, responde al nombre de Ramón Luque y es escritor, cineasta, periodista. Doctor de la Universidad de Salamanca y profesor de la facultad de Comunicaciones, y luego de varios viajes a Miami, emporio que es un importante protagonista en la antología que lo ha seducido, al punto de gastar su propio dinero -detalle que, tratándose de un español, nos da la verdadera pasión que lo cautiva-, y que lo considera impersonal y muy dolorosamente desprovisto de peatones, posterior a innumerables conversaciones con José Abreu, Luis de la Paz, Rodolfo Martínez Sotomayor y Armando de Armas -los protagonistas-, ha publicado bajo el sello de la editorial Aduana Vieja un volumen que me lo he leído en apenas tres horas: Ultima novela: Cuba, 30 años después del Mariel. Un libro que aparece en el contexto literario del exilio para reivindicar, en la voz de cuatro amigos, a aquellos que apostaron por la literatura y el arte en general lejos del redil revolucionario, lejos de todo prácticamente.

La inspiración

Al venir a Miami en el 2004, después de salir del aeropuerto e ir a casa de mi madre, horas más tarde y acompañado de su hermano fui a casa de Armando de Armas. Hacia más de diez años que no veía a mi viejo amigo, a su esposa, y lógicamente teníamos mucho de que hablar. Por supuesto, la literatura formaba parte de todo lo que íbamos a contarnos, por lo que no faltó en la conversación la recién estrenada antología que juntaba bajo una misma carátula a varios escritores exiliados; para mi, en su totalidad, desconocidos. Armando me regaló un ejemplar, y yo terminé leyéndolo en el escaso tiempo que me ha brindado Miami desde que llegué.

Recuerdo que al concluir la lectura, tuve la misma sensación que Luque confiesa haber padecido después de leer el libro. Historias ajenas hasta ese momento para mí, “exóticas”, como una especie de catarsis de grupo, que al decir de Iván de la Nuez en el prólogo, se trata de gentes que sufren “pesadillas miamenses”, conformaban el conjunto de ficción escrito por autores rechazados, que aún fuera de la Isla, sentía yo que continuaban soportando ese repudio del que fueron objeto mientras vivieron en Cuba, sólo por contar lo que les daba la gana, sin someterse a molde alguno, ideología, y hacerlo en español, y que gracias a Armando tuve el privilegio después de conocer a varios, como Carlos Victoria, los hermanos Abreu (Nicolás y José), Luis de la Paz, Rodolfo Martínez Sotomayor y su esposa Eva.

“La novela”

Ramón Luque queda fascinado por un mundo underground que lo motiva a escribir una historia. Un email a Juan Abreu, antologador de “Cuentos…” le abre las puertas y, de José y Luis, da con Rodolfo y Armando. Pero no queda ahí. Su investigación le sirve igual para adentrase en la convulsa y polémica obra de Reinaldo Arenas, la que ha descubierto a mediado de los noventa por la película de Julián Schnabel, en la que Javier Bardem interpreta al autor de “Antes que anochezca”; en la corta carrera, pero no por eso menor, de otro amigo que se fue, Juan Francisco Pulido; y en la vida y labor de Carlos Victoria.

El pretexto de unas entrevistas se vuelve entonces un puente que cruza hacia el exilio, donde la literatura es una crónica enorme y perenne; donde el sufrimiento, la laceración provocada por la expatriación, y más, por el precio que ha de pagarse por el inacabable ejercicio de adaptarse, están presentes en cada párrafo. Y todo ello envuelto, por así decirlo, en los sucesos de la Embajada del Perú y los del Mariel, los que definitivamente marcaron a ambos lados del estrecho de la Florida y trocaron toda la geopolítica del exilio en Miami.

Los personajes

A diferencia de otras novelas, los de esta “novela” son de carne y hueso. Caminan -o manejan- por Miami. Sus testimonios refrendan la vida, para nada fácil, de los escritores proscriptos que fueron y que todavía hoy continúan siendo de alguna manera. Los fragmentos de varios de sus cuentos nos enseñan sus “aspiraciones y limitantes”, e igualmente, lo que resulta sin dudas atractivo para el neófito en literatura cubana fuera de Cuba, es que estos cuentos son para Miami.

Las descripciones que de ellos practica Luque, a pesar de que en algunos momentos podrían considerarse, son hechas por un ojo visor distante del afecto -y sin embargo, para nada ausente de simpatía-, tienden a exacerbar ciertas imperfecciones fisiológicas adquiridas por algunos de los entrevistados, pero en general retratan bien sus naturalezas: José Abreu, por ejemplo, es innegable que a veces, cuando uno conversa con él, sientes que te va a mandar a callar pues su sabiduría y tiempo en la tierra no tolera que divagues, improvises, o hables de lo que no sabes, en lo que enciende un cigarrillo tras otro. Luis de la Paz, con su estrabismo, nada se le escapa; su vitalidad y pasión por lo que hace está presente en todo propósito que asume, y no sólo como escritor, sino en el periodismo o como ensayista. Rodolfo Martínez Sotomayor, más sensible, según la opinión de Luque, romántico tal vez si se compara con el resto de los protagonistas, es el que mejor sale parado y Luque lo describe con sobriedad y hasta con un poco de candor, a lo mejor por lo que el mismo Luque reconoce: de todos, es Rodolfo con el que más se identifica. Y Armando, con sus maneras y modales, no es menos cierto que al conocerlo te llevas la impresión de que estás enfrente de un malandro suspicaz que te mira con irreverencia, inteligente; imagen que te restriega aún sin proponérselo. Un personaje que tiene mucho que contar de su azarosa vida, y de la que en buena medida se nutren sus novelas y cuentos.

En Miami, la reseña…

Hoy día, precisamente por la dinámica o manera en que se vive, la literatura se ha visto en la obligación de adaptarse idéntico a como lo hace la sociedad, y las letras universales se vuelve más eclécticas y se van desdibujando las supuestas fronteras que definen los géneros. La búsqueda de una categoría en específico para encasillar la obra, hallo que no es importante en la reseña que me propongo. Una suerte de globalización acontece en las letras y cada vez se hace más importante el contenido. Y aunque las formas, es evidente que no pueden ser descuidadas, pues como me dijese un amigo en una entrevista que le hice, no hay historia que por muy buena que sea pueda darse el lujo de ser mal escrita, es innegable que se reorganizan.

Atrás quedó la época, y creo que definitivamente, de los grandes mamotretos. Luego entonces, la premisa fundamental de un autor si quiere ser leído, es la de no divagar, ser conciso, evitar capítulos largos, y además, contar historias que nos provoquen continuar cruzando sus páginas -objetivo que logra Luque-, para no dejar el libro en un rincón que después olvidamos, hasta que finalmente se guarde en un librero, más por compasión que por necesidad. Si el libro que me ocupa, yo considero que dista de la novela, no por eso voy a renunciar a promoverlo; de veras que ese punto, aún cuando lo reitero, no me resulta importante. Y las opiniones sobre Miami, aunque no las comparto del todo, las respeto.

Y la promoción que le hago, no se reduce sólo por la complicidad que se establece cuando uno lee historias en las que sus protagonistas son amigos. Sucede principalmente por lo que cuenta, lo que se propone, y en este caso particular, por lo que denuncia y a su vez reivindica.

A un hombre como yo -y como muchos en Miami- que no le alcanza el tiempo, dedicar el poco que le sobra para leer un libro, sucede nada más porque este libro lo atrapa. “Ultima novela…” es un empeño que viene a dar el espacio que merecen aquellos “forajidos literarios”, ya sean marielitos o balseros... Cuentos desde Miami es un excelente motivo, por lo que, comprendo perfectamente el porqué del proyecto de Luque, su obstinación por llevarlo a vías de hecho, y el resultado, el cual agradezco como lector.
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Publicado originalmente por Fernandina de Jagua el 9/11/2010

domingo, 21 de noviembre de 2010

Erótica en La Otra Esquina (fotos y palabras)

























Erótica: Una mística de los sentidos

Por Joaquín Gálvez

Erótica, novela del escritor y periodista Armando Añel, comienza con la masturbación de Idamanda Rosael, cuyo orgasmo representa la anunciación de un hecho: el Hecho Thamacun, Playa Hedónica, Cumberland, es decir, Erótica. El lector, ávido de escenas gráficamente eróticas, luego de concluir la lectura de este capítulo introductorio quedará felizmente defraudado: lo verdaderamente erótico radica en el espíritu que lo funda. Pues Erótica, más que un enjambre de cuerpos desnudos, es una manera de asumir la vida, despojándola del peso de los lastres que han condicionado la mente humana hasta hacer de la existencia una tragedia, aunque cómica en muchas ocasiones, para decirlo hegelianamente.

Erótica tiene como referente de contrapartida a Cuba, isla náufraga en la travesía de su historia y en la que abundan ejemplos de su fracaso como nación. ¿Cuáles son las causas de este fracaso? Para responder a esto, Armando Añel ha inventado un territorio que más que geografía es cosmovisión o lenguaje del individuo ante la vida; una historia paralela que es por antonomasia la anti-historia misma. Por eso los habitantes del reducto Thamacun no dependen de la territorialidad y pueden diseminarse en sucesivos éxodos, provocados por su vecina Cuba, para reencontrarse más tarde en el ciberespacio, en Internet. Erótica es la otra posibilidad, la historia anti-histórica de un territorio disidente, que es a su vez espectador risueño de ese teatro bufo que es la isla de Cuba, plagada por el nacionalismo, la intolerancia, el autoritarismo, la mitificación de los símbolos patrios, las revoluciones, etcétera.

El primer ejemplo del sentido iconoclasta de esta novela estriba en el género mismo. Añel, que aboga por librarnos del peso de la Historia y del sentimiento trágico de la vida, prefiere hacer una disección crítica de la nacionalidad cubana por medio de la ficción lúdica en vez de la seriedad ensayística. Por eso uno de sus logros es el de fabular a partir de una tesis sobre la identidad nacional y el individuo. Erótica posee un lenguaje propio, un caudal terminológico que sustentan el modus vivendi y operandi de sus habitantes: La democratización del ego, el Gran Salto Adelante, la Ciudad Prohibida de Richard Megan y la marquesa Beatriz de Eugenia, pareja fundadora del Reducto. Asimismo, el libro es una aleación estilística a la que se integran el ensayo, la crónica y hasta el post de blog, sin abandonar la trama de la novela propiamente dicha. Quizás por la visión heterodoxa de su autor, Erótica ofrece muchas variantes temáticas e interpretativas, que van desde la historia de amor, la historia no oficial de personajes reales como José Raúl Capablanca y Camilo Cienfuegos, implicados también en el Hecho Thamacun, hasta una historia detectivesca en la blogosfera, donde Idamanda y su amante thamacunés, Richard del Monte, deben descifrar las estratagemas de los doble puntoCON, o agentes del totalitarismo, contra los habitantes del Tercer Éxodo, disueltos ahora en el ciberespacio de Cumberland.

“Desnuda frente al mar, en el balcón de la que ya no es su casa (…) Idamanda se llevó el dedo a la nariz. No reconocía el olor de su sexo. Olía a él. Ella era él. El Hecho en la sangre, Erótica alterando definitivamente las reglas del juego (Introducción: Idamanda, página 7)”. El eros en esta novela cumple una función metafórica, sobre la cual se asienta Thamacun, única salvedad o realidad trascendente dentro del contexto cultural criollo en que transcurre la novela. De ahí que la comida forme parte de su entramado, y manjares como el salmón y el cerdo sean, más que apetecibles a nuestro buen paladar, símbolos de nuestra sensualidad (irónicamente, desaparecidos durante mucho tiempo de la cocina del cubano de a pie).

Con esta novela, Armando Añel plantea una subversión de los valores de nuestra identidad nacional y cultural. Thamacun, a diferencia de la platónica isla de Thomas Moore, es utopía dentro de nuestra tradición, porque para su realización es necesaria la convivencia con la otredad y la aceptación de la imperfección como forma de alcanzar la felicidad. Pero es, además, una mística de los sentidos, una erótica del vivir, donde sus habitantes se distinguen también por el olor singular que exhalan. La revolución es interior y depende de cada individuo. Los invito, pues, a que lean Erótica y logren, si lo desean, ser parte de El Hecho.

Texto leído durante la presentación de Erótica el viernes, 19 de noviembre de 2010, en Café Demetrio (publicado originalmente en Cuba Inglesa).

sábado, 20 de noviembre de 2010

Este domingo en la Feria del Libro



Arte y literatura en el ensayo actual: Wilfredo Cancio Isla y Antonio José Ponte


Sunday, Nov. 21, 10:30 a.m., Batten (Building 2, 1st Floor, Room 2106)



Intimidad de la poesía femenina: Rosie Inguanzo, Elena Tamargo y Rubí Arana

Sunday, Nov. 21, 3:30 p.m., Room 6100 (Building 6, 1st Floor, on N.E. 2nd Ave between 4th and 5th Street)



Novedades editoriales de Aduana Vieja y Letra Capital con Olga Consuegra, Ramón Luque, Orlando Rossardi, Fabio Murrieta y Janisset Rivero

Sunday, Nov. 21, 5:30 p.m., Room 6100 (Building 6, 1st Floor, on N.E. 2nd Ave between 4th and 5th Street)

viernes, 19 de noviembre de 2010

Elogio de la diferencia



Por Armando Añel

El tema fundamental en Erótica no es tener o no tener. Se puede ser feliz teniendo y se puede ser feliz también no teniendo. El punto en todo caso resultaría la aproximación que se haga al tema (“la presencia incómoda de las cosas, del valor de las cosas, había impelido a Beatriz de Eugenia a explorar las posibilidades del retraimiento”, página 59). Eso sería lo verdaderamente importante.

Conozco personas que detentan un discurso de la austeridad, que insisten todos los días en que es innecesario tanto consumo, y sin embargo son profundamente infelices dentro de esa supuesta austeridad. Alaban el no tener, mas sufren por no tener. En el fondo la suya no es una posición de hedonismo vs consumismo, sino sencillamente de resentimiento. No hay que creerse ese discurso. A los que me creería es a aquellos que son consecuentes con su discurso y son felices en la austeridad, o construyen algo desde la austeridad. Pero no a los críticos del consumo que no pueden vivir sin consumir, y viven amargados por su pobreza material.

En Erótica no hay por ninguna parte una relación de dependencia entre el consumo y la felicidad, sino más bien un elogio de la diferencia. El consumo es asumido con naturalidad y puede habitar la anécdota como parte de su narrativa, pero nada más. De ahí que se desdramatice, o des-demonice, el dinero (“había que hacer bueno el dinero” –esto es, la diferencia--, página 78). Se habla de la productividad en tanto creatividad (el concepto “democracia creativa” que se maneja en la novela), y por supuesto en tanto responsabilidad, porque para que el Reducto funcionara como ciudad y subsistiera tenía que producir algo. Pero hablamos de thamacuneses, gente que no vivía esclavizada al producto, sino que disfrutaba produciendo el producto, que no es lo mismo.

Otra vez, todo desemboca en el crecimiento interior, madre de todas las cosas según el discurso hedónico presente en la novela.

La novela Erótica, de Armando Añel, se presenta este viernes 19 de noviembre, a las 7:30 p.m., en Café Demetrio (300 Alhambra Circle, Coral Gables, Miami).

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Utilidad del ser hedónico

Por Armando Añel

Algunas variaciones críticas sobre una frase aparecida en la novela Erótica, de este servidor, y en general sobre el libro como conjunto, han oxigenado el debate sobre la utilidad del ser hedónico en oposición a lo colectivo, o al margen de ello. En lo que se refiere a la novela concretamente, tal vez valga la pena aclarar, sin embargo, que el concepto de utilidad, o de productividad, que se maneja en ella no apunta a un sistema o a la colectividad propiamente dichos, sino a la realidad interior del individuo per se, a su crecimiento espiritual.

A mi modo de ver Erótica constituye, entre otras cosas, una metáfora de la realización personal, de la felicidad, que es la erótica de ser, la recreación existencial. Por eso su hedonismo es práctico, su diversión productiva. Productiva, útil, en tanto nos genera felicidad, crecimiento interior. Soy productivo, soy útil, porque genero bienestar para mí y para los míos. ¿No se produce acaso para satisfacer necesidades? Aquí, como se afirma en un capítulo del libro --contra el sentido trágico de la vida asentado en nuestra cultura--, cabe aquello de que “la única forma de ser plenamente productivo es ser plenamente feliz”.

En lugar de ver el vaso medio vacío, de re-dramatizar la realidad externa, lo cual resulta cuando menos redundante, se trata de subordinar esa realidad a la aspiración individual, de llenar el vaso. Playa Hedónica se propone así como una realidad imaginada, imperfecta, en evolución, que puede ser habitada, recreada, vivida efectivamente, relativizando la realidad externa concreta que oprime al individuo. Entonces, la utilidad del ser estaría dada en la novela, sobre todo, como crecimiento interior, como desdramatización, como desmitificación. Y solo así, a partir de ahí, en tanto extensión, en tanto espíritu –no en tanto sistema--, esa utilidad, esa productividad, incluso esa felicidad, pueden trasladarse, o no, a los demás. Ya eso dependería de cada quien.

La novela Erótica, de Armando Añel, se presenta este viernes 19 de noviembre, a las 7:30 p.m., en Café Demetrio (300 Alhambra Circle, Coral Gables, Miami).
 
Artículo publicado originalmente en Cuba Inglesa

martes, 16 de noviembre de 2010

En la Feria del Libro: Cuerpos al borde de una Isla



El lanzamiento de Cuerpos al borde de una isla; mi salida de Cuba por Mariel, novela testimonial de Reinaldo García Ramos (Editorial Silueta, 2010) tendrá lugar en la Feria del Libro de Miami el viernes 19 de noviembre de 2010, a las 6:30 p.m.

El acto se llevará a cabo en la Sala 3209 del Wolfson Campus del Miami-Dade College (edificio 3, segundo piso).

En la misma sesión, el escritor cubano Manuel Ballagas presentará su novela Descansa cuando te mueras, publicada recientemente por Lulu Press.

Quedan todos cordialmente invitados.

Berlanga se ha ido y se olvidó de su muerte



Por Amílcar Barca

Ha muerto Berlanga, Luís García Berlanga, de la enfermedad que no permite recuperar la memoria. Él que tanto nos había legado la suya para distraer a la censura en tiempos del caudillo. Ha muerto el hombre que hizo, de la ironía, su lenguaje cinematográfico y sólo, según sus palabras, se podía reír de lo “importante. Ha muerto el erotómano que se atrevió a experimentar en Francia con Michael Piccoli, Tamaño natural 1974, enamorándose de una muñeca hinchable o uno de los fundadores y jurado del premio de novela erótica en las ediciones La sonrisa vertical. Defensor a ultranza de la pornografía, el anarquismo, y la joie du vivre. No sin sus contradicciones de niño acomodado de Valencia que según su versión se alistó a la División Azul –batallón español que apoyó a los nazis para combatir en Rusia- para salvar a su padre, un diputado republicano, de la pena de muerte.

De joven trabajó con Juan Antonio Bardem, gran revolucionario como él del cine de la época, (el tío del actor Javier Bardem) en Esa pareja feliz 1952, con otro de los monstruos del momento, el actor, Fernando Fernán Gómez. Pero en 1953 vendría su revelación. La película que con un lenguaje lacónico fue capaz de reírse del régimen franquista y a la vez ser aplaudido por el régimen franquista: Bienvenido Mr. Marshall ; una parodia que refleja la esperanza en que los americanos vengan y resuelvan la situación de pobreza de un pueblo del interior de España en plena posguerra civil. Más adelante vendría la tierna y humanista Calabuch 1956, sobre un científico americano que se enamora de un pueblo de la costa mediterránea y utiliza sus conocimientos para crear nuevo tipos de fuegos de artificio. Los jueves milagro en 1957 y finalmente otra gran obra de cátedra Plácido 1961: un historia costumbrista de la España taciturna y pizpireta que intenta ayudar a los pobres en las Navidades y que fue escogida en Hollywood para participar como mejor película extranjera.

Imprescindible, única, con todo el cocido oscuro del humor negro, e interpretada por el entrañable actor Pepe Isbert y su contraparte, el italiano Nino Manfredi, es El verdugo, 1963. Película junto con otro de los guionistas más sagaces de la época, Rafael Azcona. Un film que encierra todo una metáfora sobre la pena de muerte en clave de comedia, en un momento donde la pena capital – el garrote vil- ocupa un lugar importante por la persecución de los clandestinos antifranquistas en el estado español en la época de los 60. Seguirá en la “transición” (periodo político que encierra los primeros 15 años de democracia del estado español 1975-1989) su trilogía sobre la adaptación de los políticos del antiguo régimen a la nueva democracia. La escopeta nacional (1977). Patrimonio nacional (1981). Nacional III (1982 historias vergonzantes y que son el hazmerreír de una sociedad que aún no ha encontrado su rumbo en la escena democrática europea. Y redondeará la serie con una obra homenaje a la reconciliación de las dos Españas, siempre enfrentadas con las secuelas que dejó la guerra civil española con la Vaquilla. Una historia que narra cómo una improvisada corrida de toros en medio de los disparos y cañonazos de la contienda, puede unir por unas horas a ambos bandos en un país que se acribilla así mismo, por sus diferencias ideológicas. Juanjo Puigcorbé, un actor catalán, definió “berlanguismo”, haciéndo una paradoja con el diccionario de la real academia española de la siguiente manera: "Dícese de la situación coral – de actores se refiere- aparentemente caótica o esperpéntica donde los caracteres muestran o ponen en evidencia su monstruosidad sin categoría moral pero de una forma vitalista". Su última película fue hace unas semanas, como actor, cuando Médicos sin Fronteras lo rescató del olvido, comiéndose una pastilla de menta “solidaria” que se vende en las farmacias por 1 euro, para participar en una campaña para no olvidar precisamente… a los olvidados. Adiós maestro. Si Dios te coloca en el infierno que haga lo mismo conmigo.

Artículo publicado también en Tumiamiblog