Por
José Abreu Felippe
Resaca... Se dice del malestar que se siente por la
mañana después de haber bebido la noche anterior mucho alcohol, cualquier
alcohol, preferiblemente sobre el muro –el único muro posible para un cubano–,
junto a los arrecifes, escuchando ese retroceso de las olas después de llegar a
la orilla.
Es la resaca. Resaca por partida doble, del ser
humano y de su entorno marino. Lo físico, representado por el desequilibrio
artificial de los sentidos, y el mar, natural y voluble, siempre como una
promesa desconocida y promisoria a la vez –¿qué
escondes mar al otro lado? se preguntaba Huidobro al tiempo de que nos
advertía que de una ola a la otra hay la distancia de la vida–-, y también,
claro está, como prisión, “la maldita circunstancia” del mar por todas partes
que atormentó a Virgilio Piñera.
Y así, con los sentidos transfigurados alguien canta en la resaca –cualquiera de las dos, la fermentación del tiempo o la vuelta de las olas contra la memoria; o con ambas en la mochila, a retortero–, y es un canto personal, único e irrepetible, pero compartido.
Ahora Joaquín Gálvez nos presenta su primer libro, Alguien
canta en la Resaca(Termino Editorial, Cincinnati, 2000), donde desde el mismo título se nos advierte que lo que
vamos a leer o –a escuchar– tiene el ritmo de las olas que quedaron atrás, pero
que todavía martillean en los huesos, en la carne y detrás de los ojos.
Los poemas de este libro son las cicatrices que deja la resaca. Uno puede palpar su borde irregular, áspero, y su textura suave, casi dulce en el centro. Imaginar las lejanas postillas en las rodillas cuando aquel niño “venía a ver danzar los arrecifes” bajo sus pies, suficientemente armado con un tirapiedras. ¿Se necesita algo más para derribar un cíclope? Larga masa de carne de un solo ojo que todo lo ve y lo supura.
Todo eso mientras se crece y se ruega “la complicidad del mar” porque viene la era
de las máscaras, de la doble moral, de la sonrisa y el aplauso de
supervivencia. Y mientras, se descubre el amor en un parque, los ojos sobre el
hombro siempre vigilantes, y se aprende que la madre no es un concepto sino la
imagen de un pedazo de calle detenido en la infancia. Triste juventud aquella
que también fue un poco la mía.
Joaquín Gálvez consigue ya con éste, su primer libro
publicado, lo que algunos no consiguen nunca, una voz propia, reconocible. Sin
aspavientos, ni galimatías presuntamente poéticas o ingeniosas, va armando su
discurso, sus fantasmas y sus obsesiones, como en un susurro. La forma de
hilar, de entrecortar, los versos le otorga un ritmo sosegado a su canto,
cierto amargor, que exalta la resaca dispersa por todas las ciudades del
planeta... “Pero hoy he recorrido todas esas ciudades y sólo he visto un barrio
de La Habana”.
Reseña
publicada originalmente en El Nuevo Herald (noviembre, 2000)
Definitivamente un magistral comienzo en la Poesia.
ResponderEliminarEn tiempos en que los versos se covierten en una excusa para hablar de otra cosa y ocultar su propio yo, Joaquin Galvez presenta una poesia de poder expresivo y sentimental con un compromiso mayor de indagacion moral que deviene en prole refugio poetico.
Un buen Poemario , sin dudas.