domingo, 20 de octubre de 2013

Alguien canta en la resaca


 
Por José Abreu Felippe
 
Resaca... Se dice del malestar que se siente por la mañana después de haber bebido la noche anterior mucho alcohol, cualquier alcohol, preferiblemente sobre el muro –el único muro posible para un cubano–, junto a los arrecifes, escuchando ese retroceso de las olas después de llegar a la orilla.
 
Es la resaca. Resaca por partida doble, del ser humano y de su entorno marino. Lo físico, representado por el desequilibrio artificial de los sentidos, y el mar, natural y voluble, siempre como una promesa desconocida y promisoria a la vez –¿qué escondes mar al otro lado? se preguntaba Huidobro al tiempo de que nos advertía que de una ola a la otra hay la distancia de la vida–-, y también, claro está, como prisión, “la maldita circunstancia” del mar por todas partes que atormentó a Virgilio Piñera.

Y así, con los sentidos transfigurados alguien canta en la resaca –cualquiera de las dos, la fermentación del tiempo o la vuelta de las olas contra la memoria; o con ambas en la mochila, a retortero–, y es un canto personal, único e irrepetible, pero compartido.
 
Ocurre que esa palabra, resaca, con todo lo que conlleva, con todo el lastre del que al parecer algunos no pueden –ni quieren– desprenderse asoma aquí y allá en los desgarramientos de muchos poetas cubanos que se han visto forzados al exilio. Estoy pensado ahora en David Lago González (La resaca del absurdo), en mi inolvidable amiga Edith Llerena (Resacas del amor, aires y lunas), ahora sumida en la extraña luminosidad de la locura; y también, aunque lateralmente, en Eddy Campa, en Esteban Luis Cárdenas y en Reinaldo Arenas, por sólo mencionar a cinco de nuestros mejores poetas.
 
Ahora Joaquín Gálvez nos presenta su primer libro, Alguien canta en la Resaca(Termino Editorial, Cincinnati, 2000), donde desde el mismo título se nos advierte que lo que vamos a leer o –a escuchar– tiene el ritmo de las olas que quedaron atrás, pero que todavía martillean en los huesos, en la carne y detrás de los ojos.

Los poemas de este libro son las cicatrices que deja la resaca. Uno puede palpar su borde irregular, áspero, y su textura suave, casi dulce en el centro. Imaginar las lejanas postillas en las rodillas cuando aquel niño “venía a ver danzar los arrecifes” bajo sus pies,  suficientemente armado con un tirapiedras. ¿Se necesita algo más para derribar un cíclope? Larga masa de carne de un solo ojo que todo lo ve y lo supura.

 Poco después vendría la beatlemanía, el pelo largo, las sandalias, los pantalones estrechos y las camisas anchas, las escapadas del hogar, y también las recogidas masivas de muchachos que regalaban flores y recibían patadas... por ahí mismo. “¿Es que viajábamos en un submarino amarillo para llegar al fondo de la desesperación, o en Liverpool el twist ya no muestra sus frijoles mágicos?”

Todo eso mientras se crece y se ruega  “la complicidad del mar” porque viene la era de las máscaras, de la doble moral, de la sonrisa y el aplauso de supervivencia. Y mientras, se descubre el amor en un parque, los ojos sobre el hombro siempre vigilantes, y se aprende que la madre no es un concepto sino la imagen de un pedazo de calle detenido en la infancia. Triste juventud aquella que también fue un poco la mía.

Joaquín Gálvez consigue ya con éste, su primer libro publicado, lo que algunos no consiguen nunca, una voz propia, reconocible. Sin aspavientos, ni galimatías presuntamente poéticas o ingeniosas, va armando su discurso, sus fantasmas y sus obsesiones, como en un susurro. La forma de hilar, de entrecortar, los versos le otorga un ritmo sosegado a su canto, cierto amargor, que exalta la resaca dispersa por todas las ciudades del planeta... “Pero hoy he recorrido todas esas ciudades y sólo he visto un barrio de La Habana”.

 
Reseña publicada originalmente en El Nuevo Herald (noviembre, 2000)

1 comentario:

  1. Definitivamente un magistral comienzo en la Poesia.
    En tiempos en que los versos se covierten en una excusa para hablar de otra cosa y ocultar su propio yo, Joaquin Galvez presenta una poesia de poder expresivo y sentimental con un compromiso mayor de indagacion moral que deviene en prole refugio poetico.
    Un buen Poemario , sin dudas.

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