miércoles, 29 de mayo de 2013

"De vuelta", poemas signados por la desesperanza




Por Manuel C. Díaz

Especial/El Nuevo Herald

 
José Abreu Felippe, uno de los escritores cubanos exiliados más prolíficos, ha regresado. No a su ciudad de Miami, de la que nunca se ha ido (Madrid ya no es más que un mapa virtual de nostalgias desdibujadas por el tiempo; La Habana, un agujero negro de merecidos olvidos), sino a la poesía raigal de sus inicios. Abreu comenzó engarzando versos y nunca ha dejado de hacerlo. Quizás es por eso que en su extensa obra narrativa (novela, cuento y teatro) siempre ha sido posible descubrir –oculto en su perturbadora prosa– un profundo lirismo. No en balde su primer libro publicado, Orestes de noche (Madrid, 1995), fue un poemario. Le siguieron otros, entre ellos El tiempo afuera (Premio Internacional de Poesía Gastón Baquero 2000). Después, mientras construía su abarcadora pentalogía El olvido y la calma, escribió cuentos y obras de teatro. La poesía, entre tantas novelas, relatos y noches de estrenos teatrales, debió esperar.

Al fin, 13 años después, Abreu retorna con un nuevo poemario. Y lo primero que debe decirse es que la espera valió la pena. En efecto, De vuelta (Linkgua, 2012) es un libro que no parece haber sido escrito con palabras, sino bordado con imágenes. Metáforas en forma de lacerantes preguntas; tropos que parecen ser respuestas pero que no son más que terribles confesiones. Es imposible no advertir el desaliento que crepita en algunos de sus poemas. Como en La muerte adolescente, cuando dice: Las flores, como la vida, ya no huelen a nada. En el titulado Miércoles de ceniza se nota la tristeza que provoca la pérdida de un familiar o de un amigo: El viento arranca las flores del mangal./ Hace una corona gigantesca que flota/ y se deshace sobre mi barrio./ Yo vengo por el trillo de la iglesia,/ cabizbajo, en silencio./ Todos los muertos me cuelgan de la frente. Hay otros en los que la cotidianeidad se convierte en poesía: Yo recuerdo/ cuando/ la carne era una columna/ horadando arcos bizantinos,/ callejones desiertos sobre aguas inquietas.

De vuelta es un libro contundente. Sin asideros. Y signado por la desesperanza. La mayoría de sus poemas están envueltos en un manto de oscuras pesadumbres; sobre todo los más biográficos. En ellos, la muerte es una constante en la indagación existencial de su autor. Para Abreu no hay redención posible. Tampoco la busca, claro. Nada alivia su desconsuelo; ni siquiera haberle dicho adiós a la Virgen. Ya los paraísos, en esta etapa de su vida, le resultan artificiales; las hipérboles también. Ahora solo quiere saber dónde están las tumbas de sus poetas amigos. O la suya propia. Abreu Felippe jura no saber dónde están. Pero promete seguir buscándolas. Para eso ha regresado.

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