sábado, 4 de agosto de 2012

"Antes de que se me olvide", de Irene López Kuchilán: Fotos y palabras de presentación















LLUVIA (IR)REVERSIBLE

La memoria, esa sinapsis eléctrica que construye un hipertexto más complejo y total que cualquier moderna plataforma interactiva: memoria de olfato, mutilaciones, es arcilla y guijarro. Mientras más distante en el tiempo más maleable, más sembrada en el viento, mientras más cercana, menor es su resiliencia. El ayer es un muro y el anteayer un páramo. El pasado es fósil, arqueología, escombros, huella. Cuando se pretende ser fiel debemos inexorablemente traicionarlo. Allí donde la semántica, diario que se escribe solo, emborrona algún registro, viene la memoria a llenar los lapsus con la ficción y los anhelos. Esa relación pasado-memoria-olvido es a menudo tan arbitraria que como un lego intangible podemos alterarla a nuestro antojo. Tiene nodos visibles, puntas de iceberg, es cierto; pero no por eso su estructura es menos artificial ni su capacidad de selección menos volitiva. Nunca lo recordamos todo —ni siquiera es fisiológica y emocionalmente necesario, o digamos recomendable— así que cualquier relato existencial se asiste en primera instancia más de la reinvención que de la memoria. Tampoco esta relación, por más que la idea resulte peregrina, se ajusta a un eje cronotópico, un arquitectónico timeline: es por el contrario más bien rizomática, extensiva y atemporal. Cuando se intenta recordar-reescribir el pasado asistido de la memoria, el suceso, los eventos, vendrán tamizados de nuestras experiencias actuales y de una sutil proyección en la que se recogen todos los tiempos que han sido y los que vendrán. Por esa razón, el pasado se realiza, existe, solo desde el futuro. Canta y decanta la mente humana sobre sucesos que hipotéticamente sucederán. La literatura de la memoria siempre es traslaticia, reescritural, tiene más de epitafio que de historiografía.  Salvamos aquello por lo que creemos nos recordarán o simplemente queremos recordar. Paraplagiando un tweet reciente de Alejandro Jodorowsky, con cada poema, que es de cierta forma una toma del filme inconcluso de la vida, Irene López Kuchilán da un paso hacia el abismo. Quizás, como Jodorowsky, alguna vez también haya pensado: “No sé lo que hago, pero lo que hago me hace”.  Esa es la duda principal y la certeza de un artista.

Decir “Antes que se me olvide”, ya es ir olvidando y al mismo tiempo aceptar que el pasado está aún fresco, palpitante, dibujando hologramas entre fisuras y neuronas. Una aseveración tácita de que los hechos aritméticos, la biografía fetal, deberá venir plagiada con la mala memoria, la influencia y el mito. Irene López Kuchilán ha salvado del olvido un puñado de poemas, es decir ha reconstruido epicentros que estructurarán su casa de la memoria. Quince columnas, estaciones, episodios —que aludirán a la siempre desconfiable memoria episódica— de un vía crucis muy peculiar, que no es Calvario ni aflicción, sino fe de vida, testimonio de una mujer-pez que surca la jungla urbana cinematográficamente.  Y quince poemas es una cifra discreta, que como lector —cualquier lector y no un escritor-lector— habría que respetar. Pues nos advierte de antemano, con recato, que no estamos frente a una grafómana ni una memoriosa mitómana, sino frente a una sensibilidad selectiva. Que el oficio de cineasta, ese cortar y editar y narrar escenas, vidas enteras, con unos cuantos pases de cámara, lo ha ejercido a cabalidad también en la literatura.

Ya he dicho que uno no escribe para recordar sino para cambiar el pasado, adaptarlo a lo que debió ser, enmendarlo. Así que asumo que en este breve libro de marear, esta bitácora mínima, la poeta traza la cartografía marina del regreso a ese estado utópico —a veces desgarrante— del deseo. Y que las claves que lanza servirán para entender mejor quien es hoy la autora o lo que quiso ser, que lo que en un estricto sentido biográfico realmente sucedió. La poesía siempre debe asumirse como posibilidad. Ella misma lo dice: “No, no hay feria sin vanidades ni mentiras,/ pero en esta, las largas cicatrices que sanaron/ conviven con cortezas que protegen,/ y el velo deviene manto de renovada piel” (La poeta ausente; pág. 23)

Por eso no debe confundirse con una antología —de hecho no sé si es una selección de poemas antiguos o acabados de estrenar—, pero me atrevo a aventurar, lanzados como están los versos a borbotones, con ese ritornelo de asonancias e imaginería fónica, que son poemas que no responden a una progresión estética, a un tránsito formal. Si pertenecen a diferentes épocas el impulso es el mismo, los recursos engarzan entre ellos creando un espíritu de homogeneidad, una unidad grata de encontrar en un cuaderno poético, porque permiten sintonizar con una voz y un sello de autoría. También tienen el desgarramiento del ser que va de vuelta y no teme sentirse vulnerable ni expuesto ni busca una afectada perfección. Más bien poesía escrita para vaciarse, para explotar, por eso tiene la virtud de la autenticidad. Esto me hace pensar que son poemas que danzan en el memoria, pero que son, han sido, materializados desde otra madurez emocional. Irreverentes a veces, pero más llenos de certezas que de interrogantes.

Uno de ellos, especialmente, mimetiza esa poética hasta la apoteosis, logrando sin embargo extraordinarios momentos líricos: La danza del conjuro (pág. 37). Como cuando dice: “Tu órbita recorre desafiante/ senderos de incertidumbre./ Aguardas desde lejos entre mantras, / el retoño sosegado de la lumbre.” O más tarde se pregunta: ¿Dónde está la lista de los pasos,/ la letra de la marcha del conjuro,/ dónde queda el faro incandescente/ para el tramo del paisaje de lo oscuro?”.  Danza o ruego, hechizo y ensalmo, que se permite libertades —hasta cierto punto dudosas en la poesía—, como la enumeración de participios adjetivos que modifican y califican a las almas (renegadas, desahuciadas) o los exorcismos (fenecidos, reiniciados), con esa —d— fricativa tan tenue, que en algunas regiones de la lengua es casi imperceptible o se ha debilitado hasta omitirse, y que exige, por tanto, una pronunciación degustada, recitarlo con la precisión de un conjuro.

“Antes de que se me olvide” incluye además otras agradables sorpresas para el lector. Una cuidadosa edición de Advana Vieja, editorial en Valencia, España, que dirige con mucho tino Fabio Murrieta, querido amigo y coterráneo, con uno de los proyectos editoriales independientes más interesantes de la última década y reproducciones de obras del maestro Humberto Castro, en la cubierta e interiores, que tan bien ilustran la lírica de este cuaderno. Así como dos textos, un pórtico de Reina María Rodríguez y un epílogo de Emilio de Armas, que escoltan con gracia y definen a la autora y su poética. Lo que ellos han dicho, no me atrevo yo aquí a repetirlo, ya lo disfrutará el lector cuando navegue los zigzagueantes meandros, se detenga en las estaciones más crueles y reviva la pasión de esta mujer-pez que escudriña “cada resquicio de ranuras perniciosas” y convierte “en huracán alucinante” cualquier “primavera de tibia brisa”.

 Joaquín Badajoz 
(a contrarreloj, en The Roads, madrugada del 27 de julio, 2012)


2 comentarios:

  1. He sido comunicado de esta "poeta ausente", y me alegra encontrar que al fin sus elucubraciones del alma hayan brotado al fin, como borbotones en un libro-quimera de pandora, el primero de muchos, en el que esta diva del celuloide cotidiano nos regala su mas flamante sentimiento, para que sepamos que exite por los otros "muertos de su felicidad", pero que ademas de nutrirse como una "vampira irremediable" de aquellos que la amaron, ella tambien los ama en el recuerdo y se reconcilia con sus tempanos de ira y plenitud, para bendecir y mitificar lo que ha valido y debe salvarse de todo, como un sunami irreverente de palabras, que arriban desde su corazon, "antes de que se olvide" en esa travesia que puede enderezarle el rumbo o despejarla para siempre en la encrucijada de la inverosimilitud. Gracias, Irene, amiga, por despertarnos el otro lado de tu cuerpo extasiado y desbordable. Un gran beso, Josan Caballero.

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  2. Gracias Jose, por dar lo mejor de tí en el recuento de primera fila del incontrolable reality show que es la vida, donde cada cual escoge rebajarla o enaltecerla, alimentar o no las perfidias.

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