JOSÉ
LEZAMA LIMA
Para Vicente Báez
los
empolvados, los queridos;
dónde el
helado de fruta en sutil equilibrio
sobre el
barquillo tan crujiente;
dónde la
brisa que casi apaga el oloroso habano,
la
Avenida del Puerto, las tardes de aquiescencia,
y esa
tranquilidad crepuscular que mitiga la sordidez del día;
dónde la
bondadosa porcelana,
el
diario milagro del café,
la taza
pequeñísima que aún quedaba visible
entre
los grandes dedos;
dónde
las madrugadas del asma recurrente,
el
horrible pitido entre pecho y espalda,
dónde la
medicina que siempre llega tarde
de tan
lejos, tan lejos;
dónde
las confituras,
el
festivo papel de celofán hecho para envolver todo lo efímero;
dónde la
madre;
dónde
aquellos amigos —los de entonces, los únicos—,
que se
fueron marchando poco a poco
sin
ruido de palabras;
dónde
los manuscritos importantes,
y los
menos también, el simple y olvidado papelito,
el
apunte fugaz,
el verso
suelto que no llegó a ser parte de un poema,
quizás
escudriñado ávidamente
ahora que
ya no estás para prohibir la entrada
a los
esbirros ilustrados:
que no
entren, no, a esa casa
en una
calle de simbólico nombre: Trocadero;
dónde
los libros dedicados, los huérfanos zapatos,
las
cartas de Eloísa;
dónde el
miedo, Maestro, siempre el miedo
cuando
entre madrugada y madrugada
ibas
creando el Paradiso.
Para Amando Fernández,
In memoriam
desde la
que miramos esa balsa alejándose,
en la
que cada uno ha montado por turno
y ha
navegado solo. La Rosa de los Vientos
sólo ha
servido para desorientarnos.
El mar
está tranquilo. El oleaje en susurros
moja los
pies y se retira. La piel arde, conserva
la
insolación terrible de la infamia.
Hemos
dicho tantas veces adiós.
Pero
estamos aquí contra viento y marea.
La noche
está ahora mismo despejada:
el
farero olvidó encender la linterna
y la
calma da frío. Los ojos casi duelen
buscando
una señal que no aparece nunca.
Para Luis M. Gómez
con todo
el equipaje de lo que no viví
y las
maletas están abarrotadas.
Seguramente
has recibido
mi
mensaje dentro de la botella
y traes
los bolsillos llenos de polymitas,
caballitos
de mar
y el
cuerpo de algún tránsfuga hinchado ya,
hecho
pedazos por los tiburones.
Vísteme
con las hojas del álamo que abracé antes de irme,
con sus
viejas raíces de color ocre oscuro,
su paz,
sus hormiguitas.
En tus
ojos florecen la siempreviva y el galán de noche
y ese
olor adormece hasta el rencor, lo sé:
dame un
pétalo sólo, sé generoso, amigo,
que se
me pudren el pie y el corazón
y hay un
montón de cosas que se pudren
y es un
olor insoportable.
Adminístrate
bien tantísimos tesoros
que hay
que guardar para cuando no haya:
cuando
todo se acabe
y los recuerdos
desaparezcan sin previo aviso,
entonces
sabrás
lo que es vivir por qué más da.
Yo te
estaré esperando
para
inventar La Habana que llevamos
como un
lío de amor dentro del pecho,
persistente
y constante como un acto fallido,
como un
amor fatal.
LILLIAM MORO nació en La Habana
en 1946 y salió de Cuba en 1970 hacia España.Estudió en la Escuela de Letras de
la Universidad de La Habana.Perteneció al grupo de jóvenes escritores de las
Ediciones El Puente.Ganó el Primer Premio de Poesía en Concurso celebrado entre
las Escuelas de Letras de las Universidades de La Habana, Las Villas y Oriente,
con su poemario El extranjero, en 1965. Participó en el primer recital de poesía y canciones de feeling
que tuvo lugar en El Gato Tuerto en 1964.Publicó críticas literarias y
poemas en el periódico El Mundo, y en las revistas Unión, La Gaceta
de Cuba, Bohemia y Casa de las Américas durante la década de 1960. Ha
publicado los poemarios La cara de la guerra (Madrid, 1972), Poemasdel
42 (Madrid, 1989), Cuaderno de La Habana (Madrid, 2005), y sus
poemas han aparecido y han sido comentados en diferentes antologías, publicaciones
periódicas y ensayos de España y Estados Unidos. En la boca del lobo obtuvo
Premio de Novela en Madrid en 2004
Magistrales, en particular el de Lezama es el mejor homenaje poetico que yo haya leido y recordado. Jesus
ResponderEliminarVas de Esquina en Esquina, dejando a tu paso el recuerdo de aquella ciudad lejana que ya sólo vive en las letras que se juntan con dolor y nostalgia. Sólo los que leímos aquella pequeñísima noticia escondida en el parte nacional, conocemos la soledad en la que murió el poeta. Con tu poema, me trajiste aquel día de 1976. Carabela
ResponderEliminarGracias a todos los que me han enviado por e-mail sus generosos comentarios (pero no los han publicado en el blog). Es muy gratificante saber que lo que escribo llega al lector.
ResponderEliminarQué inteligentes, amigables, plácidos, hedonistas y humanos estos poemas. Qué bien se queda uno después de su lectura...la nitidez de la imágenes...el homenaje...la Isla...la presencia del mar. Una delicia ...de corazón se lo digo. Honradamente no sé quien es usted, pero felicidades junto a su divulgador Joaquín Gálvez.
ResponderEliminarEduard Reboll
Estos poemas de Lilliam Moro tienen la tensión austera de sus otros textos, con la diferencia de que en estos ella se va a espacios más extensos, más amplios, y eso le permite adentrarte en pausas interiores y cambios ligeros de tonos, especulaciones necesarias para llevar adelante cada tema con el debido detenimiento y la delicadeza necesaria. Te felicito, mi gran amiga.
ResponderEliminarReinaldo