sábado, 12 de mayo de 2012

UN CAFÉ EXQUISITO



Por José Abreu Felippe

Que existe ya en español una literatura propiamente miamense es algo que no se puede negar. Es un hecho, que nos asalta a diario desde los estantes de bibliotecas y librerías.En el caso de los autores cubanos, entre la nostalgia, las vivencias pasadas y los recuerdos, fueron apareciendo, se fueron colando aquí y allá, primero, tal vez, el nombre de una calle,Flagler pudiera ser; luego un entramado urbano más que rural, definiéndose, ramificándose, poblándose de seres y de cosas. Al final –tenía que ocurrir–, una herida, un goce, nacía en sus entrañas. Una herida nueva que no se podía aliviar con antiguos remedios. O un placer que se abría, lúdico, cuyo único vínculo con la isla rajada en la memoria era el protagonista. Entonces, si el dolor y el placer se manifiestan, también estamos hablando de emociones, de sentimientos, de sensaciones. De ahí que sea esperado, y hasta lógico, que la fundación literaria de esta ciudad mágica esté basada en la poesía. Que sea la poesía quien primero se ocupe de levantarla, de cantarla, de estigmatizarla, de situarla en el mapa. Lo que sí resulta curioso –aunque tal vez no tanto–, es que sea uno de sus primeros poetas, Esteban Luis Cárdenas (Ciego de Ávila, 1945), quien ahora nos invite a degustar, en una prosa llena de espeluznantes recovecos y misteriosos desvaríos, un café exquisito.

Un café exquisito (Ediciones Universal, 2001), es un libro que se expande en dos infiernos casi paralelos que se tocan y se entrelazan como si fueran amantes. Dos amantes muy diferentes entre sí, pero unidos por el horror compartido y por un ritmo magnético, que a veces logra independizarse, aislarse, dejando sobre la página en blanco un hueco, un alarido, en fin, poemas, que complementan el horror. Dos infiernos, flotando sobre la ciudad perdida y la ciudad mágica. En el primero, el general Marbas y su escriba deambulan por la ciudad perdida, símbolos de un terror pretérito que se proyecta hacia el futuro como una repetición. Un círculo macabro. Cambian los partidos de nombre, pero los cuerpos, jóvenes cuerpos, siguen apretándose contra el muro cuando reciben los impactos, y una misma mano es la que se inclina sobre las sienes para otorgar la gracia de un último estampido. Tal vez uno de los monjes que pulen Las uñas de Satanás no se asombre y sea él mismo quien repita las palabras del Predicador: “¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará: y nada hay nuevo debajo del sol”. No importa, de cualquier forma los de siempre asaltarán el templo, y las peores pesadillas serán como islotes navegando las aguas fantasmales donde han de abrirse los ojos del escriba. Crónicas de guerra: la parábola del adolescente, casi un niño, que mantiene en vilo a cincuenta hombres que quieren atraparlo, también asoma en esa parcela del infierno. Prosa suave, delicada, dulce, delineando monstruos que parecen sacados de cuentos infantiles.

En el segundo, el paisaje es frío, pura armazón de acero y concreto, útil para sostener superavenidas y contener un río: el mismo por donde entran y salen los cargamentos de estupefacientes. Junto a él hay sombras casi humanas; alguien que vende crack, y en la esquina, la prostituta de grandes nalgas y profundas ojeras. Uno que busca pan y otro que busca sexo. También la muerte se ha exiliado y ronda como siempre entre el plástico desechable. Cuentos durísimos que dibujan una ciudad ya no tan mágica que sólo vemos, a veces, a través de la pantalla de televisor, cuando estamos aburridos o abúlicos. Alta frecuencia marginal. Es vida de noticiero, vida ajena. O más bien, muerte ajena.

Si la poesía del horror que Esteban Luis Cárdenas crea, espléndidamente, en su inclasificable libro, no bastara para redimirlo; si la fantasía infernal que corre paralela a la realidad también infernal, no fuera suficiente para situar de lleno este libro entre los mejores publicados en el exilio en las últimas décadas; si su estructura trunca, caprichosa a veces, si su cuidada y sinuosa prosa, no alcanzaran a cerrarlo en absoluta e imposible perfección, entonces, olvídense de todo lo anterior, abran el libro en la página 45 y lean el cuento que le da título al volumen: Un café exquisito. Decir una sola palabra sobre él sería cometer un crimen de lesa literatura y yo no lo haré. Sólo voy a advertir una cosa: Un café exquisito en uno de los mejores cuentos escritos en los últimos cincuenta años. Una joya que, absolutamente nadie que ame la buena literatura, puede dejar de leer. Un cuento de antología estrella.

En el estremecedor documental de Néstor Almendros y Jorge Ulla, Nadie escuchaba, Esteban Luis Cárdenas dejó narrado para la posteridad su intento de fuga del paraíso castrista. Vuela desde una azotea para caer en el patio de la embajada argentina, lo consigue, pero los funcionarios lo arrastran herido fuera de la sede y lo entregan a la policía. Sufre prisión. En 1980 llega al exilio donde ha publicado dos cuadernos de poesía: Cantos del centinela (1993) y Ciudad mágica (1997).

(publicado en el Nuevo Herald en 2001)

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